una justicia igual a todos, porque de otro modo no sería justicia” (1984a, p. 55). Cicerón sabía que, para merecer derechos, el ser humano tiene el deber de reconocer primero obligaciones consigo mismo, con los otros y con la realidad. Si el ser humano no cuida de sí como algo esencial, no puede cuidar tampoco de los otros ni de las cosas fundamentales, como los derechos humanos, para bien de la humanidad. Razón por la que consideramos que el derecho natural (o iusnaturalismo), el cual posee un fuerte influjo filosófico, es innato, anterior y superior (o independiente) al derecho positivo.37 Una verdad de la filosofía del derecho actual que en muchas ocasiones, dada la propensión maliciosa y posmoderna a confundir las palabras con la realidad, se ha tendido a suprimir o a desfigurar. Ahora, mientras la filosofía se relaciona con el hombre desde los ideales y el deber ser, el derecho y la ley lo tienden a mirar de un modo realista, como es.38
Según el derecho natural, existe una relación intrínseca entre la justicia y la ley, en la que se podría decir que el soporte de la ley es la justicia. La ley debe tener sus raíces en la verdad. “De donde se infiere —dice Cicerón— que el hombre que sigue la regla de la naturaleza no puede ser perjudicial a otro” (1984a, p. 73). Por ello, en el ámbito de los iusnaturalistas se suele decir que “la ley injusta no es ley”; proposición que coincide con la lógica y el pensamiento de Cicerón, quien siempre procuró llevar a cabo, en cada una de sus alocuciones, como el máximo exponente y defensor público de los derechos humanos, una adecuación lingüística, coherente y lógica con las características de la realidad. No como suele suceder en la actualidad, en la perspectiva del discurso capitalista, el cual manipula las fantasías y la imaginación de los sujetos y las colectividades, al estar únicamente interesado en lo útil y en las ganancias deshonestas. En contraposición a lo anterior, lo útil es para Cicerón algo que está intrínsecamente relacionado con lo honesto. Entonces, a diferencia del discurso capitalista, el discurso de Cicerón, si lo enlazamos con la lógica de los discursos en Lacan, bien podría circunscribirse en la perspectiva del discurso histérico o en la del psicoanalítico, el cual se asemeja en varios aspectos al discurso de Sócrates.
En esas circunstancias, es claro que se termina por atentar contra la subjetividad humana. Por ello, se podría decir que la humanidad parece haber estado lisiada simbólicamente desde los inicios, en cuanto a la tensión que corresponde a los deberes y los derechos humanos, los cuales, en la presente elucidación, están ligados a las nociones de paz y sociedad, a partir de la interpretación del tratado sobre los deberes en Cicerón, así ello sea tildado de reduccionismo. A partir de esta perspectiva se podría decir que las preocupaciones fundamentales de Cicerón, si bien se enmarcan en la defensa de los derechos y en la creación de condiciones mejores para la sociedad de su tiempo, giran realmente en torno a la cuestión central de la búsqueda de la paz, que no debe entenderse como ausencia de conflicto. En realidad, la paz que nunca llegó para Cicerón y que tampoco ha sido continua desde Kant hasta nosotros, probablemente siga teniendo múltiples obstáculos, tanto internos (dadas las pasiones del ser, la primacía del narcisismo, que da lugar a la inexistencia del otro y las formas imaginarias de la ley y del lenguaje) como externos (por los conflictos socioeconómicos, las prácticas políticas corruptas y la inadecuación entre la verdad y las formas jurídicas).39 Según Stavrakakis: “Probablemente nos iría mejor si admitiéramos esta relación paradójica en lugar de reprimirla, si reconociéramos esta tensión entre saber y experiencia que marca nuestra vida, si inscribiéramos una y otra vez los límites del discurso en su propio entramado simbólico” (2010, pp. 29-30).
Entonces, no hay paz desde una perspectiva simbólica y real, por la presencia de impulsos o inclinaciones destructivos. Es esto lo que le va a permitir a Freud afirmar, en El malestar en la cultura, sin denegaciones, desmentidas y rodeos que
el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo (1979, vol. XXI, p. 108).
