Edgard de Vasconcelos

Mi Señor, el Diablo


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para quedarse.

      Los ritos con el Amo

      Bogomilos y cátaros, entonces, fueron satanizados por la Iglesia católica, si bien no eran oscuros adoradores del Diablo, ni renegaban de la bondad de Dios. Simplemente no compartían el dogma de la Iglesia medieval, y aquello los convirtió en herejes y “satanes”.

      Injustamente, estos movimientos heréticos fueron relacionados por el relato oficial católico, durante toda la Edad Media e incluso durante el Renacimiento, con los numerosos grupos o individuos que practicaban la brujería y solían reunirse en las noches del viernes o del sábado en algún lugar poco accesible de los bosques. Éstos llevaban a cabo ceremonias orgiásticas de adoración al Demonio llamadas “aquelarre” o “sabbat”. Aquéllos eran más refinados, atacaban al dogma impuesto, y por tanto eran más peligrosos para la jerarquía eclesiástica.

      Pero volvamos a los brujos, y a uno de los términos antes citados. Sin dudas, denominar “sabbat” a una reunión de brujas y brujos adoradores de Satanás fue producto del encendido antijudaísmo de la jerarquía católica en tiempos del Medioevo. De ese modo, mataban “dos pájaros de un tiro”.

      Equiparar el Sabbat (o sea, el descanso obligatorio que la religión judía santifica y que se celebra precisamente desde la noche del viernes a la del sábado) con una ceremonia demoníaca tenía como propósito acusar también a los judíos de adoradores del Diablo. Algo que sólo se podía afirmar en el desconocimiento general del Antiguo Testamento, donde abrevó el mismo cristianismo.

      El rito, según narraban los clérigos para aterrorizar a los feligreses, se desarrollaba en un lugar del bosque sólo conocido por los participantes, que llegaban a una hora previamente acordada. Una vez reunidos todos los integrantes del grupo, bailaban al son de una música de ritmo "diabólico”, mientras que, desde un costado y con forma de macho cabrío, Satanás mismo observaba la escena.

      Luego de la danza, las brujas (no los brujos) se alineaban en fila para ir, una por una, besando el trasero de Lucifer. Completada la curiosa ceremonia, todos los integrantes participaban de un banquete donde comían y bebían sin control, Más tarde se entregaban a una orgía sexual, y todo concluía al amanecer.

      Lo cierto es que ni la Iglesia católica, ni su brazo armado, el Santo Oficio, han podido dejar alguna prueba concluyente de que los aquelarres, o "sabbat” fuesen algo más que una leyenda destinada a aterrorizar a las personas. Los únicos documentos exhibidos fueron confesiones arrancadas bajo tortura, lo cual los hacía carentes de toda legitimidad.

      ¿Demonios o dioses paganos?

      Podría ocurrir, empero, que aquellos encuentros que para los clérigos católicos eran rituales demoníacos, no fuesen más que rastros de algún tipo de religión local pagana. En su libro Las brujas en el mundo, el italiano Massimo Centini, licenciado en Antropología Cultural, abona esta postura y dice:

      "La teoría que pretende identificar en el complejo ritual del aquelarre los vestigios de antiguas religiones precristianas es, probablemente, la forma más racional de interpretar el sentido del fenómeno de la brujería. Margaret A. Murray, en su famosa obra Le streghe nell’Europa occidentale (1921), sugiere la relación de las prácticas mágicas llevadas a cabo por las brujas con una cultura religiosa evolucionada a partir de los rituales precristianos de la fertilidad, en una propuesta interpretativa claramente a contracorriente. Las tesis de la estudiosa inglesa, pese a tener un interés indiscutible, resultan bastante arraigadas porque presuponen la existencia de una antigua organización religiosa pagana que fue demonizada y considerada brujería por parte de la Inquisición. Según Murray, detrás del Diablo, considerado amo y señor de las reuniones de brujas, en realidad había un 'dios cornudo' pagano, una criatura que con el paso del tiempo había adoptado múltiples caras, pasando de la representación de la prehistoria a las máscaras que todavía hoy se utilizan en el folclore".

