xix pertenecientes a una Rusia cuya economía estaba fundada en la agricultura, Franco aspiraba, en sus delirios megalómanos, a que el Dios cristiano salvase no solo a la patria sino al mundo entero a través de España, también denominada tendenciosamente por algunos la «reserva espiritual de Europa». En un principio, Franco pretendía, cual Quijote, un retorno al pasado: volver a una realidad en la que Dios fuese el centro, en actitud defensiva frente al subjetivismo liberal —fruto del liberalismo político burgués. En palabras de Mercedes Martín Luengo, con Franco, la «España tradicional sigue enarbolando la bandera del credo cristiano frente al paganismo relativista y la modernidad reinante en Europa».1 Pero dicha fe insensata tenía verdaderamente poca utilidad política, y una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, que arrastró consigo a los sistemas dictatoriales con los que simpatizaba Franco, solo le quedó aliarse con Estados Unidos y abrir las fronteras de la llamada reserva espiritual, precisamente para que esta dejase de serlo. El capitalismo, enemigo del catolicismo autoritario franquista, habría de contaminar el territorio nacional. Se trataba de un sacrificio necesario que Franco había de realizar para la pervivencia del régimen y, por ende, de sí mismo. Franco eligió un mal menor por mera supervivencia. No hemos de olvidar que el régimen franquista fue una estructura diseñada para que Franco y sus élites siguiesen perpetuándose en el poder.
El franquismo tardío tenía cierta semejanza con la China comunista actual, en la que un régimen autoritario abre sus fronteras al capitalismo por necesidad, en una tremenda falta de coherencia cuya razón última es la pervivencia del poder político que ha de ser poseído exclusivamente por ciertas élites políticas y económicas. Así pues, en 1951, la necesidad de conservar el poder en un entorno político enrarecido llevó a Franco a negociar con el presidente Eisenhower los Pactos de Madrid, merced a los cuales se construirían cuatro bases militares estadounidenses en España a cambio de apoyo económico y de legitimidad política internacional para la dictadura.2 Una de estas bases militares fue la de Torrejón de Ardoz. No mucho antes, en 1946, el aeropuerto de Barajas, en las inmediaciones de Torrejón, había comenzado a operar. Ambos se encuentran al este de Madrid. Esto hizo necesarias una serie de vías de comunicación entre la capital y ambas instalaciones. Un año antes de iniciarse las obras de la base de Torrejón, el 8 de mayo de 1952, queda inaugurada la avenida de América, también conocida como la «primera autopista de España». En origen, dicha avenida fue diseñada para «mejorar las condiciones de vida de los pueblos del extrarradio», esas comunidades que a día de hoy son barrios asimilados por la propia ciudad: Ciudad Lineal, San Blas-Canillejas, Guindalera, Barajas, San Juan Bautista, Piovera. Muchos de esos distritos eran barrios obreros. De este mismo periodo datan los edificios que hoy dominan la plaza de avenida de América, el más destacado de los cuales es la llamada Torre Iberia. Los obreros que construyeron esos edificios fueron recompensados con viviendas en una colonia de casas bajas y ajardinadas que se encuentra justo en frente: la Colonia Virgen del Pilar. Barrios como San Blas, por otro lado, fueron el fruto de las políticas sociales de Franco y su Plan de Urgencia Social de 1957, con el que se construyeron hasta veinte mil nuevas viviendas. Se estaba configurando la estructura urbanística que serviría de decorado y sustrato a parte del universo macarra del que hablaremos en páginas sucesivas.
Torre Iberia, avenida de América (1953).
Los inicios de la década de 1950 fueron unos años de grandes cambios y desarrollo en la capital de España. Por el noreste se construyeron también nuevas viviendas, muchas de las cuales fueron ocupadas por militares norteamericanos, como en el llamado barrio de Corea (por la guerra que luchó Estados Unidos entre 1950 y 1953). Digamos que en esa época toda la zona noreste de Madrid estaba en construcción. Algunos de los soldados, dependiendo de su estatus en el propio ejército, vivían en unos barrios o en otros. La zona del barrio de Corea la ocuparon por lo general importantes militares, mientras que en otros lugares, como aquellos que conforman la ciudad dormitorio de barrio de la Concepción, se alojaban soldados rasos.
