la convivencia y la solidaridad.2 Es algo que está implícito en las reflexiones de Marco Tulio Cicerón como filósofo, el más grande abogado y orador, empeñado en tener con el semejante una relación centrada en la objetividad simbólica y no en el predominio de lo imaginario.3 Cuestión que nos obliga, de paso, a aclarar que los contenidos de esta elaboración operan desde la lógica del símbolo, el cual lleva a cabo un doble movimiento: mostrar ocultando y esconder manifestando. Así, los capítulos que componen el presente trabajo son símbolos que metaforizan (o esconden) la verdad de la agresividad y la violencia en los vínculos sociales en nuestro país, lugar en el que al parecer muchos sujetos reprimen el amor en la relación con sus semejantes. Entonces, dicha representación alegórica, el símbolo, se asemeja al mecanismo de la represión, el cual también oculta lo que —la pulsión— desea manifestar y manifiesta lo que —la moral— quiere ocultar.
En esta perspectiva, es evidente para todo el mundo que la tranquilidad del alma y la paz relativa con el semejante en la vida familiar, en la escuela y en la vida social en general son consecuencia de la claridad y la coherencia que se tengan en los usos de la palabra y el lenguaje (Séneca, 1991). La noción de paz proviene del latín pax, pacis y se define en general como la virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones. En el ámbito de lo colectivo, paz es un concepto contrario al de guerra, es un estado interior (identificable con los conceptos griegos de ataraxia y sofrosine) exento, en el plano manifiesto, de sentimientos negativos (odio, ira y violencia).
Actualmente, una paz así es la anhelada por el espíritu de la sociedad colombiana. Tal y como Cicerón también la deseó con todas sus fuerzas para la Roma de su época.4 Sin embargo, ya tendremos ocasión de advertir, a partir de la propuesta interpretativa del presente trabajo, que una paz pensada en esos términos en realidad es poco probable. Porque una sociedad en la que sus integrantes no se esfuerzan por asumir sus inclinaciones agresivas y comunicarse de manera veraz para reducir lo imaginario en sus formas cotidianas de comunicación está propensa a vivir en medio de la incertidumbre que genera no saber quién es realmente el semejante y si se puede o no confiar en él.5
La confianza en el semejante tiene mucho que ver con los usos de la palabra, el lenguaje y la oratoria, pues sabemos que alguien es confiable cuando verificamos que existe coherencia entre las palabras y lo que hemos pactado con él. Algo que Cicerón procuraba comprobar con sus coetáneos y que, hasta los niños, así no tengan una madurez psicológica suficiente, están en condiciones de captar, pues, cuando se les promete algo y luego no se les cumple, reaccionan con angustia, malestar y agresividad. Los conflictos siempre existirán, pero es necesario trabajar para que al otro no se le suprima por ser diferente, por discutir o polemizar. Aún sigue siendo inexcusable promover el conflicto por medio de la palabra, tal y como Cicerón lo propusiera, sin que ello termine en el asesinato del otro.
Esta coherencia proporcional entre las palabras y la realidad de los acuerdos es necesaria en un proceso de paz como el que ya se llevó a cabo en La Habana y que tuvo en vilo a la sociedad colombiana, como seguramente también lo estuvo la Roma de Cicerón (que no creaba mitos como Grecia, sino que glorificaba los acontecimientos propios de la historia, los cuales, dicho sea de paso, no son parte constitutiva del presente trabajo, en el que se privilegian las ideas sobre los deberes morales, como fundamento de los derechos humanos) en medio de las turbulencias de aquella época, que se asemejan en muchos aspectos, según Taylor Caldwell (2011), al mundo moderno. Desde Cicerón hasta el presente, la paz nunca ha sido una realidad humana, las inclinaciones agresivas no lo han permitido. Dice la mencionada autora:
La Pax Romana, concebida en un espíritu de paz, conciliación y legislación mundial, se asemeja misteriosamente a las Naciones Unidas de hoy […] como dijo Cicerón y antes que él Aristóteles: ‘Las naciones que ignoran la Historia están condenadas a repetir sus tragedias’ (pp. 11-12).
