ético, efecto de un bien decir, ligado a lo sublime, al deseo y al Eros creador.
En cuanto a la función paterna de Cicerón, se podría decir que fue, por antonomasia, el símbolo de la lucha contra la corrupción en el mundo, razón por la cual fue llamado “padre de la patria”, noción vecina de la idea romana del pater familias, al ocuparse de la filosofía del derecho a partir de sus elucidaciones sobre los deberes. Con Cicerón se podría decir que la ley vino a sustituir al pater familias, y su concepción jurídica esboza, en varios puntos esenciales, la postura que siglos más tarde va a sistematizar Cesare Beccaria19 (2010) con su atinada elaboración sobre la justicia, intitulada De los delitos y de las penas. Esta problemática de la justicia es de plena actualidad, sobre todo en Colombia, a partir de la llamada justicia transicional del proceso de paz,20 proceso lleno de utopías y de expectativas racionales como las que William Ospina (2015) describe críticamente en su novela El año del verano que nunca llegó.21 Al respecto, cabe anotar que el 23 de septiembre de 2015 (fecha que nos remite al deceso del creador del psicoanálisis en 1939, en Londres, Inglaterra, después de escapar de las garras del exterminio del nazismo) se estableció en La Habana, Cuba, un acuerdo sobre justicia entre el presidente Santos y Timochenko, el máximo jefe de la guerrilla de las FARC.22 Lo llamativo es que días después de lo acordado, el jefe guerrillero afirmó no estar arrepentido o sentirse culpable por los daños ocasionados a la sociedad colombiana, como si careciera internamente de mecanismos de enmienda o rectificación.
Parece ser que en el engaño con la palabra se esconde una de las maneras predilectas de gozar del hombre. Por ello se podría decir, bajo la antorcha de Lacan, que Cicerón sospechaba que el hombre hablando goza (es decir, experimenta malestar y satisface sus impulsos agresivos) y, al tiempo, por el mismo acto de hablar, procura reducir sus formas primarias de gozar. Con el discurso y la palabra el hombre se aliena y se libera. Catilina es un buen ejemplo de ello, un sujeto atravesado y comandado por el goce, el cual se asocia con la perversión, esto es, con la compulsión repetitiva y loca movilizada por la pulsión de muerte, impulso destructivo que Cicerón advirtió, y sigue siendo, muy probablemente entre nosotros, el obstáculo principal de la tranquilidad del alma, los derechos humanos y la paz social. Ahora, seguramente la habilidad lingüística suscitó en Cicerón grandes sentimientos de culpabilidad con relación a su padre, ya que
en él estaban siempre vivos aquellos sentimientos de culpabilidad y exasperación cada vez que le mencionaban a su padre […] Para él resultaba muy doloroso analizar sus propias emociones con respecto a Tulio, porque entonces recordaba los tiempos en que su padre se le había aparecido como un dios pálido y delgado, de ojos iluminados, mano tierna y voz llena de cariño y comprensión (Caldwell, 2011, pp. 611-612).
En esta orientación, Dios es el otro nombre del padre (idealizado) y de la ley, la cual demanda, como el deber humano por excelencia, respeto por la propia vida y cuidado de los demás; de ahí que tanto uno como la otra sean instrumentos simbólicos de paz y armonía entre los pueblos. Aunque Cicerón sospechaba, lo mismo que Lacan, y a diferencia de muchos políticos en la actualidad, que la armonía social y la paz existen tanto como la salud mental y la armonía o la relación sexual.23 Según Freud, a raíz de la agresividad constitutiva del hombre, la sociedad se ve sometida a un inevitable peligro de disolución. Por ello, pensamos con Lacan que, cuando el Nombre del Padre se desvanece, la identidad de las sociedades se desploma, ya que tal nombre es el significante fundamental: la instancia decisoria, de ordenamiento y de regulación de la vida sociocultural. Sin jerarquías parece ser que no podemos orientarnos en el mundo, por ello es necesario simbolizar lo real: he aquí la importancia de la función del padre.
