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Verdad, historia y posverdad


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de imperativos categóricos o de leyes que deben obedecerse incondicionalmente, sin ninguna consideración de las circunstancias en las cuales la ley necesariamente se aplica» (2004 [1964], p. LIII).

      4 Véase la introducción a Ginzburg, 1976. He insistido muchas veces sobre este punto antes de darme cuenta (gracias a Henrique Espada Lima) de que, sin saberlo, hacía eco de Schmitt, 2006, p. 15, quien se refería a un «teólogo protestante» (Kierkegaard).

      5 Ha sido publicado en los siguientes idiomas: inglés, francés, turco, holandés, ruso, hebreo, catalán, portugués, polaco, georgiano, español, chino y japonés.

      Claudia Rosas Lauro

      Pontificia Universidad Católica del Perú

      Es un gran honor presentar al destacado historiador italiano Carlo Ginzburg, quien nos visita por primera vez. Hijo de la novelista italiana Natalia Ginzburg y del intelectual Leone Ginzburg, nació en Turín, en 1939, y se educó entre libros de diversa procedencia y naturaleza, como aquellos que cita profusamente en sus escritos: los Quaderni del carcere, de Antonio Gramsci; Cristo si è fermato a Eboli, de Carlo Levi; Il mondo magico, de Ernesto de Martino; hasta Pinocchio, de Collodi, entre muchos otros libros; y autores como el historiador francés Marc Bloch, el escritor Italo Calvino, el clasicista italiano Arnaldo Momigliano, el historiador Delio Cantimori, el teórico del arte Ernst Gombrich, el filólogo Sebastiano Timpanaro, el historiador del arte alemán Aby Warburg y otros autores que citaremos más adelante.

      Estudió en la prestigiosa Scuola Normale Superiore di Pisa entre 1957 y 1961, año en que se graduó. Luego, enseñó en universidades italianas como la Universidad de Roma y la Universidad de Bolonia en su especialidad, la historia moderna. Entre los años 1988 y 2006, se trasladó a la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), donde obtuvo la cátedra Franklin D. Murphy Professor of Italian Renaissance Studies. Más adelante, de 2006 hasta 2010, fue profesor de Historia de las Culturas Europeas en la Scuola Normale Superiore di Pisa.

      Sus primeros estudios se concentraron en el tema de la brujería —tema que, inicialmente, cuando él lo estudió, no estaba de moda, como sí lo estaría tiempo después—. El resultado fue su elogiada obra I benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento (Los «benandanti». Brujería y cultos agrarios en los siglos XVI y XVII), publicada por primera vez en la editorial italiana Einaudi, en Turín, en 1966, y traducida a doce idiomas. En ella se manifiesta la presencia del gran especialista italiano en herejías Delio Cantimori, el historiador de carne y hueso que más influyó en su formación, como lo reconoce el propio Ginzburg (véase Cantimori, 1939). Él señala que fue el encuentro con lo inesperado lo que lo emocionó y esa es una característica de su trabajo: partir de lo extraño, lo anómalo, lo sorprendente. Este rasgo no solo está presente en la historiografía contemporánea, sino en las ciencias sociales en general y, en particular, en la antropología. Basta pensar en Clifford Geertz y su obra La interpretación de las culturas, en la que, en su célebre capítulo sobre la pelea de gallos en Bali, realiza una «descripción densa» de esta generalizada costumbre para desentrañar el «juego profundo» que subyace en ella (Geertz, 1973).

      Y lo inesperado para Ginzburg fue encontrar que los benandanti narraban que habían nacido con una camisa (envueltos en el amnios) y que, por ello, estaban obligados a salir en espíritu tres, o más de cuatro veces al año, durante las temporadas, a combatir de noche, armados de ramas de hinojo, contra brujas y brujos que, a su vez, se encontraban armados de sorgo. Cuando vencían los benandanti, las cosechas eran abundantes; en caso contrario, había escasez. Ante esto, los inquisidores que llevaron adelante la pesquisa contra ellos buscaban inducirlos a que aceptasen ser brujos, pero solo después de cincuenta años los benandanti admitieron que las batallas nocturnas por la fertilidad eran, en realidad, aquelarres diabólicos.

      Detrás de esta elección temática, muchos años después, Carlo Ginzburg reconoce que el recuerdo de la guerra y la persecución antisemita jugaron un rol importante. La analogía entre brujas y judíos era inconsciente, y tal vez eso le habría permitido profundizar, como lo hizo, en este objeto de estudio. Yo incluiría a los herejes para completar la tríada, tema al que se dedicó su maestro Cantimori. Y este es otro de los rasgos del taller del historiador de Ginzburg: reflexionar permanentemente sobre su propia investigación, apelando a aspectos autobiográficos. Se trata de una suerte de «egohistoria», como dirían los franceses, pero que al mismo tiempo hace partícipe al lector de sus descubrimientos y su proceso de razonamiento en un estilo muy personal. Esto lo hemos podido apreciar en las dos magníficas conferencias que nos ofreció en el marco del Coloquio Interdisciplinario de Humanidades en la PUCP y en el Instituto Italiano de Cultura.

      La importancia que otorgó Ginzburg a los documentos inquisitoriales no solo se aprecia en sus primeras obras históricas —en las que los utilizó como fuente— sino también en el hecho de que, en 1979, envió una petición al papa Juan Pablo II para que abriese los Archivos de la Inquisición. No logró una respuesta en ese momento, pero, en 1991, un grupo de universitarios lograron