y si no fuéramos capaces de tomarla en cuenta prácticamente la vida no sería posible.
Decir la verdad, así esta se diga solo a medias, es algo que todo sujeto, familia y comunidad ha procurado hacer siempre desde la perspectiva de los deberes,11 los cuales están en sintonía con aspectos esenciales de lo humano como la compasión, sensibilidad que (en los períodos de las guerras más brutales)12 parece estar más ausente que presente, pues los combatientes solo saben cumplir órdenes que los anestesian contra los deberes y la humanidad. Así pues, los derechos humanos son efecto de la filantropía, las obligaciones y la virtud. Dignidad de la que la época actual es enemiga, al ocuparse solo del simulacro, del consumismo (el cual distorsiona las reales necesidades humanas y, por el contrario, crea “falsos deseos”) y de lo útil, despreciando de paso lo propiamente humano. Lo humano, parafraseando a Lacan (1997) en La ética del psicoanálisis, es lo real que padece del significante. Se podría decir que lo real de lo humano es lo que se sustrae del intento de representación simbólica presente en la política.
En esta perspectiva, el griego Yannis Stavrakakis (2010), apoyado en teóricos contemporáneos como Cornelius Castoriadis (quien fuera discípulo de Lacan y luego rechazara sus reflexiones), Alain Badiou, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y Slavoj Zizek, se pregunta en su libro La izquierda lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política si es posible reorientar la teoría política desde el psicoanálisis lacaniano. Más exactamente, se cuestiona por el papel que desempeñan la falta y lo real del goce (la jouissance) en la vida política, aspectos que, como bien sabemos a partir de la experiencia psicoanalítica, tanto en la vida individual como colectiva, tienden a desmentirse, razón por la cual dicho propósito reorientador constituye, a mi manera de ver, un panorama un poco utópico, en tanto la teoría política tradicional tiende a desconocer o a rechazar, desde la tradición griega y romana hasta nuestros días, las pasiones humanas, lo real de la falta y, sobre todo, la pulsión de muerte. Impulso destructivo que al parecer siempre ha sido reacio a toda tentativa de simbolización. Desmentir la negatividad es desmentir la castración, la falta, lo inconsciente, la pulsión y todo lo que Freud descubrió en la experiencia analítica, lo cual vale en la vida social y política tanto como en la paz.
Así, considero entonces que la pregunta de Stavrakakis (quien propugna por una democracia radical que va del goce a la responsabilidad subjetiva, pensada aquí en términos de los deberes) es tan quimérica como las esperanzas de paz que el mismo Cicerón albergó, en una época turbulenta como la que le tocó vivir. Sin embargo, es preciso señalar que los sueños de muchos de nuestros antepasados finalmente llegaron a ser, por la persistencia, el trabajo cultural y la sublimación, una realidad actual que aquellos jamás habrían visualizado. Esta pesquisa es, pues, un bosquejo de especulaciones sobre distintas nociones que se relacionan con el fenómeno de la armonía social (también conocida como paz), desde la perspectiva de la estrecha relación entre los deberes morales, las pasiones del ser y algunas pinceladas desde el psicoanálisis, sobre todo a partir de la noción lacaniana de ser en falta, que tiende a perforar y tornar porosas las ideologías políticas y todas nuestras ilusiones (individuales y colectivas) de armonía, consistencia y completud. Además, de acuerdo con mi interpretación, la presente elucidación representa la experiencia de lo real en Cicerón, en una época de Roma en la que el orador realmente experimentó poca tranquilidad en su alma y, menos aún, paz social. De paso, el presente análisis nos recuerda (así se asocie con las expectativas de una paz política, aunque no en términos de elaboración subjetiva individual y colectiva, que es lo más difícil en Colombia, tal y como lo sugiere en su libro Perdonar lo imperdonable. Crónicas de una paz posible, la periodista Claudia Palacios (2015)) tanto “la condición humana” —de Hannah Arendt— como “la fragilidad del bien” —de Martha C. Nussbaum— a lo largo de la historia, en otros lugares y aún en épocas recientes, como en Francia, país emblemático por su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y por su importancia simbólica, al ser el epicentro de una de las orientaciones actuales más vigorosas del psicoanálisis.
