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Abordajes literarios


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de Mattos; La cacería (1997), del también uruguayo Alejandro Paternain; La tierra del fuego (1998), de la argentina Sylvia Iparraguirre, o las obras de los autores hispanoamericanos que con más insistencia desarrollaron una literatura del mar: el narrador chileno Francisco Coloane, imbuido de las leyendas del Archipiélago de Chiloé, donde nació; el narrador y poeta colombiano Álvaro Mutis, creador del ciclo de novelas de Maqroll el Gaviero; el narrador y poeta argentino Hugo Foguet, un tucumano que navegó por todo el mundo durante años como maquinista de buques cargueros.

      Hoy la aviación comercial prácticamente vació los mares de buques de pasajeros de larga distancia, pero la mayor parte de los grandes tráficos comerciales se sigue haciendo por vía marítima. El mar perdura además en cantidad de palabras y expresiones cotidianas: “mandar al carajo”, “ir viento en popa”, “aguantar contra viento y marea”, “andar a la deriva”, “vivir una odisea”, “navegar por Internet”. El mar no sólo sigue presente en la imaginación y reaparece año a año en la narrativa, el teatro, la poesía, el cine, sino que además influye sobre géneros y asuntos supuestamente alejados. Jack Kerouac, al inicio de En el camino (1957), biblia de la literatura beat, hace que el narrador protagonista, antes de emprender un viaje iniciático y mítico hacia el Oeste, se compare con el Ishmael de Moby Dick que parte hacia el cabo de Hornos. Stanley Kubrick dirigió la gran película de ciencia ficción de los sesenta: 2001, que combina psicodelia, existencialismo y trascendentalismo. Odisea del espacio es el subtítulo. Casi diez años después, Ridley Scott dirigió la perturbadora Alien, ya un clásico de la ciencia ficción y el terror. La nave atacada por un ser mutante y extremadamente agresivo se llama Nostromo, igual que una de las novelas de Joseph Conrad. El viajante de comercio espacial creado por Angélica Gorodischer que cuenta (o miente) sus travesías interestelares, un poco a la manera de Marco Polo, en un bar de Rosario, se llama Trafalgar. Ejemplos análogos podrían extenderse a lo largo de muchas páginas.

      El astronauta Neil Armstrong, comandante de la misión Apolo XI, primer hombre en pisar la luna, declaró alguna vez que dados las niveles de conocimiento del universo, como el abismo tecnológico entre el Renacimiento y el siglo XX, su viaje podía considerarse menos arriesgado y meritorio que el cruce del Atlántico Norte comandado por Cristóbal Colón. Armstrong era un guerrero que había realizado antes de convertirse en astronauta casi ochenta misiones aéreas durante la guerra de Corea, si hubiera sido poeta, habría podido contarnos, tal vez, que vista desde la luna, la tierra es azul como una naranja.

      Muchos son los materiales con los que la humanidad fue construyendo ingenios flotantes para sortear una vía de agua, para pescar más allá de la rompiente, para alcanzar una isla admirada desde la costa, para surcar los mares, para circunnavegar el planeta. Troncos ahuecados, pellejos de animales inflados, huesos, maderas atadas, encastradas, clavadas, junco, paja, barro, cuero, hierro, acero, aluminio, cemento, fibra de vidrio, plástico rotomoldeado, kevlar.

      No sólo cada una de las partes de una embarcación lleva un nombre específico, sino que resultan innumerables las palabras que las distinguen o vanamente procuran clasificarlas: acorazados, alíscafos, anchoeros, avisos, arrastreros, balleneras, barcas, barcazas, barreminas, bedetés, bergantines, botes, bricks, bricbarcas, brulotes, bucetas, bulk carriers, cableros, cachirulos, cajoneros, camaroneros, canoas, cañoneras, cap horniers, carabelas, carboneros, carracas, catamaranes, cats, clippers, cocas, coraclos, corbetas, corocoas, cruceros, cutters, chalanas, chalupas, chatas, chelingas, cogs, dalcas, destructores, doris, downeasters, dhows, dragas, drakkars, dreadnoughts, escoltas, esneccas, esquifes, factorías, falúas, falucas, ferrys, fragatas, fresqueros, frigoríficos, fustas, gabarras, galeazas, galeones, galeras, goletas, guardacostas, hermafroditas, hovercrafts, indiamans, jachts, jangadas, juncos, kayaks, knorrs, lanchas, lanchones, libertys llauts, metaneros, minadores, mineraleros, monocascos, motonaves, multicascos, naos, optimists, outriggers, pailebotes, patachos, pateras, patrulleros, popoffkas, portaaviones, portacontenedores, polacras, poteros, poveiras, queches, quimiqueros, remolcadores, rompehielos, ro-ros, sampanes, submarinos, sumacas, suppliers, taburechas, tall ships, tanqueros, traineras, tramp steamers, transatlánticos, transbordadores, urcas, vapores, vaporettos, west indiaman, windjammers, xenias, yawls. La enumeración aspira al infinito. Y esas son, apenas, las especies. Además, están los individuos. Ningún barco puede considerarse completo si no tiene un nombre inscripto en su popa y sus amuras.

