Ivan Jablonka

Historia de los abuelos que no tuve


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el Revkom y llamara a expropiar al farmacéutico? Lo oigo lamentarse, como a otro rabino, el padre de Tsirele, en Krochmalna N.º 10: “Le apasionan las cosas modernas, va a mítines, lee diarios y libros, y eso le mete cualquier tipo de ideas en la cabeza. No quiere ir más al mikvé. ¡Incluso profesa que la mujer está a la par del hombre11!”. ¿Y cuántas veladas pasa la gente fulminándose, sacándose los ojos en las residencias ricas de la aldea, en lo de Erlich, en lo de Futerman, en lo de Weissman, en lo de Shapiro, el matarife ritual cuyos hijos militan en el Partido? Esos incrédulos, todavía imberbes, ¿pretenden haber descubierto las leyes de la Historia? ¡Miserable rebelión! Dudan de que Moisés haya llevado a cabo los milagros del Monte Sinaí, pero chicanean citando a Marx y a Darwin. ¡Tumba de la yiddishkeyt!

      Así se plantea el decorado, se recrea el conflicto, Marx contra Moisés, bandera roja contra sinagoga, llantos y maldiciones. Vayamos ahora al hogar Jablonka, en la calle Amplia. Hace algunos años ya que Mates se pasea con la cabeza descubierta y se niega a acompañar a su padre a la sinagoga; quizá hasta haya amenazado con tirar al suelo la Torah durante alguna fiesta donde los jóvenes deben cargarla. El viejo Shloyme se enteró –¿por su mujer, por un rumor, por la policía?– de que sus hijos son comunistas, que consideran a la religión de sus padres como una alienación, como un subproducto de la barbarie zarista, que ven en los rabinos el instrumento de la opresión burguesa. El anciano se adelanta. En su corazón, la cólera rivaliza con la tristeza, una tristeza íntima, sin fondo, porque siente que algo fracasó en la educación, algo se le escapó sin que sea del todo culpa suya. Mates baja la mirada cuando el patriarca se acerca, pero su sangre bulle.

      Esta escena es un lugar común. La encontramos en la admirable Jazz Singer de Alan Crosland (1927), primera película hablada de la historia del cine, que cuenta la revuelta de un joven jazzman contra su padre, chantre de sinagoga. Para representarse el altercado entre Mates y el viejo Shloyme, basta con reemplazar “jazz” por “comunismo”.

      –¿Te atreves a traer tu comunismo a mi casa?

      –Ustedes pertenecen al viejo mundo. La tradición está bien, pero los tiempos han cambiado. ¡Voy a vivir mi vida como me parezca!

      Hay algo de profundamente real en este diálogo inventado: los “adioses a Dios”, como dice Joseph Minc (2006: 29 y sigs.), nacido en una familia judía practicante de Brest Litovsk, que entró en el Partido en 1924, a los 16 años. De hecho, Mates se dice comunista, no judío. En la cárcel, explica un guardia durante el juicio, Mates prohíbe que sus compañeros de celda recen. En Buenos Aires, en los años cincuenta, Simje junta dinero y organiza reuniones para la Direkte Hilf, el comité de solidaridad con los judíos víctimas de la guerra, pero por nada del mundo pondría los pies en una sinagoga. Si bien los hijos hablan ídish como sus padres, quieren extirparse del gueto –al igual que sus enemigos sionistas–, encarnar al hombre nuevo, orgulloso, libre, calado por los golpes que ha recibido, centinela del mundo en gestación.

      ¿Pero acaso es tan fácil hacer tabula rasa del pasado? A pedido mío, Benito esboza el retrato de su abuelo, el venerable Shloyme, cuyos tefilin le tocaron en suerte: “Un asceta. Se contenta con lo que tiene. Sus cinco hijos son comunistas y se casaron con gente de la misma calaña. Ellos también son ascetas. Sólo hablan de cultura”. Ascesis y cultura: interesante filiación espiritual. Una muchacha judía polaca atestigua: “Era la única chica de la casa y soy la única que se convirtió al comunismo, pese a las imprecaciones de mi padre: ‘Estás enojando a Dios. Un gran drama acaecerá a los judíos’. No obstante, mi padre me amaba. [...] Estaba orgulloso de encontrar en mí la firmeza que le era propia” (Wieviorka, 1986: 23-24). Y hete aquí que doy con este fragmento del Yizker Bukh: en los años 1920, los jóvenes de Parczew pasaron a la velocidad del rayo “de los oratorios a los partidos políticos, y en el seno de estos obraban con tal dedicación y pasión que incluso la gente de la vieja generación los miraba con respeto” (Tendlarz-Shatzki, 1977).

