hechas acerca de Spurgeon, muchos se sorprendieron silenciosamente en 1964 cuando el eminente teólogo luterano Helmut Thielicke escribió su Encuentro con Spurgeon, una obra en la que elogió a Spurgeon en los términos más cálidos. Se preguntaban si en realidad un predicador victoriano autodidacta era digno de la atención del rector de la Universidad de Hamburgo. Fue el comienzo de un cambio que Spurgeon parece haber previsto: “Por mi parte”, había escrito, “estoy dispuesto a ser comido por los perros durante los próximos cincuenta años; pero el futuro más distante me ha de reivindicar”.8
Más que nada, lo que ha empujado a la gente aquí es la pura lucidez de su estilo. Escribió y habló con una prosa tan clara que podría confundirse fácilmente con una simplicidad superficial. Pero Spurgeon sabía que pensar en la dificultad de estilo como un indicador real de la profundidad de la sustancia es solo el error de los intelectualmente orgullosos.
Hermanos, deberíamos cultivar un estilo claro. Cuando un hombre no me hace entender a qué se refiere, es porque él mismo no sabe a qué se refiere... Si miras hacia un pozo, si está vacío, parecerá ser muy profundo; pero si hay agua en él, verás su brillo. Creo que muchos predicadores “profundos” son así simplemente porque son como pozos secos sin nada en ellos, excepto hojas en descomposición, unas pocas piedras y tal vez un gato muerto o dos. Si hay agua viva en tu predicación, puede que sea muy profunda, pero la luz de la verdad le dará claridad.9
En efecto, él creía que tal claridad de expresión es parte de la humildad semejante a la de Cristo a la que todos los teólogos y ministros de la Palabra son llamados.
Algunos nos impresionarían por su profundidad de pensamiento, cuando es simplemente un amor por las palabras grandes. Ocultar cosas claras en oraciones oscuras, es deporte en lugar de servicio a Dios. Si amas a los hombres más, amarás las frases menos. ¿Cómo solía hablarte tu madre cuando eras un niño? ¡Eso! no me digas. No lo imprimas. Nunca serán aptas para el oído público. Las cosas que ella solía decirte eran infantiles, y aún antes, para bebés. ¿Por qué hablaba ella así, porque era una mujer muy razonable? Porque ella te amaba. Hay una especie de tutoyage, como lo llaman los franceses, en el que el amor se deleita.10
Casi igual de fulminante para su reputación como teólogo fue su negativa a entretenerse en especulaciones o pasar tiempo en asuntos periféricos. “La especulación”, declaró, “es un índice de la pobreza espiritual del hombre que se rinde a ella”.11 Ahora bien, él era ciertamente un hombre de amplios intereses, pero vivía con tal sentido de urgencia y con tal convicción de la suficiencia de Cristo que la necesidad de predicar a Cristo crucificado tendía a prevalecer sobre las Escrituras oscuras o doctrinas inusuales.
Ciertamente, hay suficiente en el evangelio para cualquier hombre, suficiente para llenar cualquier vida, para absorber todo nuestro pensamiento, emoción, deseo y energía, sí, infinitamente más que lo que el cristiano más experimentado y el maestro más inteligente será capaz de extraer. Si nuestro Maestro continuó en Su único tema, podemos hacer lo mismo sabiamente, y si alguno dice que somos estrechos, disfrutemos de esa bendita estrechez que lleva a los hombres al camino angosto. Si alguno nos denuncia como reducidos en nuestras ideas, y encerrados en un conjunto de verdades, regocijémonos de estar encerrados con Cristo, y considerémoslo el verdadero engrandecimiento de nuestras mentes.12
Él es tan glorioso, que únicamente el Dios infinito tiene pleno conocimiento de Él, por lo tanto, no habrá límite para nuestro estudio, o estrechez en nuestra línea de pensamiento, si hacemos de nuestro Señor el gran objeto de todos nuestros pensamientos e investigaciones.13
Con todo, Spurgeon era, de forma bastante consciente, un teólogo. Ávido en su estudio bíblico, teológico y lingüístico, creía que cada predicador debería ser un teólogo, porque solo la teología robusta y carnosa tiene el valor nutricional para alimentar y hacer crecer cristianos robustos e iglesias robustas.14
Algunos predicadores parecen tener miedo de que sus sermones sean demasiado ricos en doctrina, y dañen así las digestiones espirituales de sus oyentes. El miedo es superfluo...Esta no es una época teológica, y por lo tanto se queja ante la enseñanza doctrinal sana, sobre el principio de que la ignorancia desprecia la sabiduría. Los gloriosos gigantes de la era puritana se alimentaron de algo mejor que las cremas batidas y pasteles que ahora están tan de moda.15
Por eso, aunque no era un innovador teológico, trató de evitar la superficialidad en teología justamente con el mismo entusiasmo con que evitó la oscuridad en la comunicación.
