Diana Wang

Los niños escondidos


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Dije que íbamos a visitar a papá a Bruselas.

      OTRA VIDA, OTRA IDENTIDAD. Cuando llegamos sufrí horrores porque era un cambio enorme. Estábamos en una habitación que papá alquilaba con un baño, no tenía cocina, y papá comía en un restaurante. Ahí dormíamos todos juntos. Al principio teníamos plata, pero cuando entraron los nazis en Bruselas, papá no podía salir a la calle.

      Empecé a ir a la escuela, dos grados atrasada por el tema del idioma, pero terminé la primaria con éxito. A los pocos meses ya hablaba francés. Después me pasaron a la escuela France Fisher, que era un colegio secundario de señoritas.

      A pesar de que los judíos debían usar la estrella de David, nosotros no la llevábamos porque papá decía que no valía la pena declararse como judío. Papá tampoco se presentó como hicieron otros judíos cuando fueron llamados para ser registrados. Teníamos documentos falsos. Iba al colegio con otro nombre: Lilianne De Trez. Un día me dieron la cédula y me dijeron que ese sería mi nombre. Nadie sabía que era judía.

      Mientras fui a ese colegio mi vida fue normal, bueno, lo que entonces se entendía por normal, mi papá me esperaba en casa para jugar al rummy porque no tenía nada que hacer. Mis papás no salían a la calle porque tenían miedo de que alguien los reconociera. La única que hacía compras era yo, iba a la verdulería de la esquina, me mandaban al mercado negro a comprar huevos. En el barrio creían que papá era un gendarme nazi y que estaba enfermo y por eso no salía de la casa. En realidad no salía por el temor a ser detenido.

      TRAICIÓN. Había un señor conocido de Bratislava que venía una vez al mes a casa y a mi mamá no le gustaba, papá no sabía dónde meterse pero no lo podía echar. Resultó que trabajaba con la Gestapo y para salvar su vida les daba nombres de los judíos que se escondían. Él nos denunció. Cuando la Gestapo fue a buscar a mis padres yo estaba en la escuela, pero vieron mi cama y lo torturaron a mi papá para que dijera dónde estaba la persona que dormía allí.

      SALVACIÓN. Todos los vecinos se preguntaban a quiénes buscaban, porque estaba el coche de la Gestapo en la calle, hasta que vieron bajar a mis padres y a un matrimonio de judíos que también se escondía en casa. Una vecina de la cuadra, la señora Lopes Días, sabía que yo estaba en el colegio y fue corriendo para salvarme.

      Elsa (17 AÑOS)

      VERGÜENZA E INDIGNACIÓN. Ponerme la estrella fue por un lado indignante pero también era empezar a sentirse como algo repudiable. En el colegio se escuchaba decir sale juif, judío sucio, cosa que nunca había escuchado, así que prácticamente los únicos amigos que tenía eran judíos. Además creo que sentía un poco de vergüenza de tener que ponerme algo para decir quién era, era una mezcla de vergüenza e indignación. Pronto empezó a haber para los judíos un toque de queda, entonces nos quedábamos en la casa de compañeras o en mi casa, ya a la noche no podíamos salir.

      MI PRIMER NOVIO. Mi hermano se había ido al sur de Francia y en el grupo de amigos con los que salía había un chico que se interesó en mí y yo en él. Se llamaba Georges, fue mi primer novio, nos amábamos. Yo iba a su casa, siempre estaban sus padres y su hermano mayor, que también estaba de novio. Él también venía a casa, o sea que las familias nos conocíamos.

      Francia

      Francia fue invadida el 10 de mayo de 1940. París fue ocupada el 14 de junio y el 22 de ese mes se rindió Francia y se firmó un armisticio por el cual se dividió el territorio en zona ocupada, al Norte, y zona “libre” al Sur, llamada la República de Vichy. De los 350 mil judíos que vivían en Francia, la mitad era inmigrante reciente, refugiada de países vecinos. La mitad de los judíos franceses vivía en París. Las fuerzas alemanas no eran numerosas –solo tres batallones, unos 3 mil hombres– y precisaban de la cooperación de los franceses para llevar a cabo los planes anti judíos. Tuvieron pocos problemas para conseguirla. Durante los dos primeros años, el gobierno títere de Vichy implementó legislaciones anti judías agresivas. Las deportaciones fueron masivas y las cacerías –rafles– contaron con la activa colaboración de la Policía francesa. Los judíos “cazados” eran enviados a Drancy, un campo de tránsito desde donde eran deportados. En 1942, durante la redada conocida como Grande Rafle, fueron atrapados 13 mil judíos, entre ellos 4 mil niños. Una semana más tarde, los niños fueron trasladados en transportes de ganado a Auschwitz. En seis meses, 42.500 judíos fueron deportados a Auschwitz desde el campo de Drancy. El 20 por ciento de los judíos franceses, 77 mil personas, pereció en los campos de exterminio nazis.

