del peregrino —el más dulce de todos los poemas en prosa—sin continuamente hacernos sentir y decir: “¡Vaya, este hombre es una Biblia viviente!” Dale un pinchazo en donde sea; y encontrarás que su sangre es Bíblica, la esencia misma de la Biblia fluye de él. No puede hablar sin citar un texto, porque su alma está llena de la Palabra de Dios.53
Puedes elegir casi cualquier sermón—y la mayoría de sus cartas—para demostrar el punto: las imágenes, los modismos y las referencias a las escrituras inundan cada párrafo de Spurgeon y parecen derramarse de él de una manera completamente natural y no forzada.
Era realmente la consecuencia natural de tener la opinión máxima y más cálida de la Biblia. “Inerrancia” no era un término en uso en los días de Spurgeon, aunque indudablemente él sostenía lo que hoy se llamaría una visión inerrante de las Escrituras. En repetidas ocasiones enseñó, defendió y dedicó sermones completos a lo que llamaba la “infalibilidad” de las Escrituras.54 Uno de sus primeros sermones en Londres como pastor de la Capilla de New Park Street fue sobre el tema de la Biblia; en este articuló la visión clásica de la infalibilidad (o inerrancia, como se denominaría hoy):
Aquí yace mi Biblia—¿quién la escribió? La abro, y encuentro que consiste en una serie de tratados. Los primeros cinco tratados fueron escritos por un hombre llamado Moisés. Sigo adelante y encuentro otros. A veces veo que David es el escribiente, otras veces, Salomón. Aquí leo a Miqueas, luego a Amos, luego a Oseas. Al ir más allá, a las páginas más luminosas del Nuevo Testamento, veo a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Pablo, Pedro, Santiago y otros; pero cuando cierro el libro, me pregunto ¿quién es el autor? ¿Estos hombres reclaman conjuntamente la autoría? ¿Son ellos los compositores de este volumen masivo? ¿Se dividen entre ellos mismos el honor? Nuestra santa religión responde, ¡No! Este volumen es la escritura del Dios viviente: cada letra fue escrita con un dedo Omnipotente; cada palabra en ella cayó de labios eternos, cada oración fue dictada por el Espíritu Santo. Si bien, Moisés fue empleado para escribir sus historias con su pluma de fuego, Dios guió esa pluma.55
Es decir, Dios es el autor divino y confiable de cada letra de la Escritura; Dios utiliza autores humanos para transmitir (en muchos estilos y géneros diferentes) lo que quiere decir. Es necesario decir que cuando Spurgeon hablaba así de la absoluta y total confiabilidad de las Escrituras, se estaba refiriendo a los manuscritos originales y no a ninguna traducción. Él creía que la versión Autorizada o King James tal vez era insuperable como traducción y, sin embargo, podía decir: “A veces me avergüenzo de esta traducción...cuando veo cómo, en algunos puntos importantes, no es fiel a la Palabra de Dios”.56
Además, él veía que, dado que la Biblia es la propia Palabra de Dios, es tanto suprema como fundamental en su autoridad. Todas las demás autoridades deben inclinarse ante ella, y ninguna autoridad —ninguna iglesia, erudito o papa— necesita sentarse detrás o por encima de ella, ofreciendo algún tipo de respaldo que haría falta de no ser así. La Biblia, en otras palabras, es fidedigna en su supremacía.