La idea de que solo tenemos que clamar, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, y repetir para siempre las mismas simplicidades, será fatal para un ministerio continuo sobre un pueblo si intentamos llevarla a cabo. El grupo de evangélicos en la Iglesia de Inglaterra fue una vez supremo; pero perdió mucho poder debido a la debilidad de su pensamiento, y su evidente creencia en que las trivialidades piadosas podrían captar la atención de Inglaterra.16
Esa combinación de inquietudes, por la profundidad teológica con sencillez de expresión, hizo de Spurgeon un teólogo de mentalidad pastoral preeminente. Él quería ser tanto fiel a Dios como entendido por las personas. Eso, seguramente, es una perspectiva semejante a la de Cristo y saludable para cualquier teólogo. Y es por esa razón que él es un pensador tan gratificante y refrescante.
CAPÍTULO 1
UN HOMBRE LLENO DE VIDA
En persona, el Sr. Spurgeon era de estatura mediana y complexión robusta. Tenía una cabeza enorme y grandes rasgos del tipo inglés serio. En reposo, su rostro, aunque fuerte, podría haber sido llamado flemático, o incluso de expresión aburrida. Pero cuando hablaba brillaba con vivacidad de pensamiento, rápidos destellos de humor, benignidad, y sinceridad y cada fase de emoción que se agitaba dentro de él. Tenía muchos elementos de poder como predicador. Su voz era de sonoridad y dulzura maravillosas. Su lenguaje, con toda su simplicidad, estaba marcado por una precisión impecable y una inagotable riqueza de dicción. Estaba lo más lejos posible de ser un orador rudo o áspero, aunque tenía a su disposición un vasto vocabulario de palabras sajonas ordinarias. Nadie que solo lea sus sermones, puede formarse una idea de su efecto cuando eran pronunciados... Al escuchar al Sr. Spurgeon, uno reconocía que el elemento principal de su fuerza de mando en el púlpito era su profunda y ardiente convicción. El mensaje que daba tenía para él una importancia suprema. Toda su alma iba con su declaración. El fuego de su celo era consumidor, intenso, e irresistible.17
Antes de adentrarnos en la teología de Spurgeon sobre la vida cristiana, debemos conocer un poco al hombre mismo. Para hacer eso, quiero ponerme detrás de la figura pública para ver algo de la personalidad y el carácter del hombre. Ya que hay un tema unánime y a menudo repetido que se encuentra en el testimonio de aquellos que tuvieron tratos personales con él: Spurgeon fue un hombre que vivió todo en la vida con la mayor intensidad. Él no era simplemente una gran presencia en el púlpito. En la vida, se reía y lloraba mucho; leía ávidamente y sentía profundamente; era un trabajador celosamente diligente y un amante del juego y la belleza. Era, en otras palabras, un hombre que encarnaba la verdad de que estar en Cristo significa ser cada vez más humano, más plenamente vivo. En efecto, necesitamos dejar en claro que su vivacidad de carácter, aunque expresada en maneras particulares de él, no era una simple cuestión de personalidad única o heredada: era una expresión natural pero enteramente consciente de su teología. Como él lo dijo,
Cada uno de nosotros debería ser como ese reformador que se describe como “Vividus vultus, vividi occuli, vividæ manus, denique omnia vivida”, que prefiero traducir libremente—”un semblante radiante de vida, ojos y manos llenos de vida, en resumen, un predicador vivo, totalmente vivo”.18
Deberíamos estar completamente vivos, y siempre vivos. Un pilar de luz y fuego debería ser el emblema apropiado para el predicador.19
Sr. Gran-corazón
No hace falta gran perspicacia para ver que Spurgeon era un hombre de gran