donde entran en escena la teoría lacaniana y la práctica del psicoanálisis […] La izquierda también denota una ‘sección innovadora’ de una escuela filosófica o tradición teórica” (2010, p. 21). El autor griego nos recuerda, además, a Jacques-Alain Miller, citado por Zizek, quien dice: “El psicoanálisis es subversivo —alienta la desconfianza en todos los ideales y las instituciones oficiales—, pero no revolucionario, porque también desconfía de las nociones idealistas de un brillante futuro posrevolucionario” (p. 183).
43 Según la escritora inglesa Taylor Caldwell, Noé ben Joel (amigo judío de Cicerón) le había dicho en una ocasión a este: “Eres una columna de hierro, como Dios ha indicado que es el hombre justo […] Sin hombres como tú, querido Marco, lo demuestra la historia, las naciones morirían y dejaría de haber hombres” (2011, p. 757). Expresión elogiosa que se constituyó en la fuente que inspiró el título de su libro sobre Cicerón.
44 Recordemos que la ciudad es citada en varias partes de los evangelios. Jesús la seleccionó como el centro de su ministerio público en Galilea después de que salió de la aldea de Nazaret (Mateo 4: 12-17). Sin embargo, también maldijo a la ciudad (Mateo 11:23), por la falta de respuesta a sus enseñanzas.
45 Según Kojéve, citado por el autor griego Yannis Stavrakakis, en su lectura e interpretación de Hegel, el deseo humano “difiere pues del Deseo animal […] por el hecho de que se dirige, no hacia un objeto real, ‘positivo’, dado, sino hacia otro Deseo […]. Asimismo, el Deseo que se dirige hacia un objeto natural no es humano sino en la medida en que está ‘mediado’ por el Deseo de otro que se dirige hacia el mismo objeto: es humano desear lo que desean los otros, porque lo desean. Así, un objeto totalmente inútil desde el punto de vista biológico (como una condecoración o la bandera del enemigo) puede ser deseado porque es el objeto de otros deseos. Tal Deseo solo es un Deseo humano, y la realidad humana, en tanto diferente de la realidad animal, no se crea sino por la acción que satisface tales Deseos; la historia humana es la historia de los Deseos deseados” (2010, p. 275).
46 En la perspectiva de Cicerón y de Nicolás Maquiavelo en El príncipe, se podría decir que todo buen político respeta siempre la religión. Por tal razón la promueve y la refuerza, pues se sirve de ella para someter mejor a los súbditos. Maquiavelo comparte con Cicerón su pasión republicana y el deseo de combatir y superar tanto la injusticia como la corrupción y las dificultades de su época.
Introducción
La presente elucidación parte de un escrito, inicialmente corto, e inspirado en las enseñanzas del profesor Gonzalo Soto Posada sobre los deberes, en el que se había pensado a Cicerón, tras su disputa con Lucio Sergio Catilina, como un abogado, un político y un defensor. Solo más tarde, en la medida en que las ideas fueron cuajando y las lecturas nos fueron aclarando el panorama, advertimos que Cicerón actuaba en todas sus intervenciones orales y escritas como un ser preocupado, desde los deberes morales, por la ley, los derechos y la paz de los ciudadanos de la Roma de su época.47 Fue así como se logró ir configurando la idea de un Cicerón como defensor público de los derechos humanos. Así, pues, la pregunta que atraviesa la presente reflexión es la siguiente: desde una interpretación de las pasiones, los deberes y los derechos, ¿qué relaciones existen entre la vida y la obra de Cicerón y nosotros? A lo que se da respuesta de un modo singular y no de manera directa, aunque diferente a como lo suelen hacer los pseudopolíticos en la actualidad. En realidad, pienso que, motivado por los rasgos de mi formación, las respuestas son más simbólicas, metafóricas y cualitativas, ya que hacen parte de una indagación que se inscribe en la lógica de las mentalidades.48
Tales respuestas se fueron edificando paulatinamente a partir de varias obras, en especial Los deberes, Sobre la república, De la amistad y Sobre la oratoria, entre otras, como la interesante novela histórica de Taylor Caldwell (2011) titulada La columna de hierro. Cicerón y el esplendor del imperio romano. Trabajos entremezclados que, considero, constituyen una plataforma fundamental para repensar en los tiempos actuales la dialéctica, el sentido y la dirección de la pregunta de investigación. Sin embargo, enfatizo en la noción central de la paz, la cual constituyó, en la vida y la obra de Cicerón, el problema esencial de sus preocupaciones; tanto así que siempre luchó y se obsesionó con ella, hasta tal punto, que “perdió la cabeza” y nunca llegó a conocer la paz.49
Tanto la tranquilidad del alma como la paz social tienen un obstáculo estructural o un enemigo fundamental: la dialéctica entre los deberes morales o superyoicos y las pasiones o las pulsiones agresivas, tensión interna que, como lo enseña Freud en toda su obra, en especial en El malestar en la cultura, plantea serias dificultades en la vida social a la hora de esperar un estado de tranquilidad, de sosiego o de paz perpetua consigo mismo o en la relación con el semejante. Además, mientras en la antigüedad el político era el constructor de la polis, en la actualidad, por el influjo del consumismo perverso, es quien destituye el Nombre del Padre, los deberes morales y los ideales sociales como el de la paz, que está tan ausente en la realidad de nuestra vida social como el significante que la simboliza en la tabla de contenido, en la presente elucidación.
