y “Crucificied for Innocence”. Mucho más revuelo que los trabajos de Deicide causó en su momento la aparición de un álbum de los Rolling Stones, Beggar’s Banquet, de 1968. Sobre todo, uno de sus temas: “Simpathy for de Devil”. Aquella “simpatía por el demonio” quedó confirmada por otros álbumes como Their Satanic Majesties Request ("La solicitud de sus majestades satánicas”) o Goats Head Soup (“Sopa de cabeza de cabra”), su undécimo álbum de estudio, de 1973, cuando ya eran referentes innegables del rock universal, y su influencia cultural excedía lo meramente musical. Es muy probable que, para estos jóvenes transgresores de los años 60 y 70 (que buscaban, con el rock, el sexo, el alcohol y la droga, explorar, como ellos mismos decían, "el otro lado de la mente”), Satanás, en efecto, haya sido el símbolo de la ruptura, de la rebeldía, de la libertad ilimitada, del quiebre de las reglas y de la moral estatuida.
Lo cierto es que Satanás, el ángel más hermoso de la creación, que lideró una rebelión contra Dios, por lo que fue expulsado para siempre de su lado, existe para muchos. Él, aturdido por su propio orgullo, habría dado vida a la maldad, al dolor, a la mentira, a la muerte, a todo lo malo que existe en el mundo. Su figura incluso bien podría ser una panacea para todas las contradicciones dogmáticas, el balance del Dios bueno que no podría nunca haber dado origen al mal. Lucifer representa el lado oscuro de los seres humanos, aunque para otros es la luz que abate las tinieblas. Es en esa doble condición que aún fascina y se supone que fascinará al ser humano. ¿Por los años de los años? Los próximos renglones se abocarán a compartir asombros y preguntas, más que a dar improbable respuesta.
Los primeros “agentes del demonio ”
"Los que aprueban una opinión, la llaman opinión; pero los que la desaprueban, la llaman herejía.”
Thomas Hobbes
Satán, ¿era ajeno al plan de Dios o parte integrante de ese plan? ¿Es su contrincante o su necesario balance en la Creación?
Mucho antes de empezar a lidiar con las verdaderas sectas satánicas, los adoradores grupales de Lucifer o sus solitarios devotos, la Iglesia católica debió vérselas con algo que miró con el mismo afán condenatorio: los movimientos religiosos heréticos. Éstos, que no sólo cuestionaban el dogma, sino que en muchos casos ponían en entredicho la legitimidad misma de la institución, eran ni más ni menos que los agentes del Demonio.
Entre los siglos x y xii comenzaron a extenderse por Europa algunas de esas creencias religiosas heterodoxas. Uno de esos grupos, nacido en la región de Tracia (actual Bulgaria) y de Bosnia, fue el de los llamados bogomilos, nombre que derivaba del de su principal líder espiritual. Bogomil lejos estaba de oler a azufre y llevar tridente. Era un sacerdote búlgaro, pobre, que vivía pacíficamente en las montañas macedónicas, y que se atrevió a poner en dudas ciertos principios de fe.
Satán, hijo de Dios
El movimiento de los bogomilos descreía de la coexistencia entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, e iba un paso más allá; le negaba carácter divino al nacimiento de Jesús. Estos réprobos creyentes sostenían que Dios había tenido dos hijos, y éstos eran Miguel y Satán, los que representaban respectivamente al bien y al mal. Miguel es ángel jefe de los ejércitos de Dios para las religiones judía y católica; Satán, el ángel que se rebeló contra Dios.
Influenciados por los paulicianos, un movimiento cristiano que había nacido en Armenia en el siglo VII y llegó luego a los Balcanes, los bogomilos adoptaron la doctrina maniquea. Según ésta, todo en el mundo se reduce a la lucha entre el bien el mal.
El movimiento rechazaba la ortodoxia ceremonial de la Iglesia católica, y sus fieles elegían al azar a un grupo de ancianos para que se ocuparan de oficiar los ritos creados por el propio colectivo religioso. Vale decir: los bogomilos no tenían sacerdotes como tales; y menos, estables.
