Diego Carlos Romero

El por venir del homo tecno


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ante la mecanización de las cosas

      Alguien habría dicho recientemente como para demostrar legitimidad, frente a diversos acontecimientos, que “creía en las personas”. Es que antes de la democracia, para demostrar poder, solo había que tener el control. Actualmente, por el mismo avance tecnológico y de los medios masivos de comunicación, en ocasiones, frente a ciertos hechos, necesitamos demostrar legitimidad. En una reciente entrevista el analista Luigi Zoja (1943 escritor italiano) afirmó que “la democracia requiere de justificaciones, argumentos: los gobiernos son elegidos procurando el bien común de la población. La justificación moral requiere de manipulación, y la justificación paranoica es la más sencilla, y también la mas aceptable: nosotros somos el bien, todo el mal está en otra parte”. ¿En este contexto no resultaría mejor solucionar los problemas con su eliminación?

      Siguiendo a Zoja, la comunicación masiva se vuelve momentáneamente paranoica, cuando construir un relato camufla la realidad, y con menos tiempo de preparación. En la construcción paranoica los culpables son los burgueses, corporaciones, la tecnología, el gobierno de afuera, el anterior, los judíos o los inmigrantes, llevando apenas unos minutos. En cambio, construir un estudio exhaustivo, lleva horas de romperse la cabeza sin que el internet brinde alguna respuesta de lo que hay que hacer. Con el adelanto tecnológico, algunos medios, hicieron un gran salto en lo cuantitativo, pero no así en lo cualitativo, o en la información sólida de comunicar una realidad. Hay información que se chequea y hay otra que se viraliza sin ningún control. Hoy circulan muchos “Fake news” (información falsa), trols, robots que postean tendencias todo el tiempo, noticias de la prensa amarilla popular, y sin demasiada reflexión profunda. Por ello, en este contexto, solo con poner discursos en el tapete, alcanza para desviar el tema, sembrando la “duda y la sospecha”. A ello, lo veremos en dos momentos: la comunicación y la historia.

      Con respecto al primero, no se pretende demonizar a los comunicadores por los problemas actuales. Porque la prensa no tiene la capacidad para determinar a una persona a pensar de una manera sobre algún tema, aunque si para condicionarla en ciertos aspectos. No obstante, las noticias de los sucesos vienen de los medios tradicionales, como de infinidad de redes sociales. Hoy estamos en la realidad de la hipercomunicación. La sobreinformación, permanentemente informados. Es aquí, cuando las ideas fantásticas o poco serias, aparecen desviando la atención. La historia atestigua que Hitler crea los campos de exterminio, entre otras causas, como un justificativo ocasional favorable, en el que los judíos al estar encerrados causaban enfermedades, y para evitar contagios había que eliminarlos. La idea nazi de que existía un complot de parte de los judíos para dominar al mundo, parecía ser una idea de índole política, que justificaba todo. Pero, en lo que respecta al pensamiento paranoico, se expresa como parte de un delirio individual o una deformación paranoica. Para ser específico: En los pensamientos colectivos la paranoia, se plasma a través de voces fantásticas, que alimentan ciertas creencias populares, o invitan al odio. Y, en ocasiones, este odio se construye en el encierro virtual, para luego seguir en la práctica real, como si casi no existiera diferencia alguna ¿Qué ser humano práctico vendrá desde la virtualidad?

      Estas creencias, frente a diversas sospechas, por algún hecho grave, y puesta en el tapete por las redes, hacen que en ocasiones, cuando se trate de líderes de cierta envergadura, se busque afirmar legitimidad. Es decir, cuando alguien acepta a un líder determinado es lógico que afirme: “Yo confío en esta persona”. En cambio: no será fácil, por más que se busquen cien argumentos, o se machaque con más de mil ideas fantásticas, convencer a otro que no cree o no confía en esa persona. Al respecto, la legitimidad no es causa de la paranoia (desconfianza no real de los demás con una sensación de ser perseguido), pero muchas veces, termina siéndolo, si se vuelve algo obsesivo, el justificar públicamente, hasta lo injustificable, y con argumentos irrisorios. Y, es aquí, que resulta algo peligroso, si la información que se brinda no resulta independiente.