Hay una majestad peculiar, una plenitud notable, una potencia singular, una dulzura divina, en cualquier palabra de Dios, que no se puede descubrir, ni nada como ella, en la palabra del hombre... Es la enseñanza inspirada de Dios, infalible e infinitamente pura. La aceptamos como la palabra misma del Dios viviente, cada jota y cada tilde, no tanto porque existan evidencias externas que demuestren su autenticidad —muchos de nosotros no sabemos nada de esas evidencias, y probablemente nunca lo sabremos— sino porque discernimos una evidencia interna en las palabras mismas. Han venido a nosotros con un poder que ningunas otras palabras han tenido jamás en sí mismas, y no se nos puede aducir a dejar nuestra convicción sobre su excelencia superlativa y autoridad divina.57
Cristo y Su Palabra
A pesar de su reverencia por las Escrituras y su consideración supremamente elevada de ellas, Spurgeon no era bibliólatra. Esto es porque él pensaba en la Biblia no como un objeto en sí mismo para ser considerado independientemente sino como “la palabra de Cristo” (Rom.10:17; Col. 3:16). Por lo tanto, su respeto por la Biblia era uno con su respeto por Cristo. Para él, la Biblia no era rival de Cristo, sino la Palabra y la revelación de Cristo a través de la cual Cristo es recibido y Su voluntad es dada a conocer. Sugerir que la Biblia pudiera ser falible sería sugerir que Cristo es un maestro falible. La indiferencia hacia la Biblia sería indiferencia hacia Él. “¿Cómo podemos reverenciar Su persona, si Sus propias palabras y las de Sus apóstoles son tratadas con irrespeto? A menos que recibamos las palabras de Cristo, no podemos recibir a Cristo”.58
Spurgeon amplió este tema en un sermón que predicó en 1888, “La Palabra una Espada”. Su texto era Hebreos 4:12, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. En su búsqueda por comprender el verso, se encontró dividido entre los campos interpretativos de Juan Calvino y John Owen. Por un lado, Calvino (entre muchos otros) tomó “la palabra de Dios” como refiriéndose allí a la Biblia; por el otro, Owen y otros habían entendido que denotaba a Cristo, la Palabra eterna. Spurgeon pensaba que la propia existencia de la dificultad—con dos exegetas tan eminentes y cuidadosos que no estaban de acuerdo en cuanto a lo que significaba—era en sí misma instructiva.
Esto nos muestra una gran verdad, que de otro modo no habríamos notado tan claramente. ¡Hay tanto que puede decirse del Señor Jesús que también puede decirse del volumen inspirado! ¡Cuán cerca están estos dos aliados! ¡Cuán ciertamente los que desprecian a uno rechazan al otro! ¡Cuán íntimamente unidas están la Palabra hecha carne y la Palabra enunciada por hombres inspirados!59
El libro es la revelación de Cristo, que es la Palabra eterna y la revelación de Su Padre; como tal, no se puede considerar separado de Cristo. El libro es vivo y activo porque Cristo es vivo y activo. Y así como Cristo no puede dejarse fuera de la Escritura, tampoco la Escritura puede separarse de Cristo. “Toma este Libro, y destílalo en una sola palabra, y esa sola palabra será Jesús. El Libro en sí no es más que el cuerpo de Cristo, y podemos ver todas sus páginas como los paños de tela del infante Salvador; porque si desenrollamos las Escrituras, nos encontramos con el mismo Cristo Jesús”.60
La inseparabilidad de la Biblia con respecto a Cristo significaba que Spurgeon no tenía una doctrina abstracta de la infalibilidad / inerrancia en aras del racionalismo culturalmente innato de la Ilustración. Atesoraba la Biblia y la consideraba enteramente confiable porque atesoraba a Cristo y lo consideraba a Él completamente confiable. (Y, sellando el vínculo entre los dos, él atesoraba a Cristo porque la Biblia evidentemente lo presenta como evidentemente bueno, bello y verdadero).
También significaba que Spurgeon solo podía estar interesado en el Cristo de la Biblia, a diferencia de aquellos que aman a un “Jesús” diferente del que es dado a conocer en la Escritura.
Hay algunos hoy en día que niegan toda doctrina de revelación y, sin embargo, ciertamente, alaban a Cristo. Se habla del Maestro en el estilo más halagador, y luego se rechaza Su enseñanza, excepto en la medida en que pueda coincidir con la filosofía del momento. Hablan mucho de Jesús, mientras que aquello que es el verdadero Jesús, es decir, Su evangelio y Su Palabra inspirada, lo rechazan. Creo que los describo correctamente cuando digo que, como Judas, traicionan al Hijo del hombre con un beso.61
El gran tema de la Escritura
El hecho de que la Escritura es la Palabra de Cristo, que su propósito y tema principal es Cristo, sirvió como una fuerte línea melódica a través de todo el pensamiento y ministerio de Spurgeon. Aquí, debemos tener claro que, con “Escritura”, Spurgeon se refería tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento: de principio a fin, la Escritura es la Palabra de y acerca de Cristo. “Podemos comenzar en Génesis y seguir hasta el Libro de Apocalipsis, y decir de todas las historias sagradas, ‘Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios’”.62
Esto significaba que cuando su congregación se sentaba para escucharlo exponer un pasaje del Antiguo Testamento, podían estar bastante seguros de que escucharían un sermón explícitamente cristiano. Y no era solo que los profetas anunciaron