para informarles sobre el estado actual de la búsqueda. Andy se mostró inquieto durante toda la explicación y, en la primera pausa que se produjo, dijo que, si eso era todo, le gustaría regresar ya con el equipo de búsqueda, muchas gracias. Entonces, ignoró o no se percató de la mirada de enfado de su mujer, se levantó y se marchó.
Me hubiera gustado tener la oportunidad de hablar con Cole sobre el titubeo de Joanne, pero era evidente que la sargento no quería dejarla sola. Aunque me pregunté si debía presionar yo mismo a Joanne, habría sido un error adelantarse a un superior. Probablemente no era nada…, pero podía estar equivocado.
—No lo asume —dijo Joanne una vez se aseguró de que su marido se había marchado—. Así que se mantiene ocupado.
—No creo que haya una forma de «asumirlo», Jo —respondió Cole.
—Peter —dijo Joanne de repente, volviéndose hacia mí—. Dígame la verdad, ¿qué posibilidades hay de encontrarlas?
Cole me miró también. Intenté no sentirme presionado.
—Creo que hay posibilidades de que las encontremos —contesté.
—¿Por qué lo crees? —Los ojos de Joanne se salían de las orbitas; estaba visiblemente desesperada.
—Porque se escaparon juntas —repuse—. Si alguien les hubiera hecho daño por los alrededores, a estas alturas ya tendríamos una pista. Y si hubiera sido alguien de fuera, lo habríamos visto entrar en el pueblo.
Joanne se sosegó. La verdad es que aquello no eran más que gilipolleces. Gilipolleces sin sentido, me atrevería a decir. Pero no daba la impresión de que Joanne quisiera que le ofreciese datos, simplemente buscaba una excusa para no derrumbarse.
No obstante, aquella conversación me dejó un regusto amargo en la boca.
De repente, sonó un tono de llamada pasado de moda que viene preestablecido en la mayoría de los teléfonos móviles. Sonó tres veces antes de que recordara que había cambiado el tono del mío —el tema de El Imperio contrataca, porque nadie quiere que esa cancioncita suene delante de los miembros de una familia angustiada— y tuve que darme prisa para responder antes de que saltara el contestador.
Cuando contesté, una mujer alegre me pidió que le confirmara que yo era Peter Grant. Tras hacerlo, me informó de que era la asistente personal del jefe Windrow y me pidió que fuera a su despacho, porque el inspector jefe quería hablar conmigo.
—¿Cuándo? —pregunté.
—En cuanto puedas —dijo.
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