logra, como decía Popper, atrapar la realidad como si fuera una red. Para los fines del presente texto, que consisten en mostrar a Cicerón como un defensor público de los derechos humanos, para quien aquí escribe es un problema el lenguaje que Cicerón emplea, porque finalmente podríamos quedar un poco desconcertados al no saber si con él se alude a aspectos de la naturaleza humana o, por el contrario, se relacionan más bien con los deseos y los ideales del orador, quien, en palabras de Cicerón, ha de conocer las pasiones humanas. Sin embargo, es preciso decir que el discurso de los derechos humanos está igualmente atravesado por aspectos imaginarios, simbólicos y reales, sin que lo podamos evitar.
La relación entre sujeto y objeto, después de Kant, se complica por el lenguaje, pues este no logra reproducir lo real. De este asunto se ocupan Karl Popper, Wittgenstein, Heidegger, Lacan y algunos pensadores más del círculo de Viena; un problema para el derecho desde los inicios, dado que el significante no es lo real, algo que los medievales habían advertido en la relación con Dios, que, decían, era innombrable. Posteriormente, Kant también dijo algo similar cuando habló sobre la cosa en sí, por medio de la noción de noúmeno. Según Kant (1961), el deber es la única motivación que habría de guiar nuestras acciones, no nuestras inclinaciones. Eso que no se puede decir, pero que se muestra, podríamos decir que es lo místico. Ahora, la crítica al verificacionismo inductivista enseña que los enunciados teóricos (conformados por construcciones lógicas y simbólicas) no abarcan la totalidad de los hechos o de la realidad. El mismo Borges (1989) en el cuento sobre El idioma analítico de John Wilkins, del que se dice dio lugar a Las palabras y las cosas de Foucault, pensaba que es un sueño eso de hacer coincidir las palabras con las cosas, cuando la realidad es que solo podemos hacer conjeturas o aproximaciones a la realidad, que, en último término, solo es una interpretación. De acuerdo con esto, podríamos pensar que el discurso de Marco Tulio Cicerón sobre las obligaciones morales y los derechos de la humanidad es apenas una aproximación a la realidad.
En sintonía con lo anterior, se podría decir entonces que el valor del orador romano consiste en haberse esforzado, como pocos en su época, por emitir un discurso lo más coherente posible para aproximarse a la realidad y de paso realizar una construcción simbólica y cultural que reprimiera las inclinaciones humanas inconvenientes para el vínculo social, pues, como se sabe, la civilización, para preservarse, tiene que regirse por ideales que ayuden a sublimar, encauzar, sustituir o aplazar la realización de nuestros impulsos criminales. La culpabilidad, decía Freud, es el fundamento de la cultura y ella es, precisamente, el motor tanto de los oficios y los deberes, como del discurso jurídico y los derechos humanos, una verdad vigente desde la Roma de Marco Tulio Cicerón. Digamos además que los esfuerzos culturales de Cicerón se asemejan a los de muchos otros pensadores posteriores a él, empeñados en crear mecanismos eficaces que nos permitan contener nuestra barbarie constitutiva o estructural. En este contexto se inscribe el discurso de los derechos humanos, los cuales tienen, desde los inicios, en la orientación de Cicerón una incuestionable exigencia: trabajar en pro de la preservación de los vínculos sociales y de la humanidad.51 De ahí que Cicerón pensara: “La ciencia del derecho no se extrae del Edicto de los pretores, ni de la Ley de las XII Tablas, sino del fondo mismo de la filosofía” (citado en Cura, 2004, p. 51).
Como heredero de la tradición griega, Cicerón estaba convencido de la necesidad de ser un humanista íntegro, es decir, no disociado o en conflicto interno consigo mismo entre sus pensamientos, sus palabras y sus actos. Sabía, lo mismo que Sócrates, que los seres humanos tenemos varias obligaciones con nosotros mismos, con los otros y con las cosas. Es en este sentido que pensamos, en la presente elucidación, que su obra se ocupa de tres aspectos básicos: el filosófico (por la vía del cuidado de sí ético), el político (por la senda del cuidado de los otros) y el científico (por medio del cuidado de las cosas). Tres vías o perspectivas del autocuidado que se observan con claridad en el pensador romano y que aquí no vacilamos en asimilarlas a los fines del presente trabajo, en el cual considero que el cuidado de sí y el de los otros está en íntima relación con el cuidado de los bienes sociales y jurídicos, como son los derechos humanos en la perspectiva de Cicerón.