Las tres primeras obras mencionadas permiten comparar e interpretar nuestros modos de vida a la luz de las ideas expuestas por Cicerón y ratificar que en muchos aspectos el tiempo pasado fue mejor, sobre todo en lo tocante a las virtudes. En muchos otros aspectos es indudable que hemos avanzado y nos hemos desarrollado, pero en lo concerniente a pensar la vida a la luz del cuidado de sí, de los otros y de las cosas, se podría decir, sin riesgo a equívocos, que hemos descendido, a menos que todo lo dicho por poetas, filósofos, políticos, abogados y oradores sea más una construcción imaginaria y fantasiosa en la que hemos creído y no hemos podido abandonar. Un poco como cada uno de nosotros ha hecho con sus vivencias y experiencias de la infancia, las cuales, sabemos muy bien, se tienden a desfigurar para operar como recuerdos encubridores de una verdad molesta que no se querría recordar.50 En esta orientación, nos recuerda Foucault un fragmento de Cicerón en las Tusculanas:
Tan pronto como llegamos al mundo y se nos admite en nuestras familias, nos encontramos en un medio completamente falseado en el que la perversión de los juicios es total, de manera que podemos decir que hemos mamado el error con la leche de nuestras nodrizas (2012, p. 106).
Las idealizaciones por lo general operan así y muchas veces exaltamos un pasado que realmente no existió, de lo que se infiere que lo que realmente glorificamos no es lo real de las experiencias pasadas, sino su distorsión.
Sin embargo, es evidente que la humanidad siempre ha tendido a soñar y a representarse un mundo mejor, razón por la que consideramos que la reflexión sobre los derechos humanos se justifica, así en el fondo sospechemos que se trata en parte de otra ilusión con la que los seres humanos seguimos engañándonos sobre la cruda realidad de la naturaleza humana. El autoengaño es un problema que se relaciona con la primacía del uso imaginario y la fantasía, que se expresa en el lenguaje que ha servido, desde los inicios de la civilización, para que los seres humanos nos engañemos y manipulemos a los demás con la idea sugestiva de otros mundos que a la postre solo harían parte de nuestras fábulas e imaginación. A este respecto, se podría decir que desde el inicio existen seres a los cuales los efectos del lenguaje simbólico-real los tienen sin cuidado, pues se conducen como si tal lenguaje fuera inofensivo y no alcanzara a afectar o a poner en falta sus consistencias propiamente imaginarias, que, de cualquier modo, representan en los mitos aspectos simbólicos y reales. De ahí que un mito como el de Edipo, por su campo imaginario-simbólico, como se infiere de los trabajos de Mircea Elíade y de Paul Ricoeur, guarde estrecha relación con lo real.
Lo anterior es un problema serio para la lingüística y la filosofía del lenguaje, puesto que parece ser que en toda construcción lingüística y cultural existen, de manera simultánea, aspectos reales, simbólicos e imaginarios. En el lenguaje o en el discurso de la ciencia, por más preciso, lógico y coherente que sea con la realidad de la que trate, no se logra dar