Michael Reeves

Spurgeon y la Vida Cristiana


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Testamento sí señalaba hacia Cristo de esa manera—pero hacía más que eso. Los creyentes del Antiguo Testamento serían descritos como hermanos y hermanas de la misma fe, como amigos de Cristo. Spurgeon podía hablar de esta manera porque era insistente y claro en que no hay un creador o Señor del pacto además de Cristo, el Hijo eterno del Padre. Cristo no solo fue profetizado en el Antiguo Testamento; Él estuvo activamente presente en el mismo.

      Él era la Palabra divina a través de la cual Su Padre trajo todas las cosas a la existencia; Él fue quien conversó con Adán y Eva en el Edén. “Era Jesús quien se paseaba en el jardín del Edén al aire del día, porque Sus delicias eran con los hijos de los hombres”.63

      Pasó el tiempo, y los hombres cayeron, y luego se multiplicaron sobre la faz de la tierra; pero las delicias de Cristo todavía eran con los hijos de los hombres, y a menudo Él, de una forma u otra, visitaba esta tierra, para conversar con Abraham, o para luchar con Jacob, o para hablar con Josué, o para caminar en el horno de fuego ardiente con Sadrac, Mesac y Abed-Nego. Siempre estaba anticipando el momento en el que realmente habría de asumir la naturaleza humana y cumplir con Sus compromisos del pacto.64

      Spurgeon enseñaba que fue Jesús quien sacó a Su pueblo de Egipto (Judas 5), quien se encontró y conversó con Moisés en la zarza ardiente y con Salomón y Ezequiel en sus visiones, quien le dijo a Isaac: “No temas, porque yo estoy contigo”.65 En especial el Hijo divino visitaría a los fieles, como Abraham: “Los amigos seguramente se visitan unos a otros”.66

      El sol entre las doctrinas

      La visión de Spurgeon de la Biblia encontraba su propósito y lugar a la luz de Cristo. De hecho, en su mente, todas las doctrinas encontraban su lugar apropiado únicamente en su órbita alrededor de Cristo. (Por esta razón, una introducción ejemplar al pensamiento y la predicación de Spurgeon es Los logros gloriosos de Cristo).67 De esta manera, Spurgeon veía la teología como la astronomía: así como el sistema solar tiene sentido únicamente cuando el sol es central, los sistemas de pensamiento teológico son coherentes solo cuando Cristo es central. Toda doctrina debe encontrar su lugar y significado en su relación correcta con Cristo. “Ten la seguridad de que no podemos tener la razón en el resto, a menos que pensemos correctamente sobre ÉL... ¿Dónde está Cristo en tu sistema teológico?”68 Así, por ejemplo, cuando pensamos acerca de la doctrina de la elección, debemos recordar que somos elegidos en Cristo; cuando pensamos en la adopción, debemos recordar que somos adoptados solamente en Él. Y así sucesivamente: somos justificados en Él, preservados en Él, perfeccionados, resucitados y glorificados en Él. Toda bendición del evangelio se encuentra en Él, “porque Él es todas las mejores cosas en uno”.69

      Sin embargo, incluso esa analogía astronómica puede ser demasiado débil como para captar realmente cuán Cristo-céntrico era Spurgeon en su pensamiento. Para él, Cristo no es simplemente un componente—por crucial que sea—en la maquinaria más grande del evangelio. Cristo no es el vendedor ambulante de alguna verdad, recompensa o mensaje que no sea Él mismo, como si por medio de Cristo obtuviéramos lo auténtico, ya sea el cielo, la gracia, la vida o lo que sea. “Es Cristo, y no el cielo, la necesidad agonizante. El que recibe a Cristo recibe el cielo. El que no tiene a Cristo sería miserable en el paraíso”.70 Cristo mismo es la verdad que conocemos, el objeto y la recompensa de nuestra fe, y la luz que ilumina cada parte de un sistema teológico verdadero. En el prefacio fundamental de su primer volumen de sermones, escribió:

      Jesús es la Verdad. Creemos en Él,—no meramente en Sus palabras. Él mismo es Doctor y Doctrina, Revelador y Revelación, el Iluminador y la Luz de los Hombres. Él es exaltado en cada palabra de verdad, porque Él es su suma y sustancia. Él se sienta por encima del evangelio, como un príncipe sobre su propio trono. La doctrina es más preciosa cuando la vemos destilar de Sus labios y encarnada en Su persona. Los sermones son valiosos en la medida en que hablan de Él y señalan hacía Él. Un evangelio sin Cristo no es evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría para los demonios.71