Para Cicerón, es claro que, junto con la oratoria, una de sus grandes preocupaciones fue siempre cómo utilizar el lenguaje con fines adecuados. De manera cándida, pensaba que existía una relación armónica entre el “bien decir” y la “paz social”. Sus críticas contra Catilina13 giran todo el tiempo alrededor de una censura moral o de un llamado ético para que aquel contemporáneo rindiera cuentas ante el Senado y la sociedad romana sobre sus relaciones entre las palabras y los actos. En esta perspectiva, se podría decir que Cicerón operaba como un tribunal de ética o como una instancia judicial empeñada en establecer una relación coherente entre lo simbólico y la realidad.14 Una preocupación que ha hecho parte de las reflexiones filosóficas en todas las épocas y hace parte constitutiva de la reflexión de la filosofía del derecho y de los derechos humanos en la actualidad.15 Derechos que, desde una perspectiva hermenéutica, constituyen otro de los nombres de la prudencia (phrónesis) y un resto de las virtudes morales grecorromanas.16 Según Cicerón, “la prudencia mira al conocimiento de la verdad” (citado en Cura, 2004, p. 37).
Ahora, dado que los hombres no somos dioses, ni nuestro saber es absoluto, es necesario regular nuestra conducta, enfrentarnos al azar y aceptar el hecho de que somos seres en falta y por ello nos equivocamos y tenemos que responder por nuestros actos. Por esta razón, campos como la poesía, la literatura, la semiótica, la lingüística, la filosofía del lenguaje y sobre todo el psicoanálisis, tienen tanta importancia hoy para pensar los fenómenos de la política, los derechos humanos (bajo el amparo de la sociología del derecho), la antropología jurídica, el derecho penal, la politología y las ciencias forenses en general. El psicoanálisis es importante para el abogado actual, a partir de su mirada e interpretación, en la medida en que se asemeja a la actitud del maestro en abogacía de Cicerón, quien después de haber sido asesinado fuera siempre recordado por este dado que Escévola nunca vaciló en criticar la actitud ingenua y hasta romántica que de las virtudes griegas se había formado su joven discípulo; ideales de virtud que se podrían comparar, en varios aspectos, con la concepción que actualmente poseemos de los derechos humanos.
Lo anterior constituye el aspecto más importante del presente libro, pues en él el lector podrá apreciar cómo se privilegia, de principio a fin, la palabra plena de Cicerón en cada una de sus actuaciones como pensador, jurista y declamador público de los derechos y los deberes humanos.17 Se podrán encontrar en este libro, más que datos históricos, referencias constantes a un bien decir de la palabra y el lenguaje, entendido este como instancia simbólica de regulación, propicia para la construcción de una lógica que le dé piso o fundamentación al discurso de la ley, la justicia y los deberes, los cuales, no tienen credibilidad en la actualidad; esto se debe a nuestras costumbres comunicativas, que privilegian más lo imaginario de la picardía, el fraude y el engaño. Al parecer, el “imperio de las imágenes” es lo que caracteriza el mundo del “superyó capitalista”. Ahora, “el malentendido —decía Lacan— del lenguaje-signo es la fuente de las confusiones del discurso y del fraude de la palabra” (Albano, Levit y Naughton, 2005, p. 91). Sin embargo, Cicerón dice:
El fundamento de la justicia es la fidelidad, esto es, la firmeza y la veracidad en las palabras y contratos; y es muy verosímil (tomándonos el atrevimiento de imitar a los estoicos, que son escrupulosos indagadores del origen de las palabras, aunque a otros parezca afectación) que tomase su nombre de la palabra fíat, porque la fidelidad consiste en hacer lo que se ha prometido (1984b, p. 9).
En esta lógica, se dice que Cicerón nos legó la “ley propia del lenguaje”, una ley simbólica que, lo mismo que el Estado o la Patria, representa la autoridad del padre de familia, pues como se dice en el psicoanálisis de orientación lacaniana, el símbolo es la expresión de la ausencia de la cosa, que da lugar a la eternización del deseo, el cual finalmente acata la ley o hace del deseo la misma ley. Según Jacques Lacan: “El Nombre- del-padre sirve de soporte a la función simbólica” (Albano et al., 2005, p. 93), lo cual quiere decir que tal significante es el fundamento de la estructuración de la realidad de los vínculos sociales. Se podría decir entonces, de manera hermenéutica, que Marco Tulio Cicerón sirve de soporte a la función simbólica de la ley. O incluso que Cicerón es un parlêtre,18 lo que quiere decir un “ser viviente”, “un ser hablante” o un “viviente