      Con respecto al segundo, ya decía James Bladwing (1924-1987 escritor centrado en la violencia y el racismo estadounidense), “la gente está atrapada en la historia y la historia atrapada en ellos”. Estamos atrapados en la historia, cuando no nos apoyamos en datos reales. Cuando desconfiamos del otro porque le tememos. Cuando construimos el sin sentido del presente con el argumento del mero juego de palabras, como aquellos que con argumentos fanáticos, pretendieron por ejemplo, justificar el ataque nazi sobre los judíos europeos. Actualmente, parecería que se pone todo bajo la duda y la sospecha, en una revolución de los tiempos histórica. Una revolución que parece estar dándose en quienes creen en este contexto. Pero el tema de fondo radica que las revoluciones no son solo una cuestión de creencias, sino como dijo Foucault (1926-1984): “que el problema no consiste en “revolución o barbarie”, sino en “revolución y barbarie”, o como “filtrar la barbarie constitutiva de toda revolución”. O sea, la revolución tiene sentido, cuando nos permite salir del pasado, pero no destruyendo lo heredado. A veces la fe dogmática del creyente se compara al régimen de una democracia. El régimen impone y no pregunta. El régimen no tolera equivocarse o algún tipo de cuestionamiento de alguien. El régimen empieza a sentirse perseguido por sus ideas, que a veces resultan superiores, pero no realmente constructoras del conjunto en una democracia. La idea fantástica del holocausto, dejó muertes. Foucault hablaba de la “ontología histórica”, “ontología de la actualidad” y “ontología de nosotros mismos”. Esta última, como trabajo de nosotros sobre nosotros mismos, en cuanto sujetos libres, hace referencia a la prueba histórica que el ser es capaz de traspasar. Construir un porvenir es lo que saca del embotamiento. Este futuro se hará desde la presencia de lo tecno y el tendría que encontrar un equilibrio que no lo aliene más a la misma máquina, sino algo de interioridad que lo eleve en el control sobre el aparato. Para que el ser se proyecte sobre la máquina, y no que la máquina se proyecte sobre él, apropiándose de sus decisiones.

      Es decir, Descartes (que retomaremos en el ultimo capitulo de este libro) hablaba de que “sería posible construir un máquina que pronuncie palabras, de tal forma que correspondan a ciertas acciones corporales. Pero no es posible construir una máquina que sea capaz de producir combinaciones de palabras tales que den una respuesta apropiada y con sentido pleno a cualquier cosas que se pueda decir frente a ella” ¿El ser tecno podrá construir seres dotados de una llamada inteligencia artificial idéntica a la humana? En ese desafío con la biotecnología anda el universo tecno actualmente. Es que con el avance de la revolución cognitiva contemporánea centrada en el discurso del lenguaje, y de los procesos cognitivos de nuestra mente, es en éste campo del conocimiento dónde se dio una discusión entre el empirismo de Hume (1711-1776) y el racionalismo de Descartes (1596-1650). El primero sostenía que la mente procesaba desde el estímulo en la confianza de los sentidos. El segundo hacía hincapié en los procesos, que son más complejos en la manera de responder eficientemente al medio que lo rodea. Esta última visión es la que triunfará con la llegada de Alan Turing (1912-1954 considerado el padre de la ciencia de la computación y de la informática moderna), sobre la posibilidad de construir potentes máquinas basadas en la inteligencia artificial.

      Para el filósofo francés, “uno de los mayores problemas del pensamiento político moderno será el de encontrar el justo equilibrio entre barbarie y constitución”. Las promesas se cumplen no poniéndose uno por encima de todo interés general. En tanto, creo que la construcción de la democracia plena se hará saliendo de los comportamientos infantiles paranoicos de un enemigo oculto maligno destructivo. Salir de las ideas mediocres de poner todo bajo la lupa de la duda y la sospecha, o de aquellas ideas fantásticas, que nos involucionan al salvajismo de la indiferencia, al odio, con la mentira y la descalificación, fuera de las verdaderas creencias.

      El pensador Ortega y Gasset (1883-1955) afirmaba que cuando el comunicador, se convence de la importancia social de su trabajo, encuentra el valor al tamaño oficio existencial que ofrece en estos tiempos. El periodista, filósofo, ciudadano, debería ser el intelectual comprometido en la búsqueda de una perspectiva, de intentar ver la realidad como un todo. Aunque, la realidad, sea vista con distintos ojos, según el lugar que cada uno ocupe. A pesar de todo hay que unir esfuerzos por encontrar un punto en común con el cual nos sintamos identificados, y así poder construir juntos una hoja de ruta.

      Por ello, el legado de Ortega es que el ser cumple una función importante