Edgard de Vasconcelos

Mi Señor, el Diablo


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      Mi señor, el diablo

      De Aleister Crowley y la familia Manson a nuestros días.

      Una mirada al satanismo

      Edición Digital

      Colección Conjuras

      L.D. Books

      Mi Señor, el Diablo ©

      Edgard de Vasconcelos, 2017

      L.D. Books

      D.R. ©Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2017

      Batalla de Casa Blanca Manzana 147 A, Lote 1621

      Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección

      C. P. 09310, Ciudad de México

      Tel. 5581 3202

      www.lectorum.com.mx

      [email protected]

      Primera edición: mayo de 2017 ISBN: 9781976069871

      Colección CONJURAS

      D.R. ©Portada e interiores: Mariel Mambretti

      Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.

      Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor.

       Introducción

       Capítulo 1. Los primeros “agentes del demonio”

       Capítulo 2. El diablo se manifiesta

       Capítulo 3. La “gran bestia”, el rock y la simpatía por el diablo

       Capítulo 4. Del delirio al crimen, por la ruta del diablo

       Capítulo 5. Satán y sus ríos oscuros

       Capítulo 6. El diablo, la svástica y la muerte

       Capítulo 7. El diablo también habla español

       Conclusiones

       Apéndice fotográfico

       Bibliografía

      Satanás siempre ha subyugado a los seres humanos. Su imagen y su supuesta presencia desde hace siglos acompañan la historia de los hombres. El Diablo ha formado y forma parte de las más diversas religiones, del arte y de la cultura popular. Incluso allí donde no existe un cuerpo doctrinal elaborado, nadie pone en duda su presencia maligna. Para algunos, sólo es un símbolo de los extravíos éticos o morales de los hombres; para otros, es una entidad palpable, influyente en la vida cotidiana, convocable incluso. Desde los libros sagrados al psicoanálisis, el Diablo está o bien batallando contra el Bien desde siempre, o bien anida sólo en los rincones más oscuros de la psiquis humana. Dueño de muchos nombres, como el gran exponente del mal y dueño de un poder ilimitado, Lucifer (uno de los modos de llamarlo) ha sido una obsesiva presencia en algunos períodos de la Humanidad; sobre todo, en aquéllos aquejados por pestes o grandes cataclismos, y/o dominados por el espíritu religioso (como la Edad Media europea, por ejemplo).

      Pero no todos los hombres ni todas las corrientes de pensamiento consideran a Satanás un ser maléfico o execrable. Desde hace siglos han existido sectas, agrupaciones religiosas o movimientos “filosóficos” que le atribuyen al Demonio una representación positiva; es para ellos el símbolo y el motor de la fuerza humana; la pulsión de vida por sobre las limitaciones en barreras de la moral; el adalid del intelecto y la razón; la llama que alimenta la más transformadora rebeldía.

      En 1969, la prestigiosa editorial Harper Collins lanzó al mercado una obra con un título pretencioso, e inquietante para los católicos: Biblia Satánica. Su autor: el escritor y músico estadounidense, Anton Szandor LaVey. Apoyándose básicamente en el vitalismo y el espíritu contestatario de Nietzsche, y apropiándose también de algunas ideas del ocultista Aleister Crowley, LaVey produjo un material que reclamó para sí la dignidad de un ensayo filosófico-religioso. En la obra, Satanás es presentado como un ente liberador. Su figura representa la sabiduría, el triunfo del conocimiento sobre la ignorancia, de la luz sobre las tinieblas, del atrevimiento sobre el miedo. Su llegada al hombre es, en suma, una iluminación. Pero los satanistas (los espirituales o los prácticos, los estudiosos o los intuitivos) existieron desde mucho antes de que LaVey escribiese su libro. La mayoría de ellos creía que el Demonio era una deidad a la que se debía adorar, y que era posible llegar hasta él por medio de la magia, la invocación, y por eso crearon ciertos ritos "satánicos”. Desde luego, este adjetivo no tenía para ellos un sentido peyorativo, como sí lo tiene, incluso en el habla popular, en la mayoría de las sociedades que han atribuido al Oscuro la suma de todos los males.

      La Iglesia católica se dedicó y se dedica a "liberar” a aquéllos poseídos por el Demonio. Su presencia en uno es algo nocivo, malo, que hay que erradicar. Desde los conjuros populares hasta rituales oficialmente aceptados y practicados como el exorcismo van en ese camino. Pero hubo y hay también personas que, según la creencia popular o los líderes del pensamiento satánico, actúan movidas por hilos que manejaba Lucifer, o son sus representantes en la tierra, y eso, para ellos, lejos está de ser malo, y hasta es honroso.

      Otros no sólo se dedican a predicar los bienes del Diablo, sino que hasta realizan transacciones con él. Gilles de Rais, por ejemplo, fue un noble francés del siglo xv convertido, para muchos, en el primer asesino en serie de la historia. Rodeado de una corte de nigromantes, brujas y alquimistas, De Rais era un despilfarrador obsesivo que, al terminar en la bancarrota, ofreció a Satán la sangre de los niños a los que asesinaba, para que éste le devolviese la riqueza perdida, y así volver a sostener sus excesos y vicios.

      Otra de las figuras que supuestamente han tenido pactos con el Diablo, según la leyenda, fue la condesa Erzsébet Bathory, quien, presa de su obsesión por no envejecer (y por mandato de Lucifer, según decía), bebía y se bañaba con sangre humana. Cerca de 650 niñas se dice que asesinó. Era la sangre de esas pequeñas, supuestamente, lo que hacía que su piel no se arrugase y ella toda no envejeciese. Pero también en el arte el Diablo ha metido la cola. Y los ejemplos son inagotables.

      Giosué Carducci, un poeta italiano del siglo xix, de furioso credo anticlerical, fue un opositor a la monarquía de su tiempo. Recibió, merecidamente, el premio Nobel de Literatura en 1906 (un año antes de morir), pero lo que aquí importa es que escribió un poema titulado “Himno a Satán”, en el que veneraba al Diablo como dios de la razón y la libertad, y denostaba duramente a la cristiandad. No fue el único. Antes que él, el magnífico poeta y ensayista francés Charles Baudelaire (a quien Aleister Crowley admiraba) publicó, en 1857, el poema titulado “Las letanías de Satán”, que comienza con un verso que escandalizó a los clérigos de su tiempo:

      “Oh tú, Ángel más bello y asimismo el más sabio

      Dios privado de suerte y ayuno de alabanzas,

      ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!”.

      ¿Creían estos poetas en lo que cantaban o era su forma artística de “patear al burgués”? María de Naglowska fue una intelectual rusa a la que se conoció como “La sacerdotisa de Lucifer”. Ella difundió una técnica a la que denominó “magia sexual”, y que era practicada por la secta khlysti, que pregonaba la flagelación como camino hacia la salvación. Se trataba de hacer el amor frente a un grupo que rodeaba ceremonialmente a la pareja, venerando sus órganos sexuales. En la revista que fundó en París en 1930, La Fléche, María de Naglowska publicó dos trabajos que resumían la base de sus creencias: "El Misterio del Ahorcamiento” e “Iniciación Satánica”. Mucho más acá, y ya en el terreno de la música, el neoyorkino Glen Benton, bajista y líder de la banda Deicide, no sólo se ha declarado abiertamente satanista, sino que