Edgard de Vasconcelos

Mi Señor, el Diablo


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a cabo un aquelarre, entre otros tópicos. O sea, era una astilla del mismo árbol la que atentaba contra la salud del tallo católico.

      Satanismo sin distinción de clases

      Pero toda esa suerte de juego entre la rebeldía hacia las rigideces del cristianismo y el culto a Satanás tendría su primera circunstancia trágica y pública (si no contamos las numerosas víctimas de la Inquisición desde sus inicios) durante el reinado de Luis xiv, en la Francia de finales de la década de los 70 y comienzos de los 80 del siglo XVII.

      Martín Careaga Montaño, en su libro Armando el rompecabezas del diablo, recuerda brevemente lo que ocurrió en la Francia del Rey Sol:

      "En ese entonces, tantos como sesenta sacerdotes fueron acusados de abuso sexual y sacrificios de niños, durante las así llamadas 'misas negras. Otra acusación consistía también en que, según se decía, durante la ceremonia se requería que un sacerdote llevara a cabo un largo rito sobre el cuerpo desnudo de una muchacha adolescente, que se encontraba acostada sobre el altar. Al llegar al clímax del ritual, supuestamente, el sacerdote consagraba la hostia sobre el vientre de la joven y después la introducía en su vagina. Posteriormente tenía coito con ella y al terminar la lavaba con agua bendita, la cual se encontraba en el cáliz para consagrar y era, en realidad, orines de un macho cabrío”.

      En París, lejos del palacio de Versalles en donde tenían su residencia Luis xiv y toda su corte (incluyendo las decenas de amantes del monarca), se comentaba que en aquel ambiente de privilegiado aburrimiento, entre las jornadas de cacería protagonizadas por nobles enriquecidos por los privilegios, entre intrigas y envenenamientos, existían señores y damas de la nobleza que se dedicaban a venerar al Diablo.

      Entre la gente del pueblo se rumoreaba que los aburridos aristócratas cabalgaban por las ciudades linderas al palacio, siempre cubiertos por capas y albornoces para no ser reconocidos, y que se dedicaban a comprarles los hijos a los mendigos, para luego ofrecer esas criaturas en sacrificio ante un altar demoníaco, en el que un sacerdote desgarraba sus cuerpos.

      Por aquellos tiempos, el abate Étienne Guibourg (1610-1686) era el sacristán de la iglesia de Saint-Marcel, en Saint-Denis, el templo más bello de la ciudad, que luego sería destruido en tiempos de la Revolución Francesa.

      Guibourg, que pasaría luego a la historia como el 'sacerdote renegado”, procreó varios hijos con su amante eterna, Jeanne Chanfrain, y era famoso por tener amplios conocimientos de química. El apelativo antes mencionado se lo debía a que era el cura más reconocido en los círculos satanistas.

      Junto a él, merodeaba los pasillos de Versalles un hombre hermético, de pocas palabras y mirada inquisidora: Adam Coeuret, apodado Lesage, o sea, “El sabio”. Coeuret era un normando que decía ser comerciante de lana pero que, en realidad, se pretendía “mago”, “hechicero” y celebrante de misas negras, por lo cual había sido condenado a prisión en 1668 y liberado cinco años más tarde, por la intervención de un poderoso personaje de la corte de Luis xiv.

      Otro oscuro personaje que rondaba la corte del Rey Sol ofreciendo sus venenos, sus ritos de magia negra, sus fluidos abortivos y embrujos, era Catherine Deshayes, conocida como La Voisin, ya que estaba casada con un joyero de nombre Antoine Monvoisin, con quien tuvo una hija llamada Marie Margarite Monvoisin.

      Debido a que la joyería de su esposo marchaba muy mal, Catherine, que tenía ciertos conocimientos de medicina y herboristería, se dedicó a producir ungüentos que aliviaban determinados dolores y, también, a vaticinar el futuro, cosa que en las clases bajas podía ser letal a poco de recorrer ese camino.

      Pronto, las medicinas y los aciertos predictivos de La Voisin la convirtieron en una curandera afamada, a la que comenzaron a consultar las damas de la corte. Muchas llegaban a ella afectadas del mal de amores; otras procuraban que la maga les acercase algún menjurje capaz de enviar a la tumba a alguna cortesana rival... o a sus propios maridos.

