todavía el gran vacío, inunda nuestro ser. La historia se nos ríe en lo progre de hoy, los ángeles lloran, la tierra tiembla ante tanto orgullo, ignorancia y desesperación.
“¡Ay! Si supieran que desde sus acciones concretas de cumplir con la simpleza...Si supieran, que desde sus iniciativas modestas de subsistencia, ante los esquemas de las crisis, tienen el poder de interpelar a fondo. Si conocieran, como va a cambiar todo esto...Y, pronto, demasiado pronto”.
¿El ser tecno construirá futuro desde el sometimiento o la libertad?
Los hijos del rigor
Mi pensamiento va dirigido a los liberados de los apremios de las obligaciones ordinarias, algo que precisa inteligencias sensibles, sutiles y delicadas. Un poco de rigor, pero también un poco de comprensión, con una pizca de aire superfluo. Una misión casi imposible de lograr en estos tiempos post pandemia. Deseo el lujo del ocio, austeridad, corazones puros y sinceros, cariño, afecto, escucha, caricia, rigor y amor. Cosas tan simples, como nobles y puras todas ellas, que actualmente nos cuesta muchos dar. Ante tanta violencia, egoísmo y tristeza se requiere de respuestas modosas, y es allí cuando el escribir o el pensar se vuelve un “oficio trémulo’’. La tristeza aflora en la sangre cuando alguien apoya la pluma en el papel preguntándose otra y otra vez, casi con un miedo a ser censurado, sino llegan a ser modestos los cuestionamientos. Es allí, cuando mis propuestas me aconsejan que me calle en medio de la angustia en llantos, y que no lleve más lejos mis pensamientos de querer tener una respuesta para todo, porque como dice un viejo proverbio: “Sólo se es un verdadero pensador quedándose uno en silencio’’.
La misma historia atestigua que la humanidad pasó de ser idealista y racional, a individualista y vacía. Y, que todos los idealistas se imaginan que las causas a las que sirven son las mejores del mundo, negándose a creer que para construir una base sólida, necesitan de los mismos elementos básicos del resto. El idealista es iluso y vive en su propio mundo maníaco insensible, totalmente evaporado de la realidad. La hiperconectividad se alimenta de idealismos. El cara a cara se retroalimenta de realismos. Al igual que un ciego que no quiere ver, pone una barrera a experimentar algo novedoso. Aunque, la realidad se está perdiendo, a causa de sus mismos medios de civilización. Precisamente, el genio tiránico acuña aquí su cuna, encontrando nobleza de piedad en todas sus acciones, casi como lobos disfrazados de corderos, Oportunamente, cuando se despierta en el interior de un alma el obrar como un tirano, hasta algo mediocre, se convierte poco a poco en una fuerza buena e irresistible.
Es que ningún río es ancho y caudaloso por si mismo, sino por recibir y arrasar muchos afluentes que lo hacen ser tal, en incertidumbres. En fin, con estos simples “despensamientos’’ cotidianos, es que quiero llegar a la realidad triste, cuando discutimos si un profesor tiene que ganar bien en educación, o si de por si es buena o mala, sino tenemos en cuenta las causas profundas. Las verdaderas causas de este malestar y del mal funcionamiento de las cosas, están en la realidad del “menosprecio a los seres’’. El ser de las promesas vacías sólo crea tácticas descalificadoras, pero no soluciones. El homo tecno sin alma se alimenta de la falta de relación con el otro que irrumpe al lado. El mayor modo de despreciar a los seres es, o valorarlos sólo como “medios para nuestros fines’’, o en “no darles valor alguno en la indiferencia’’. La cultura del descarte se alimenta del sin sentido. Hasta el más cínico es consciente que la educación es importante para la vida, y que ella constituye el futuro de una Nación. No obstante, también se destruye la cultura del trabajo desde la no realización de un proyecto de vida, tanto individual, como colectivo, a veces sujetada a intereses personales. Si la actitud ante una queja, es la estrategia de desgastarla en la indiferencia, se podría perder el valor de todo. Sólo desde el sometimiento reinará el caos, la deshumanización, la nada, las calles llenas de piquetes y el miedo. Aquí, es bueno ser un poquito permisivo. El mundo fue terriblemente racional y rigorista. “La barbarie individualista nos llevó a la fragmentación y al “desamor’’. El amor desea, el odio rehúye. El amor no conoce poder alguno, ni nada que separe ni oponga diferencias de jerarquías, se entrega totalmente.
