los deseos humanos, la puede desencadenar. Estos deseos, según Spinoza (1977), constituyen “la esencia misma del hombre”.
En realidad, muy pocos contemporáneos nuestros estarían dispuestos a emular un trabajo oral y escrito como el que Cicerón procuró llevar a cabo en la Roma turbulenta de su época. Entre nosotros, muchos de los ideales de la cultura han caído y la identidad entre las palabras, las cosas y el significado es algo que los poderosos y sus representantes saben muy bien cómo evadir, pues lo propio de los tiempos actuales parece ser la disociación entre el pensamiento, las palabras y el acto. Por esta razón, casi ningún proyecto político es creíble y muy pocos en el mundo globalizado y mercantil de la actualidad se preocupan por hacer un uso de la palabra que genere confianza y tranquilidad, ajenos al hecho de que el acto político, en la perspectiva de Lacan, se instaura en la medida en que está asociado a un orden significante articulado con los oficios o con las prácticas sociales, en las cuales está implicada la libido, la amistad y los sentimientos.56
Nuestra finalidad, entonces, al ocuparnos de las obligaciones en Cicerón como defensor público de los derechos humanos, la paz y la sociedad, no es crear la impresión y la confianza de que en algo nos parecemos a él, sino dar indicios, con espíritu crítico, de que el signo lingüístico sirve de manera simultánea, como dice el filósofo Paul Ricoeur, para ocultar mostrando y para exponer escondiendo la verdad.57
El camino a recorrer para desarrollar el presente trabajo se compone de dos partes, cada una compuesta por cuatro capítulos. En la primera parte, en el capítulo I se reflexiona sobre la vida y la obra de Cicerón, pues considero que constituye una forma ejemplar para nosotros en los tiempos que corren, caracterizados por la ausencia de principios éticos e influidos por un discurso utilitarista que se ha olvidado de los fundamentos de la honestidad y de una vida virtuosa al servicio de la vida y de la comunidad. En el capítulo II procuro relacionar el lenguaje y la cultura, desde la filosofía y la óptica de Cicerón. En esta parte de me distancio un poco de la obra directa de Cicerón para pensar, en los tiempos actuales, algunos problemas de la filosofía del lenguaje, con la ayuda de autores contemporáneos que sin duda han sido influidos por las ideas del orador romano. Planteo pues la conjetura de que, aunque Cicerón no conoció las diferencias entre lo real, lo simbólico y lo imaginario, tales registros se esbozaron (aunque con cierta reducción intencional de lo afectivo, como en Lacan) entre los griegos y por tanto en la obra del romano. En el capítulo III intento analizar el discurso y la oratoria de Cicerón desde los recursos teóricos de nuestra formación; y en el capítulo IV, que cierra la primera parte, realizo una reseña crítica e interpretada de la ética de los deberes en Cicerón, en contrapunto con los problemas actuales.
Posteriormente, en el capítulo I de la segunda parte examino el discurso de las Catilinarias desde la perspectiva de los deberes morales. En el capítulo II reflexiono sobre la relación entre los deberes y los derechos humanos, pues pienso que sin la asunción de obligaciones el ser humano no está en condiciones de recibir algo a cambio. En este punto es ineludible comentar que quien solo busca que sus derechos sean concedidos, sin ser consciente primero de su deber de contemplar obligaciones consigo mismo (ética), con los otros (política) y con las cosas (ciencia), es solo un ser infantiloide. Los derechos humanos son una especie de concesión, efecto de la renuncia a la satisfacción de las inclinaciones. En el capítulo III me ocupo de la relación entre las nociones de sociedad, política y deberes humanos (las cuales están atravesadas de afecto en relación con lo imaginario) para criticar cómo tales deberes están más ausentes que presentes en la dialéctica de la sociedad y de la política actual.58 Según el diccionario de la Real Academia Española, la “deontología es la ciencia de los deberes”, los cuales constituyen en el presente trabajo el fundamento de los derechos humanos y de la anhelada paz en sociedad. Esta paz, al parecer, ha sido siempre esquiva a la especie humana, desde la más remota oscuridad de los tiempos, por la presencia innata o estructural de la pulsión de muerte o destructividad. En el capítulo IV, para finalizar, pienso, desde la óptica de Cicerón, los deleites, entendidos como satisfacción de las pasiones, que a su vez son interpretadas como tóxicos del ser, el lazo social y los derechos humanos. En esta última parte se insinúa cómo, entre los griegos y los romanos, la falta de moderación en los deleites era vista como algo perjudicial, no solo para realizar el ideal del “cuidado de sí”, sino también para cuidar de los otros, de las cosas y aún de lo sacro. Sin embargo, las pasiones (o pulsiones en sentido freudiano), entendidas en la obra de Cicerón como el polo opuesto a los deberes morales, son sin duda el otro nombre imprescindible en el curso del presente trabajo, de la falta o del agujero estructural del ser y de todas aquellas utopías sociales, no obstante necesarias, como la de la paz. En realidad, la falta, el deseo y la ley hacen parte constitutiva del sujeto y de las dinámicas de la sociedad.