Es por esta razón que es necesario el concierto de las disciplinas que se ocupan de la memoria y no tanto de los acontecimientos notorios de personajes ilustres, y por ello nos interesa, de manera singular, la mentalidad de Cicerón: su actitud moral y su disposición frente a los deberes consigo mismo, con los otros, con las cosas y con los dioses; algo que al parecer en el sujeto contemporáneo está más ausente que presente. Para Cicerón, el otro, la ley y los comités de ética sí existen, a diferencia de lo que sucede con la mayoría de los integrantes de los grupos subversivos en nuestro país.6
Con relación a la memoria y al estrecho vínculo entre esta, el dolor y las víctimas se llevó a cabo, por parte de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas, la Vicerrectoría Pastoral, la Escuela de Arquitectura y Diseño, la Escuela de Ciencias Sociales y el Colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana, en asocio con la Casa Museo de la Memoria y la Universidad Cooperativa de Colombia, el “I Seminario internacional de estudios críticos: la justicia de la memoria” y el “VIII Seminario internacional de psicología social”.7 El contenido del presente libro se inscribe pues en la lógica del mencionado vínculo, desde la perspectiva de la articulación entre la psicología social y el psicoanálisis, discurso que a mi manera de ver posee una teoría bastante provocadora sobre la memoria (inconsciente), que no es nada despreciable para intentar comprender, sensibilizarse y adoptar una postura de solidaridad con el dolor de las víctimas y el de sus familias, en un pueblo como el nuestro, bastante influido por la psicología colectiva de la corrupción y azotado por el crimen, al igual que la Roma de Marco Tulio Cicerón.
Considero que un orador como Marco Tulio Cicerón es un fiel representante de la defensa pública de los derechos humanos, pues estoy convencido de que estos tienen validez cuando, en primer lugar, las palabras son utilizadas con un alto sentido de responsabilidad y terminan siendo, en la comunicación humana, la principal forma del contrato social con el semejante: quien no es capaz de cumplir acuerdos, no es confiable en un proceso de negociación o en cualquier pacto que se lleve a cabo en la vida social. El problema es que una responsabilidad así también puede dar lugar a una construcción ideológica e imaginaria como la que se le critica, desde la dinámica de la política, a la filosofía. El autor romano considera que tampoco a la política le resulta fácil excluir de sus premisas y elucidaciones el sueño de un gobierno perfecto e ideal pero imposible, pues como dice Cicerón en Sobre la república. Sobre las leyes “no hay escuelas filosóficas perfectas, ni instituciones políticas infalibles” (1992, p. XIII).
Por ello, Escipión,8 en el diálogo Sobre la república. Sobre las leyes, se pregunta:
¿Qué puede haber más hermoso que una república gobernada por la virtud? Cuando el que manda a los otros no es esclavo de ninguna pasión; cuando él cumple todas las normas que da e impone a los ciudadanos; ni impone leyes al pueblo que él no cumpla el primero; y presenta su vida como ley a sus conciudadanos (citado en Cicerón, 1992, p. 35).
De todas maneras, se podría decir que Cicerón pretendió efectuar un tránsito de la república ideal (imaginaria) de Platón a la república real, y sus ideas sobre la república se articulan con lo que siglos más tarde Nicolás Maquiavelo en El príncipe va a llamar con mayor claridad Estado.9 Cicerón pensaba que
las reglas de la vida se derivan de la ley, ya que esta tiene por objeto rectificar los vicios y fomentar las virtudes […] la ley no resulta de la inteligencia humana ni de la voluntad de los pueblos, sino de algo eterno que rige el universo mediante la sabiduría, que prohíbe y ordena (citado en Cura, 2004, p. 43).
Esta ley está íntimamente articulada, según Cicerón, con la mente divina. Aunque Cicerón fue, según Caldwell:
Un romano escéptico, era también muy devoto, un místico y un filósofo, que finalmente fue nombrado miembro del Consejo de Augures de Roma y fue tenido en gran estima por el sabio Colegio de Pontífices […] Estaba muy interesado en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo además adorador del Dios desconocido (2011, pp. 9-10, 758-759).10
Hablar es sin duda una forma del contrato social, pues cada vez que lo hacemos y nos dirigimos a un otro, este, por la confianza en nuestras palabras, puede tomar la decisión de cruzar una calle, confiar en un profesor, en un médico, en la capacidad de un