Según este autor, apoyado en Plauto, “el hombre es el lobo del hombre” (Homo homini lupus), razón por la que consideramos que existe una articulación lógica ineludible entre los derechos humanos y la sociedad. Conceptos que se subsumen en el valor máximo de la paz y que, en la perspectiva de la banda o cinta de Moebius, se sitúan topológicamente en la externalidad, pero operan gracias a la conexión interna con los deberes morales.
Bajo esta onda de pensamiento germinó en Medellín, ciudad sitiada por la muerte, como la Roma de Cicerón, el Festival Internacional de Poesía, el cual
nació precisamente como respuesta a ese asedio y a nuestra indeclinable voluntad de tener un país justo y en paz. De esta guerra, pues, que ya contabiliza poco más de 50 años, hemos dedicado 25 a la búsqueda de la paz, y lo hemos hecho desde el alto e inviolable territorio de la poesía. Las condiciones son hoy sin duda menos oscuras que las de años anteriores, en algunos de los cuales la búsqueda de la paz fue considerada sinónimo del terrorismo. Pero la paz es ya algo más que un propósito nacional: es también, lo ha sido siempre, la ambición perpetua de la poesía.40
Este esfuerzo cultural se solidariza con las preocupaciones de Cicerón, quien por su trabajo en pro de la paz romana es considerado un contemporáneo de nuestras propias inquietudes como colombianos.
Puede pensarse que Cicerón sabía, al igual que nuestro prócer Antonio Nariño, quien tampoco fue un tirano, que para encontrar la paz en la vida social es necesario practicar el perdón, así sea difícil, en palabras de Paul Ricoeur (2004), y aún el olvido, para llevar a cabo una verdadera reconciliación.41 En uno de los muros del Museo Casa de la Memoria de Medellín, dice un eslogan: “La paz no es una búsqueda reciente”, lo cual es una verdad que se puede verificar revisando la historia. Al respecto, la periodista Claudia Palacios afirma:
Para hacer la paz no es imprescindible firmar un acuerdo de paz. De hecho, Colombia ha firmado al menos cinco en los últimos treinta años y aún el país no está en paz […] la paz más firme, la menos vulnerable, es la que se fundamenta en la convicción personal de que cada individuo en sí mismo es un constructor o un destructor de paz (2015, p. 11).
Entonces, la paz siempre se ha buscado en Colombia, pero también en todos los territorios en los que ha tenido lugar una comunidad insatisfecha; y al parecer ello ha sucedido así desde la más remota de las noches de todos los tiempos. La humanidad siempre ha buscado la paz con tanta obstinación, como en el ámbito del amor ha perseguido la relación sexual o en el campo religioso la salvación cristiana, las cuales sospechamos, con Freud y Lacan, son más una ilusión que algo real. En esta perspectiva es necesario operar una resignificación de nuestras expectativas sobre tales expresiones o significantes y otras reformas sobre la experiencia humana.
Erróneamente se ha considerado que el olvido es saludable o terapéutico, que es un medio para alcanzar la tranquilidad del alma y la paz social; sin embargo, la literatura, el arte y el psicoanálisis ponen en evidencia que el olvido es un mecanismo a través del cual se potencian el malestar, la culpa y la repetición de aquellos males que se pretendían evitar. El problema es que aún se procura imitar o reproducir la “política de perdón y olvido”, la cual, en el pasado, fue un claro fracaso en países como Argentina y Chile. La paz es un efecto de la elaboración del odio, la agresividad y la violencia por medio del diálogo, no solo con la subversión sino también con los gobernantes disidentes vecinos. Interpretando a Freud (1979), en El Malestar en la Cultura, se trata de sublimar la pulsión de muerte por medio de los recursos simbólicos que nos brinda la cultura, entre los cuales podríamos mencionar aspectos concernientes al problema de la culpa, el arrepentimiento y la reparación. Es lo que en parte consideramos que hizo Cicerón por medio de la subversión cultural que llevó a cabo, y que se asemeja en varios puntos a la que autores como Hegel, Freud y Lacan también realizaron, según Yannis Stavrakakis (2010), por medio de sus respectivas izquierdas.42
Ahora, a tal lesión alegórica o estado del alma, varios filósofos griegos y romanos, en especial