Solemos ser “hijos del rigor’’, desde actitudes hostiles, indiferentes, en el librepensamiento que nos anula y condiciona de por vida. El miedo a mostrarnos tal como somos por temor al ataque del que piensa distinto o diferente. Tenemos que empezar a ser humanos, más humanos, terriblemente humanos. Hay que aprender a amar, aprender a ser buenos, que sin caer en ingenuidad, aprendamos a experimentar en nuestras vidas, los cálidos hallazgos que han hechos las personas que se aman. Sólo desde allí, fuera de la intelectualidad y del pensar idealista sesgado y vacío, alguien podrá tener la actitud sensible de ponerse en el lugar del otro para poder escucharlo, comprenderlo y ayudarlo ¿Está presente ese deseo de llegar al otro?
II. Los tres síntomas filosóficos que desafía el covid 19
La incertidumbre actual cuestiona si las programadas inteligencias artificiales, serán mejor que los sentimientos solidarios humanos.
_-. “Quise, quise, quiero y querré, ese “algo” que me nace muy dentro, que se engendra no sé dónde ni por qué ni cómo ni…”, dijo la poeta Zulma Geller (1937). En este contexto del coronavirus nos debatíamos entre la salud y la economía. Queríamos encontrar ese “algo”, que nos saque de la crisis y nos ayude a ver un por venir, luego de la pandemia en lo tecno. Y, elegir la salud, implicaba salvar vidas humanas, cuando los datos resultan imponentes en estos momentos por la pandemia, que arroja fallecimientos en el mundo entero. Al respecto, actualmente, la economía resulta invisible todavía, sin datos precisos, pero con un panorama laboral incierto para muchos. No obstante, otro contraste, presentaron países como EE.UU e Italia, donde creció la muerte.
Es decir, el coronavirus marcará un antes y un después. Un antes, rodeado de una monotonía económica política individualista; y un después, en una realidad amenazada por lo tecnológico distante. Al respecto, este antes planteaba a una práctica aceptada por la mayoría, pero con una incógnita: ¿Hasta dónde el adelanto tecnológico nos haría más solidarios o nos volvería mas inhumanos? Para ser más preciso, hay tres síntomas que desafiaban a la humanidad antes del coronavirus, y que serán una incógnita después. Estos tres síntomas son: Lo tecnológico, lo ecológico, y la cuestión política.
Con respecto a lo primero, el universo avanzaba a pasos agigantados con el auge del internet, de la biotecnología, pero con deficiencias. Oportunamente, pongamos un ejemplo: algunas naciones de avanzada en temas educativos a distancia planteaban la necesidad de suplantar a los profesores con aulas virtuales, o con la creación futura de robots inteligentes. Ahora, una pandemia, ya plantea la realidad de los docentes como irremplazables. El desafío mundial frente a una pandemia visibiliza que el internet tecnológico puede ser altamente pedagógico, pero que no resulta igualitaria en una vinculación humana práctica, cara a cara. El binomio docente-estudiante valora esta comunicación, pero (que) en la práctica pedagógica simple, plantea muchas inquietudes.
Con respecto a lo segundo, lo ecológico, no es menos preocupante, cuando el calentamiento global alarma al planeta. El antes del coronavirus sostenía “el gran vacío” de parte de algunas religiones, de intelectuales, frente a un universo colapsado de incertidumbre. Pero hoy, después de la pandemia, “no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el de los pobres”, decía la última encíclica “Laudato Si”, sobre el cuidado de la casa común.
Y, con respecto a lo tercero, y último, no es para menos, porque el futuro de la humanidad se decidiría en el tratamiento a los descartados, ya sea en un futuro político integral solidario o de individualismo elitista. El mundo después del coronavirus se debatirá entre un ser más abierto o cerrado, solidario u individualista, de éxito indiferente, o el de acompañar al más débil.
Es decir, frente a la amenaza del virus las naciones se des globalizaron, se volvieron más nacionalistas, y cerraron su fronteras. Ahora, ¿las políticas del miedo imperarán y seguirán cerradas, o se abrirán a la ética de la responsabilidad,