      El Diablo parecía imperar en todas las capas sociales, pero en algunas gozaba de impunidad.

      El Maligno y los asuntos de alcoba

      En la corte del Rey Sol, que reinó durante más de siete décadas y llenó el palacio de Versalles de amantes, parásitos y aduladores de toda laya (exigía que cada mañana 100 hombres asistieran a presenciar su ceremonia de aseo), las luchas por el poder, las conspiraciones y las intrigas eran cuestiones cotidianas; y resolverlas con la eliminación física del adversario, una práctica corriente.

      El recurso más habitual para lo último era el aristocrático envenenamiento, y los productos más utilizados eran el arsénico y el antimonio. En ese escenario, una experta como La Voisin “rankeaba” alto en la consideración de los cortesanos.

      Francisca de Rochechouart, casada con el marqués de Montespan, y por eso conocida como Madame de Montes pan, se había convertido en amante de Luis xiv en 1667, y hacia finales de la década de los 70 era la gran favorita del monarca; tanto que disponía de veinte habitaciones en el palacio, varias más que la propia reina.

      Sin embargo, el paso del tiempo y los ocho hijos que le había dado al rey fueron engrosando su cuerpo, disminuyendo su belleza y aumentando sus temores de ser relegada en la consideración del monarca.

      Se contaba en la corte que, a medida que sus temores avanzaban, la favorita recurría a más y más “hechizos”, “pases mágicos” y ceremonias satánicas para conservar el amor del rey. Uno de los hechizos más habituales utilizados por la favorita consistía en introducir en alguno de los alimentos que consumiría su amado algunas gotas de su sangre menstrual.

      Se sabía también que Madame Montespan cada semana le encargaba al abate Guibourg la celebración de una misa negra, en la que la propia amante del rey oficiaba de altar, y en la que se sacrificaba a un niño para que los hechizos se cumplieran.

      Los conjuros, empero, y los sacrificios humanos fueron incapaces de torcer el destino de la favorita junto al Rey Sol. Luis xiv la fue dejando de lado y, cuando Madame Montes pan, junto con el resto de la corte, se enteró de que Luis había tomado como nueva favorita a María Angélica de Scorrailes, una duquesa veintiún años más joven que ella, la despechada mujer decidió acabar con la vida del monarca y de la intrusa.

      Sin embargo, tanto la conspiración contra el monarca como la intención de Montespan de envenenar a su joven contrincante saldrían a la luz, y habrían de producir uno de los mayores escándalos de la Europa de las últimas décadas de aquel siglo.

      Así describe el suceso Benedetta Craveri, en su trabajo Amante y reinas. El poder de las mujeres:

      “Todo empezó en febrero de 1677 con la detención de Madeleine La Grange, una adivina acusada de haber organizado, con la ayuda de un sacerdote, un matrimonio fingido con un viejo abogado con el cual se había ido a vivir, y de haberlo envenenado después para heredar sus bienes. Se trataba de un banal caso de crónica negra que no hubiera despertado especial atención si la imputada no hubiese solicitado una entrevista con el ministro de la Guerra, el poderosísimo marqués Louvois, sosteniendo estar en conocimiento de una conspiración cuyo objetivo era matar al rey y al delfín. Informado del asunto, Luis xiv ordenó trasladar a Madame La Grange de la cárcel de Vincennes a la Bastilla, generalmente reservada a los presos de Estado, confiando la investigación a un hombre de confianza de Louvois, Nicolas Gabriel de La Reynie, desde hacía diez años jefe de la policía de París y responsable de la seguridad de la capital”.

      Contrariamente a lo que hubiese supuesto cualquier guardián del orden, el jefe policial creyó a pies juntillas la información de la adivina y ordenó que se iniciara una investigación para dar con los responsables de un potencial complot para asesinar al monarca y a su delfín.

      La Reynie dispuso, entonces sí, una serie de detenciones de adivinas, magos y videntes, lo que rápidamente le proporcionó una información adicional de suma importancia. Supo que la gran mayoría de ellas y de ellos no sólo vendían filtros para el amor y afrodisíacos, sino que también realizaban abortos y preparaban pócimas de veneno.

      Con las declaraciones de los detenidos, la policía fue sumando implicados, y de rango social cada vez más elevado. Frente