Elkin Emilio Villegas Mesa

De Cicerón a nuestros días


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parece ser que fue Helvia quien más contribuyó a moldear la actitud obsesiva, escrupulosa y ética de su primogénito.

      En este orden de ideas, es lícito decir que la desaparición de la verdad (entendida en su doble sentido como construcción simbólica y aproximación lógica a lo real) provoca una dinámica social en la que tanto el sujeto, como la familia y las instituciones tienden a ser cada vez menos claras y coherentes en el uso de la palabra y el lenguaje con respecto a la realidad. En tales circunstancias es entendible por qué cada sujeto anda a tientas respecto a la esencia de sí mismo o en relación con la subjetividad de los demás. Como si las virtudes griegas y romanas se hubieran evaporado paulatinamente en el curso de la humanidad, y solo nos quedara enfrentar el rostro de un mundo caracterizado por múltiples formas de la utilidad, desgajadas de la dignidad de lo honesto de dichas virtudes. Mientras la utilidad es buscada por los animales a causa del instinto, el hombre, que es también un animal, lo hace, pero por medio de la razón. Por esto, el hombre se diferencia de los animales, y por eso Cicerón “se aparta profundamente de la opinión de Pitágoras, que formaba la sociedad: Dios-hombres-animales” (Cicerón, 1992, p. XXX).

      en todos los intentos de reacción y de vuelta a la vida ciudadana no se hablaba jamás [de] los intereses del Estado, ni de la paz o de la prosperidad del pueblo, sino de la voluntad y de los deseos de César, de Pompeyo y de Craso, y de los caprichos inseguros del populacho. A esto había que añadir la divulgación de la vida epicúrea que predicaba la comodidad y el placer personal, inculcando el absentismo de la vida política (Cicerón, 1992, p. XVI).