Lo anterior coincide, si es lícito decirlo así, con todo lo que se ha dicho en literatura, lingüística, filosofía y derecho de Marco Tulio Cicerón como padre del discurso y la oratoria, que se hacía sentir, a diferencia de su padre. En este sentido, Cicerón pensaba: “Así como un constructor debe tener un plano para poder construir bien, así el pueblo debe tener una Constitución para que le guíe. Pero hemos abandonado nuestros planos y nuestros mapas tan laboriosamente confeccionados por nuestros padres” (Caldwell, 2011, p. 439). A diferencia de aquel padre, el actual es casi un afónico para quien los recursos de la palabra y el discurso parece que no existieran. Es lo que también se conoce como el declive de la función paterna, función que se asemeja, en las predilecciones políticas de Cicerón, con un dios olímpico (como dice Homero), con un rey fuerte o con la monarquía como sistema de gobierno preferido por él.24 Sin embargo, en otro lugar dice: “Cuando sólo un hombre gobierna un Estado, ese Estado va abocado a su ruina” (citado en Cura, 2004, p. 49).
Entonces, en la perspectiva de Cicerón, se podría decir que cada sujeto, grupo y comunidad tendría que desear y construir como él, con su obra sobre los deberes, dedicada a su hijo, a sus coetáneos y a nosotros, su propio código práctico de conducta moral, con el fin de restablecer lo que es realmente bueno para el sujeto y para la especie humana, y procurar reducir de paso el caos que la sociedad de consumo ha creado, ya que en tales circunstancias muchos son los que abusan de la confusión entre lo simbólico y la realidad, tanto en la familia y los negocios, como en la contratación estatal y en la práctica judicial,25 fundamentada esta última, para ser claro, en el derecho constitucional. A propósito de este, es preciso decir que Cicerón, en su obra Sobre la república,26 crea las bases teóricas y prácticas para el mismo, obra que se ensambla con la de Los deberes y genera una atmósfera propicia que permite pensar a Marco Tulio Cicerón no solo como el principal orador de Roma, sino también como uno de los precursores de la defensa de los derechos humanos. Esta idea aletea, a mí manera de ver, en toda la obra del abogado, político, orador, filósofo y avezado escritor romano. Así, se puede decir que, mientras Cicerón tuvo como propósito esencial “salvar la República romana”, como parte de los derechos naturales (o fundamentales) que proclamaba, nosotros en Colombia tenemos el deber de procurar “salvar la justicia”, en el marco de la crisis institucional de la Corte Constitucional, como parte primordial de tales derechos. En realidad, las cosas no han cambiado mucho desde la época de Cicerón.
Crear un código práctico de conducta que permita, sin tanta complicación legal y tanto exceso de normas, cuidar de sí, de los otros y de las cosas. En esta perspectiva, podríamos preguntarnos: ¿cuántas leyes existen en Colombia?, ¿quién conoce siquiera la mitad?, ¿qué consecuencias tiene esa proliferación de normas con respecto a la democracia, la libertad, la justicia, la institucionalidad y el respeto por los derechos humanos?27 En esta onda de pensamiento, Cicerón decía: “Debemos fomentar las buenas costumbres, sin aspirar a regir todas las cosas mediante leyes escritas” (en Cura, 2004, p. 45). Y Domingo César Cura Grassi (doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales) nos dice de Cicerón lo siguiente:
Consagró su vida en defensa de la libertad, de la República, ahondando en la corriente Estoica, cuya teoría de Derecho Natural reside en la razón que rige todo el universo, subrayando la dignidad humana y propugnando una comunidad de todos los hombres como tales, ello basado en la Libertad e Igualdad Universal, a favor de la dignidad— se insiste— que corresponde a cada individuo (2004, p. 9).
No como en la actualidad, en la que el derecho parece estar cada vez más del lado de los intereses oscuros, de las mentes corruptas y, obviamente, de la rentabilidad.
Se dice en los ámbitos de la rama judicial que la inmensa mayoría de los ciudadanos, incluyendo los abogados, no saben siquiera cuántas especies de reglas jurídicas existen en nuestra pirámide legal. Probablemente por esa razón, todos los sistemas jurídicos se basan en la mentira, según la cual “toda norma se reputa conocida”. Es posible que el exceso de normas sea un incentivo para la delincuencia y la criminalidad y que el mismo ejercicio del derecho, con esa proliferación de sentidos e interpretaciones, se haya encargado de restarle eficacia a la práctica judicial. Un poco como sucede con el padre con rasgos obsesivos, paranoicos y crueles, que por estar ‘echando cantaleta’ todo el tiempo termina destituyéndose como instancia de regulación en la familia. Un exceso de padre es tan perjudicial como un exceso de normas, pues al final todo el mundo termina por descubrir que allí se encubre la impotencia y la fragilidad humanas.28 Cuando el padre se toma por Dios-padre, como el progenitor de