      Enrique (8 AÑOS)

      VOLUNTARIO. Mi padre se había enrolado como soldado voluntario en un regimiento francés de extranjeros. Pero no lo llamaron hasta el 10 de mayo del 40, el día que los alemanes arrasaron Francia y lo mandaron al Sur. Como no tenían experiencia militar tuvo que hacer una instrucción.

      EL ÚLTIMO TREN. Como el avance de los alemanes era irrefrenable, mamá y yo nos fuimos con unos vecinos hacia el Sur. Tomamos el último tren que salió de París el 13 de julio del 40. Al día siguiente entraron los alemanes en París. Este tren salió de la Gare d’Austerlitz hacia Bordeaux. Era un tren enorme, estaban todos los vagones ocupados y nos fuimos yendo más adelante con los bártulos hasta que nos instalamos. No sé bien qué pasó pero tengo un recuerdo vago de que al tren lo dividieron en dos –iba con tres locomotoras– para que no fuera tan largo y tengo entendido que la parte de atrás fue bombardeada. Nosotros llegamos sanos y salvos.

      ¿A ESPAÑA O A PARÍS? Nos quedamos tres o cuatro días en Bordeaux y antes de que llegaran los alemanes nos fuimos adonde estaba mi papá. Era un pueblito: Sept Fonds, al norte de Toulouse. Ahí mamá consiguió un departamento y mi papá venía a visitarnos. El 22 de junio se hizo el armisticio y ese pueblo quedó en la zona “libre”. Mi mamá pensó que estando los alemanes en París, no estábamos seguros y lo mejor sería escaparnos a España que nos quedaba cerca. Mamá lo tenía claro, papá no. No quiso ir a España, quería volver a París porque ahí teníamos el departamento, nuestras costumbres, vivíamos bien. Además, las noticias que teníamos indicaban que no iba a pasar nada. Mamá quería quedarse en el pueblito y la dueña de la casa que alquilábamos dijo que podíamos quedarnos a trabajar. Pero volvimos a París.

      EL PIS. En Sept Fonds recuerdo que me decían que hiciera pis solo, ahí o en cualquier lado. Yo tenía mucho cuidado en hacerlo así. Cuando estaba con otros chicos me tapaba con la mano, disimuladamente. En ese momento, no tuve problemas con nadie, nadie me descubrió, después sí.

      Micheline (14 AÑOS)

      LA COLONIA DE VACACIONES. En septiembre del 39 estaba en una colonia de vacaciones judía como se acostumbraba. Cuando se declaró la guerra, salió una ley que ordenaba que todos en la colonia tendrían que quedarse donde estaban y que ninguno de los chicos podría volver a París. Pensaban que las ciudades grandes serían bombardeadas y que era más seguro quedarse allí. Nos mudamos de la colonia a la alcaldía, me acuerdo que hacía frío y no había carbón para calentarnos. Teníamos una maestra que era una mujer austriaca. Me parecía lindo el hecho de quedarme más tiempo. Nos dijeron que íbamos a tener que ayudar un poco a lavar los platos y con la limpieza. No lo recuerdo como algo angustiante, más bien como un juego. Cerca de la alcaldía había una fuente, entonces la gente que no tenía agua en la casa la iba a buscar con un balde. Íbamos a buscar el agua y la llevábamos con una palangana. Era toda una diversión.

      Me acuerdo que en las calles había alto parlantes que reproducían el discurso de Hitler, esa manera de gritar que tenía te daba miedo, te ponía la piel de gallina. Cuando se entregó una parte de Francia, la gente decía que con tal de que no hubiera guerra no importaba nada.

      DE VUELTA EN PARÍS. Volví a París en diciembre. Cuando llegué a mi casa con la señora que me acompañaba, mi madre no me reconoció, con el pañuelo que tenía en la cabeza y unos zuecos de madera que me había traído del campo. Fui al colegio de vuelta, empezamos a tejer cuadraditos de lana para los soldados de las colonias de África, que estaban en el frente, los voluntarios. Cada clase tenía apadrinado a uno o dos soldados. Hasta que entraron los alemanes no nos faltaba nada. Mi papá se fue de voluntario a la guerra. Como era muy flaco lo mandaron de vuelta a casa en tres semanas.

      La