En 1953 se inicia, en este último barrio, la construcción de las llamadas Colmenas, también conocido como el Complejo Residencial del parque Calero. Se trata de unas enormes edificaciones que seguían algunos de los parámetros de la ciudad autónoma establecidos por el arquitecto suizo Le Corbusier, inspirador del movimiento brutalista en la arquitectura. Estas ocho mil viviendas fueron construidas por José Banús, poco después de completar el Valle de los Caídos. La mayoría de ellas miden entre 55 y 60 metros cuadrados. La idea era crear grandes edificaciones a modo de microcosmos con viviendas y locales comerciales integrados, que fuese capaz de «respirar» y auto-abastecerse. Gran parte de sus habitantes habían sido realojados desde poblados chabolistas de la Ventilla, gente que vivía antaño en el ensanche de la Castellana. Según un artículo de El Mundo: «Las viviendas fueron adquiridas por los estratos enriquecidos del régimen, que las arrendaron a las clases bajas, a razón de 415 pesetas al mes. Sin dotaciones y alejadas del centro de la capital, pues cuando se construyeron, desde 1953, aún no existían ni la m-30 ni el parque de las avenidas».3 Las Colmenas eran habitadas por muchas familias, contenían prostíbulos —muchos más que a día de hoy— y en ellas vivían muchas «queridas» de altos cargos de la policía y el ejército. Estos les «ponían un pisito» para poder visitarlas cuando necesitasen saciar su apetito sexual. Normalmente, sus «benefactores» eran padres de familia casados: «hombres de bien» con una doble vida.
Colmenas construidas por José Banús (1953).
No es de extrañar que estos grandes bloques organicistas fuesen más conocidos como Colmenas, que son la forma de organización social animal que sirve de base a la meditación filosófica en torno al funcionalismo y la integración armónica de elementos dispares, al menos desde el siglo xviii. La colmena ha representado siempre la metáfora de toda sociedad armoniosa y equilibrada. Dicha armonía, sin embargo, pertenecía, al menos en el caso de estas grandes moles, más al ámbito de la imaginación y al pensamiento abstracto que al de la realidad material, puesto que las expectativas utópicas que suscitaron como proyecto jamás se cumplieron. En los ochenta se convirtieron en el escenario idóneo para películas de cine quinqui o tragicomedias sobre la clase trabajadora, como Colegas (1982) o Qué he hecho yo para merecer esto (1984).4
También en estos años se levantó el barrio de parque de las avenidas, colindante con la autopista de avenida de América, donde vivían muchos pilotos de Iberia. Todavía hoy representa un gran bastión del franquismo tardío, tanto estética como culturalmente, puesto que muchos de los adinerados miembros de la estructura socioeconómica del franquismo siguen vivos todavía, y uno puede encontrarlos precisamente ahí. De dicho barrio provienen los Hombres G, que al hacer pellas del Colegio Menesiano, frente a la m-30, iban al mítico bar Rowland, regentado por el Nano y abierto aún a día de hoy. Al otro lado de la carretera está el barrio de la Concepción.
Bar Rowland. © Rocío García.
¿Qué ocurre con la llegada de los americanos a estos barrios? Que comienzan a surgir locales para el placer y el disfrute sensual; establecimientos donde hay alcohol, cabarets y prostitución. Desde entonces, tanto el barrio de la Concepción como la parte este de la Castellana (barrio de Corea) cuentan con prostíbulos que nacen de las necesidades de la soldadesca norteamericana, solo que Corea era el lugar de las «putas finas», como dice uno de mis informantes.5 En sus locales podía uno conocer a tales mujeres para luego recalar en uno de los apartamentos unipersonales de Capitán Haya —al otro lado de la Castellana—, que siguen en funcionamiento a día de hoy. Dicha parte noroeste de Madrid, de más rango que el barrio de la Concepción, está atravesada por la calle Doctor Fleming, que en los años sesenta fue área festiva paradigmática de la capital. La calle Doctor Fleming se alza desde el estadio Santiago Bernabéu casi hasta la plaza de Castilla. La zona, irónicamente, fue construida en el seno de un franquismo sociológico sujeto a elementos como el estatus, las apariencias y una profunda represión de las pulsiones instintivas. De modo llamativo, los americanos —que pertenecían a otro mundo— daban rienda suelta