Las ceremonias religiosas se realizaban en casas particulares, y no en templos alzados a tal efecto, y sólo podían ser bautizados los adultos, y no con agua o aceite sino mediante plegarias y autorenuncias.
Francisco Javier Arriés es un licenciado en Ciencias Física que con ese seudónimo ha escrito una serie de artículos y libros sobre ocultismo. Se ocupó también de los bogomilos en un trabajo para la revista española Año Cero. Veamos qué nos dice al respecto:
“En tierras búlgaras el viajero se encuentra con un sorprendente folclore de cuentos y leyendas cuyos protagonistas son Dios y su hijo, el diablo, empeñados en una lucha sin cuartel. Se trata de historias en las que este último detenta el poder creador, tanto del mundo como del género humano; de relatos impregnados de dualismo, la corriente de pensamiento que afirma la existencia en el Universo de dos fuerzas antagónicas en lucha perpetua. Y es que, tras una aparente confesionalidad ortodoxa, católica, protestante o musulmana, muchos búlgaros guardan lo esencial de las enseñanzas de los iniciados de una secta que prendió en el corazón de los Balcanes y que se extendió por Europa como una mancha de aceite: los bogomilos”.
La metáfora de la mancha de aceite es más que válida no sólo para este movimiento herético sino para muchos otros, rebeldes, contestatarios, en una época en que el catolicismo debía afianzarse como religión de Estado, identificada con éste. Pero lo que más nos interesa aquí son las conexiones de las huestes de Bogomil con lo demoníaco.
Para este movimiento religioso herético, la cruz era considerada un instrumento maligno, ya que había sido utilizado para matar a Jesús. No creían en la resurrección de los cuerpos porque, a juicio de sus creencias religiosas, el mal estaba directamente ligado con lo material, con lo carnal, con lo corporal, y no era allí donde reinaba Dios, sino en el mundo espiritual.
Por ello, sus miembros renunciaban a mantener relaciones sexuales, no comían carne, no tomaban vino. Cada miembro, antes de haber sido aceptado como tal, debía pasar por un período de observación durante el cual habría de comprobarse si, en efecto, el futuro miembro se abstenía de mantener relaciones sexuales, no ingería ni carnes rojas ni cualquier otro alimento que tuviese sangre, además de abrazar los otros principios rectores generales. La prohibición estaba fundamentada en que, como dijimos, para los bogomilos, Dios era el creador del espíritu, y el demonio era el creador de la materia.
Leamos nuevamente a Arriés:
“La visión pesimista de la sociedad que exhibían los bogomilos era una consecuencia directa de su cosmogonía. El hijo primogénito de Dios Padre, Satanael, recorrió el Universo hasta sus más bajos confines, y envidió el reino de su padre. Cuando ascendió de nuevo, se rebeló contra él. Fue despojado de su carácter celeste y arrojado del cielo. Decidió entonces, secundado por miríadas de ángeles rebeldes, crear su propio reino. La creación en siete días narrada en el Génesis no sería sino obra suya. Tras crear la Tierra, el Sol, la Luna, los vegetales y los animales, concibió el plan de crear al ser humano. Para mantener al hombre bajo su imperio, Satanael dio las tablas de la ley a Moisés. Con la misma misión envió a Elías. Así se ha perpetuado el orden civil y religioso que ha tenido al hombre sometido bajo el poder de los demonios”.
Pero no sólo el demonismo seducía a los heréticos cultores de estas creencias. Los bogomilos predicaban la igualdad social, la liberación del hombre del dominio de clérigos y de nobles, postura que, sin dudas, les creó una enorme popularidad entre los pueblos de la región, muchos de los cuales profesaron este credo durante muchos años. En Bosnia, incluso, llegó a ser a su vez la religión de Estado.
Desde su aparición, en el siglo x, hasta su declive, un par de centurias más tarde, el movimiento lideró varias revueltas en contra de las autoridades constituidas, contando siempre con el apoyo de las clases populares.
A finales del siglo xii y comienzos del xiii, bajo el papado de Inocencio iii se iniciaron toda una serie de brutales persecuciones contra los movimientos heréticos de Bulgaria.
En 1463, los turcos