Así pues, como conocedor de los deberes morales en los oficios, Cicerón sabía que el cuidado de sí se expresa en todo aquello que culturalmente hemos alcanzado con esmero por la renuncia a la satisfacción de nuestras inclinaciones. Sin ella los seres humanos seríamos incapaces de cuidar de nosotros mismos, de hacer lazo social y de preservar lo que es bueno para el sujeto y la sociedad. Asunto que en nuestra época parece ser que hemos olvidado con la tendencia del neoliberalismo mercantil al exceso, el cual, como se sugiere en la parte final de esta elaboración, trabaja en pro de la falta de regulación y de las operaciones del goce (que están, según Lacan (1992), en la base del sistema capitalista), lo cual conduce a la destrucción y la muerte.
En esta perspectiva, es claro que la defensa de los deberes y los derechos humanos, desde la óptica de Cicerón hasta nuestros días, implica denunciar el exceso y la falta de moderación y de cuidado de las instancias de poder, en las cuales el ser humano siempre ha estado implicado, pues a este nunca le ha resultado fácil renunciar a las inclinaciones y muchos menos al poder. En palabras de Taylor Caldwell, Cicerón pensaba que “el hombre es muy poca cosa; aclama y aprueba cuando eso no puede provocarle ningún daño, y cuando se le pide que denuncie y difame (especialmente si se lo pide el gobierno), todos se apresuran a hacerlo” (2011, p. 734). El mismo Cicerón, quien adoptara una posición crítica frente a los excesos y la tiranía de sus contemporáneos, por el hecho de haber escrito una especie de vademécum moral y varios discursos en la misma dirección, tampoco estaría exento de obrar a favor de la tiranía y el poder, pues como el psicoanálisis lo ha develado a partir de Kant y su imperativo categórico, no hay mayor déspota que quien garantiza una postura ideal que no se asemeja a la realidad frágil y pulsional del hombre, el cual, al parecer, tiende a violar con mayor fuerza las obligaciones y la ley en la medida en que tales ideales son más exigentes y punitivos. Es por ello que el mismo apóstol Pablo decía, y Paul Ricoeur lo enfatiza en su reflexión sobre la finitud y la culpabilidad humana, que la ley crea el pecado.52
De allí se sigue que las obligaciones, en lugar de inhibir las acciones inconvenientes para la vida y el lazo social, las suscitan o las incentivan. Un problema al que, desde Cicerón y el cristianismo primitivo con Pablo, no le hemos encontrado solución, ya que la prohibición, enunciada por medio de la palabra y el lenguaje, no ha logrado nunca que algunos sujetos le pongan un cerrojo a sus inclinaciones perversas.53 La verdad es que lo simbólico y la ley no operan de la misma manera en cada sujeto y sociedad, algo que a Cicerón parecía encolerizar, al darse cuenta de que algunos de sus contemporáneos eran incapaces de regirse como él por el dominio de la razón y de los pactos simbólicos establecidos en las leyes de su época, pues siempre se consideró un defensor de la “ley contra el hampa”,54 asunto que también a nosotros, ciudadanos más o menos cuidadosos y respetuosos de la Ley y la Constitución,55 nos podría agitar y poner a pensar, pero que, a la luz de la naturaleza humana y de los problemas de inadecuación entre las palabras y las cosas, solo nos hace sentir algo de tolerancia ante la frustración, ya que nuestros ideales no coinciden con la realidad y no son practicables. Según parece, Cicerón se defendió toda la vida, en lo personal y en la vida pública, de lo que con Lacan llamamos “falta en ser”, para finalmente constatar, como Sócrates momentos antes de perder la cabeza, el fracaso de la razón, con la cual nunca ha sido posible alcanzar la paz y aceptar nuestra humana condición de seres en falta, sensibles y dominados por pasiones como el odio.
Sin embargo, lo anterior no quiere decir que, por el hecho de que los deberes son exigencias ideales que poco tienen que ver con la realidad de los seres humanos, no hemos de luchar por crear mejores condiciones simbólicas para dominar nuestras inclinaciones y poder nombrar mejor lo que a los sujetos y a las comunidades nos conviene en la época actual. Se trata sin duda de conocer al hombre en su naturaleza y desde esta procurar establecer un lenguaje lo más cercano posible a la realidad de aquel, que nos permita crear proyectos de ley y medidas normativas que sean alcanzables, y no sentir que los derechos son una especie de utopía lingüística creada con el ánimo de embaucar a la mayoría. Entonces, mientras con Zygmunt Bauman se habla de vida líquida, nosotros pensamos que esta es efecto de la ausencia de deberes morales y de culpabilidad. El problema aquí es también la construcción