      Cristo siendo la gloria de Dios, ilumina toda doctrina, y es solo en Su resplandor que las doctrinas cristianas son y se muestran gloriosas. Es por eso que, escribió Spurgeon, “No puedes probar la dulzura de ninguna doctrina hasta que hayas recordado la conexión de Cristo con ella”.72 Esto también ayuda a explicar la pasión de Spurgeon por la ortodoxia bíblica, que se ve más claramente en la amarga lucha de “La Controversia del Declive”.73 No era que tuviera un apego inflexible a algún sistema abstracto de pensamiento; él veía el liberalismo y las falsas enseñanzas como un asalto directo a la naturaleza misma y la gloria del Cristo que murió por él. Observe, entonces, cuán inmediatamente se mueve aquí del “evangelio” al Salvador: “Mi sangre hierve con indignación ante la idea de mejorar el evangelio. No hay más que un Salvador, y ese único Salvador es el mismo para siempre”.74

      Con una atracción gravitacional tan fuerte hacia Cristo en su teología, podría pensarse que Spurgeon había sucumbido a un Cristomonismo distorsionado. Sin embargo, ese nunca fue el caso: reconociendo a Cristo como el Hijo ungido por el Espíritu y la gloria de Su Padre, el Cristocentrismo de Spurgeon fue Trinitario de principio a fin. Por lo tanto, al predicar o escribir sobre Cristo, a menudo resultaría envuelto en reflexiones Trinitarias profundas, como atestigua el material inicial de su primer sermón como pastor de la capilla de New Park Street:

      El estudio más excelente para expandir el alma es la ciencia de Cristo, y Él crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad. Nada ampliará así el intelecto, nada engrandecerá así el alma entera del hombre, como una investigación devota, seria y continua del gran tema de la Deidad. Y, aunque produce humildad y expansión, este tema es eminentemente consolador. Oh, al contemplar a Cristo, hay un bálsamo para cada herida; al meditar en el Padre, hay un alivio para cada dolor; y en la influencia del Espíritu Santo, hay un bálsamo para cada llaga. ¿Quisieras perder tus penas? ¿Quisieras ahogar tus preocupaciones? Entonces ve, sumérgete en el más profundo mar de la Deidad; piérdete en Su inmensidad; y saldrás como de un lecho de descanso, refrescado y vigorizado. No conozco nada que pueda consolar al alma; calmar las crecientes oleadas de dolor y tristeza; hablar paz al viento de la prueba, tanto como una meditación devota sobre el tema de la Deidad.75

      Cómo leer la Biblia

      En 1879, Spurgeon predicó un sermón titulado “Cómo leer la Biblia”, que resumía su enfoque experiencial y Cristo-céntrico de las Escrituras.

      Su primer punto era que para leer la Biblia correctamente, el lector debe entender lo que está escrito. “Entender el significado es la esencia de la verdadera lectura”.76 Desde el principio, Spurgeon es claro en que, al buscar ser experiencial, no permitirá el tipo de misticismo que omite el intelecto. Es la “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) la que nos transforma “de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). “Debe haber un conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan, antes de que pueda haber un disfrute de ellas”.77

      Entonces, mucho de lo que es considerado lectura de la Biblia no es realmente lectura de la Biblia en absoluto, como la entendía Spurgeon. “¿No leen muchos de ustedes la Biblia de una manera muy apresurada —solo un poco, y luego se van?”, preguntó. “Cuán pocos de ustedes están resueltos a llegar a su alma, su jugo, su vida, su esencia, y deleitarse en su significado”.78 Cuando el ojo pasa casualmente sobre los versículos sin involucrar la mente, esa no es una lectura verdadera. Es mucho más probable que sea evidencia de la cruda superstición de que la religión demanda una ejecución irreflexiva de un ritual de lectura regular. Mientras otros hacen peregrinaciones y realizan penitencias, los evangélicos pasan sus ojos por encima de los capítulos de la Biblia —y podrían hacerlo igual de bien con el libro al revés. En efecto, Spurgeon insistiría en este punto profundamente, argumentando que la mente debe estar más que involucrada de manera indiferente:

      La lectura tiene un núcleo, y el mero caparazón