47 Roma, cuyo origen se asocia con el mito de Rómulo y Remo, en la perspectiva de Cicerón en Sobre la república, “es un Estado concebido como pueblo organizado, no solamente sobre el fundamento de la utilidad común, sino ante todo sobre la convivencia jurídica, y que con respecto a la comunidad humana ocupa una posición central, capaz de organizar el mundo” (Cicerón, 1992, p. XXV). Al parecer, a Cicerón le funcionaba muy bien la conciencia moral, tanto que su obra sobre Los deberes se podría concebir como el efecto de una culpabilidad que lo movía a crear y a reparar. Entre nosotros, en cambio, la conciencia moral y el consecuente sentimiento de culpabilidad, parecen no obrar en nuestra época, por el influjo mercantil.
48 No como las respuestas que una investigadora, la politóloga Natalia Springer, está obligada a presentar ante la Fiscalía General de la Nación, tras firmar varios contratos por más de cuatro mil millones de pesos, tal y como ella misma ha dado cuenta de ello, en una entrevista realizada en W Radio, en la que ha denunciado, de paso, al final de la entrevista, una serie de mentiras y envidias que han caracterizado la psicología social, el espíritu y la mentalidad de muchos en nuestro país. Mientras en la antigüedad el político era el constructor de la polis, en la actualidad, por la vía del consumismo y de la perversión, es quien destituye el Nombre del Padre, los deberes y los ideales.
49 Dado que esta no se ha dado nunca en el curso de la historia, la cual está plagada de múltiples guerras que se suceden unas a otras, y que la paz no se da por el simple hecho de firmar acuerdos forzados, sino por la efectiva libidinización de la vida interior, la relación con los otros y las prácticas sociales o los ofícios, lo cual se perfila como uno de los grandes obstáculos en la época del consumismo para reorientar las concepciones políticas actuales a partir de la oratoria y la sensibilidad grecorromana de Cicerón o del discurso psicoanalítico.
50 Tal y como lo enseña Taylor Caldwell (2011) en su obra La columna de hierro, sobre la vida de Marco Tulio Cicerón y respecto a los rasgos de carácter de Lucio Sergio Catilina y sus amigos Cneio Pisón y Quinto Curio (pp. 69-70).
51 A tal trabajo se oponen los deleites enunciados por el mismo Cicerón (tal y como se dirá en la parte final de este libro), los cuales son nombrados por Jacques Lacan con el concepto de goce; el cual es, de manera sucinta, una emergencia o un “acontecimiento del cuerpo”. Expresión que se encuentra en el poeta y filósofo romano Lucrecio, a quien Cicerón conocía y admiraba, pero también en un filósofo contemporáneo como Heidegger, quien se refería a él como huella o, más exactamente, como letra. Entonces, se trata de un acontecimiento del cuerpo por medio del goce que se relaciona, según Jacques Alain-Miller, con la noción de sinthome en Lacan, entendida también aquí de modo breve como una sublimación de las pasiones y del sentimiento de culpa, el cual se transformó, a mi manera de ver, en virtudes, luego en deberes y mandamientos y más tarde en derechos humanos. De donde se sigue que quien los elabora y procura ponerlos en práctica (como los griegos con las virtudes) opera de un modo similar a quien ha pasado de la dimensión del sufrimiento, propio del goce incluido en los síntomas, a la condición de la liberación de ellos por la vía de la sublimación, que se pone en escena en la actitud civilizada