      Merced a hazañas o tropelías se han hecho famosos, a través de las aguas de la historia, la Santa María de Colón, la Victoria de Sebastián Elcano, la Santísima Trinidad (tan grande para su tiempo que la llamaban “el Escorial de los mares”), el Golden Hind de Drake, la Bounty capitaneada con mano férrea por Bligh y luego por el amotinado Fletcher Christian, el Adventure de Cook, el Victory de Nelson, el Essex de Pollard y Owen Chase, el Beagle de Fitz Roy y Darwin, el Discovery de Scott, el Endurance de Shackleton, el “insumergible” Titanic, el Feuerland de Plüschow, el Seeadler de Von Luckner, el Calypso de Jacques Cousteau. Igualmente famosos merecerían ser el Saint Louis y el Winnipeg, pero la mayor parte de las historias de la navegación los omiten. Eligen olvidarlos como se olvida un remordimiento o un temor. Al primero lo llamaron también el barco de los condenados, partió desde Hamburgo con un pasaje compuesto por judíos alemanes en busca de refugio ante el avance del nazismo, pero los puertos del mundo se le fueron cerrando, debió regresar a su puerto de zarpada, y la mayor parte de sus pasajeros murió en campos de concentración. El vapor francés Winnipeg sí logró su cometido: llevar al puerto chileno de Valparaíso más de dos mil republicanos españoles que huían del franquismo. Pablo Neruda fue quien organizó, junto a su esposa Delia del Carril, este viaje de solidaridad con los vencidos. La noche en que el Winnipeg zarpó al fin de Trompeloup, escribió: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. / Pero este poema no podrá borrarlo nadie”.

      Por los mares de la ficción navegan el Pequod de Moby Dick, la Hispaniola de La Isla del Tesoro, el Narcissus de Conrad, el Nautilus del capitán Nemo, el Oedipus Tyrannus de Ultramarina. A la deriva por aguas de leyenda, aparecen y desaparecen –es la costumbre y la gran habilidad de los barcos fantasma– el Mary Celeste, el Flying Dutchman, el Lady Lovibond, el Marine Sulphur Queen, el Caleuche, el Lucerna, el Octavius, la Joyita, el SS Baychimo, el Caiman Caribea, el Lyubov Orlova.

      Además de especie y nombre propio, todo barco tiene una personalidad: formas de ser y de hacer, inclinaciones, costumbres, manías. Tal vez por eso hay una superstición náutica de alcance universal que vaticina toda suerte de infortunios para la embarcación que cambie de nombre. Como si imponerle un bautismo distinto al de su botadura constituyese un pecado de sustracción de identidad, un intento catastrófico de intentar cambiarle el alma. Los tripulantes suelen hablar con su nave. En ese ritual de amor y odio hay una posibilidad para la literatura. Y también una constatación: los barcos avanzan no tanto a vela, a vapor o a energía nuclear como a palabras.

      –No ahorres dinero –le dije a Roscoe–. En el Snark todo tiene que ser de lo mejor. Y ni se te ocurra pensar en algo decorativo. La tablazón de pino desnudo es un acabado suficientemente bueno para mí. Invierte cuanto haga falta en la estructura. Logra que el Snark sea el barco más estanco y resistente de cuantos surquen los mares. Nunca te preocupes por lo que pueda costar; asegura que lo construyan estanco y fuerte, que yo me encargaré de seguir escribiendo para ganar el dinero necesario.

      Y así lo hice... lo mejor que pude; pues el Snark consumía mi dinero con mayor rapidez de la que yo podía ganarlo. Cada dos por tres debía pedir créditos para complementar mis ganancias. Una vez pedí mil dólares, otra vez pedí dos mil dólares, otra vez pedí cinco mil dólares... Trabajaba todos los días y mi dinero iba a parar a nuestro proyecto. Trabajaba hasta los domingos, no me permití ni un día de vacaciones. Pero valió la pena. Cada vez que pienso en el Snark sé