      ¡Los comunistas suscitan admiración! Ahí están los nuevos fieles, el pueblo elegido del siglo xx. Sus 1 de mayo reemplazan las ancestrales celebraciones bíblicas. Su disciplina de hierro sustituye las reglas e interdicciones que ciñen la vida de los religiosos. Ellos también son hombres de estudio y doctrina, ortodoxos, puros. Sus operaciones clandestinas refinan los misterios de la cábala. Su fe trasciende la de sus padres, su mesianismo es igual a aquel que odian tanto, y ese homenaje sólo se puede manifestar en y por medio del conflicto. Como los profetas, anuncian la armonía universal: la redención no salvará únicamente a los hijos de Israel, sino a todos los hombres y en este mundo. El comunismo es la muerte y la metempsicosis del judaísmo, la herejía libertadora de esos “judíos no judíos”, como dice Isaac Deutscher (1968: 26 y sigs.), de todos esos revolucionarios desde Jesús hasta Trotski, pasando por Spinoza, quienes, haciendo añicos la carcasa de la religión para abrazar lo universal, se convierten conscientemente en parias y son perseguidos por esos mismos a quienes habían venido a salvar. De ahí surge esta hipótesis, más fuerte que la anterior: Shloyme, el piadoso guardián del baño, no repudia a sus hijos. No sólo acepta sus elecciones, sino que comparte sus pruebas. El expediente judicial de Mates indica que durante el juicio de 1934 su padre, de 70 años, “tras haber sido informado de su derecho a no declarar, dice que desea prestar testimonio y estuvo presente en la sala durante toda la audiencia”. ¿Existe siquiera un conflicto? El padre es ortodoxo, como todos los viejos, el hijo es comunista, como todos los jóvenes: es una cuestión de generación, no se van a enfadar por tan poco.

      Pero sucede que las cosas se complican: a lo largo del año 1932, y de nuevo en 1933, unos desconocidos llaman a la buena gente de Parczew a la revolución, colgando banderolas en los cables eléctricos y telefónicos de la ciudad, desafiando a los policías, que concluyen sus multas con el siguiente comentario impotente pero amenazador: “Procedimiento en curso”.

      El 21 de enero de 1932, en la ruta de Parczew a Radzyń Podlaski, se despliegan unas telas rojas con los siguientes lemas: “¡Viva la lucha revolucionaria!”, “¡Viva el día del aniversario de las 3 L, Lenin, Liebknecht, Luxemburgo!”.

      La noche del 15 al 16 de mayo de 1933, en la calle de la Iglesia, colgado a los cables telefónicos: “¡Abajo la guerra con la Unión Soviética! ¡Abajo el terror blanco! ¡Abajo la dictadura fascista del miserable Pilsudski!”. Firmado: KZMP de Parczew.

      Noche del 30 de agosto de 1933, en un puesto de venta: “¡Viva el Día Internacional de la Juventud Comunista!”.

      Estos eslóganes, que se pueden leer en toda la región –ora rojo sobre blanco, ora blanco sobre rojo, casi siempre en polaco, a veces en ruteno–, reflejan la división del mundo según los comunistas: por un lado, el gobierno “fascista” de Pilsudski, que mata de hambre al pueblo y hace reinar el terror; por el otro, los combatientes de la libertad, que trabajan para formar una nueva república soviética, como modo de reconciliar el internacionalismo proletario de origen luxemburguista y trotskista con la política estalinista del “socialismo en un solo país”. En mayo de 1926, empero, el KPP había apoyado el Golpe de Estado de Pilsudski, que en teoría inauguraría la etapa burguesa de la Revolución; a partir de entonces, redobla el celo para hacer olvidar su “error de mayo”. A principios de la década de 1930, en el momento en que Mates e Idesa entran en la lucha, Polonia se hunde en la recesión mientras que el gobierno entierra las reformas sociales, favorece a los propietarios de bienes raíces, restringe las libertades, encierra a los opositores, y los demócrata-cristianos y los Endeks intensifican su propaganda antisemita. El tratado que protege a las minorías es repudiado (Lukowski y Zawadzki, 2010: 266 y sigs.; Beauvois, 1995: 308 y sigs.). Pese a la crisis, Pilsudski sigue siendo bastante popular en el país, en particular entre los judíos, a quienes garantiza cierta seguridad.