      Esto no es poco probable, si recordamos a los sátiros y otras divinidades de los bosques. Pero, así las cosas, supongamos que aquellos rituales que la Iglesia y más específicamente la Inquisición identificaron como demoníacos no eran más que fragmentos de una religión precristiana. Ello probaría, según dice Centini, que la conversión no ya al cristianismo sino al monoteísmo en general, no había sido completa en todas las áreas.

      Centini subraya asimismo que, ya en tiempos del Santo Oficio hubo muchos teólogos y juristas que no aceptaban la leyenda del aquelarre, esa ceremonia en la que brujas y brujos se reunían en oscuros y secretos lugares para devorar bebés, matar cristianos y protagonizar desenfrenadas orgías sexuales.

      El antropólogo italiano recuerda también que los teóricos del Santo Oficio afirmaban que el Demonio podía tener una doble fisonomía al acercarse a los hombres para inducirlos al pecado. Podían ser íncubos o súcubos.

      Los primeros adoptaban la forma de apuestos varones que seducían a las brujas y se unían sexualmente a ellas. Los súcubos, en cambio, adoptaban la forma de hermosas mujeres capaces de cautivar a santos y ermitaños.

      Pero para la Inquisición, fundada en 1184 en Languedoc, sur de Francia, para combatir a los cátaros, la lucha contra la herejía era, en realidad, parte de una política de disciplinamiento religioso, en una época en que el cristianismo no había logrado aún consolidarse plenamente.

      Por ello, los castigos solían ser realmente muy severos. Y tomemos un ejemplo.

      El modo en que los inquisidores comprobaban si una mujer era bruja o no consistía en amarrarle las piernas y los brazos con tiras de cuero; luego procedían a introducir su cuerpo atado dentro de una bolsa, a la que se le ataba la parte abierta. La bolsa con la mujer adentro era arrojada al río: si el bulto emergía, eso quería decir que, en efecto, la sospechosa era bruja; si no lo hacía, se la consideraba inocente. Inocencia imposible de disfrutar, porque la mujer acababa descansando para siempre en el lecho del río.

      Las otras misas, los otros libros

      El Renacimiento no sólo significó el fin de la oscuridad medieval, la aparición de poderosos movimientos culturales y la refundación de las ciencias tanto humanas como naturales. En esa etapa, la Humanidad también vio florecer, aquí y allá, grupos de personas asociadas en lo que se conoció como "círculos satanistas”. Éstos eran liderados, por lo general, por un monje, y practicaban lo que ellos mismo definían como "misas negras”, una ceremonia que emulaba la misa católica pero que era, en realidad, un ritual de culto al Diablo.

      Allí, los celebrantes debían ir vestidos completamente de negro, color que simbolizaba a las tinieblas y al Demonio. Además, solían ir provistos de varios amuletos; el principal, una estrella de cinco puntas invertida, que representa a Satanás. También, en lugar de consagrar el pan y el vino, se consagraba la sangre de un animal, y la blancura del altar y sus objetos sacros eran reemplazados por una mujer desnuda, considerada una representación de la Madre Tierra, sabia, fértil y dispuesta a recibir generosamente a todos sus hijos.

      Resulta obvio que la aparición de estos círculos satanistas, precisamente cuando la ciencia comenzaba a imponerse por sobre la superchería y cuando la luz del pensamiento empezaba a iluminar las negras grutas del prejuicio medieval, fue algo así como una respuesta rebelde al opresivo cristianismo oficial de la época, que tantas vidas se había cobrado en nombre del dogma. ¿Dónde estaba entonces la luz y dónde las tinieblas?

      Lo cierto es que en tiempos del Renacimiento comenzaron a circular entre sectores de la nobleza, y también de los limitados pero crecientes círculos intelectuales contestatarios, unos libelos conocidos como grimorios, que eran una suerte de manuales de procedimiento para llevar a cabo la invocación de los espíritus malignos.

      El término “grimorio” parece venir del francés grimoire, y sería una alteración de la palabra francesa para “gramática”. En la Edad Media, las gramáticas latinas eran consideradas capitales para la formación de gente ilustrada. El vulgo, en cambio, al saber que no eran libros eclesiásticos (no eran breviarios, no eran tratados de liturgia), les atribuía una connotación mágica.

      Esos grimorios, según afirma la mayoría de los historiadores religiosos, estaban escritos por algunos