Fiódor Dostoyevski

Los Hermanos Karamázov


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no te es desconocido, tú has reflexionado ya sobre la sensualidad... ¡Ah, el casto Aliosha!... Convengo en que eres un santito; pero el diablo sabe ya todo lo que tú has pensado, todo lo que tú conoces o adivinas... Eres puro, pero ya te has arriesgado a mirar en lo profundo del abismo desde hace tiempo. ¡Carape!... ¡Ahí no es nada un Karamázov virgen!... Sí, la selección natural entra por mucho en esto. Por parte de padre, eres sensual; por parte de madre, inocente. Pero, ¿por qué tiemblas? ¿Es, acaso, porque te he dicho la verdad? ¿Sabes una cosa...?

      —¿Qué?

      —Grúshenka me ha pedido que te lleve a su casa, y ha jurado que te hará colgar la sotana. ¡Y si vieses cómo insistía! “Tráemelo, tráemelo”, repetía sin tregua. ¿Qué es lo que habrá encontrado en ti de particular? ¡Te aseguro que es una mujer extraordinaria!

      —Salúdala de mi parte, y dile que jamás iré yo a su casa —repuso Aliosha, riendo débilmente.

      —¿Cómo sabes todo eso? ¿Por qué me hablas así, tan brutalmente? —dijo Aliosha, ofendido.

      —¿Por qué me haces esa pregunta, sabiendo, como sabes, lo que voy a responderte? —replicó Rakitin—. Admite tú mismo que estoy diciendo la verdad.

      —Es que tú no amas a Iván. Mi hermano es un hombre desinteresado.

      —¿De veras?... ¿Y la belleza de Katerina Ivánovna?... ¿Y los sesenta mil rublos?... ¡Me parece que estas son cosas que no deben desdeñarse!

      —Iván es un hombre superior a todo eso. Ni cien millones serían capaces de tentarlo... Acaso haga un sacrificio...

      —¡Vaya una salida! Ustedes, los nobles, son extraordinarios.

      —¡Miguel!

      —¡Bah!

      —Su alma es elevada. No es dinero lo que él necesita. Tiene otro problema más grande que resolver en su mente...

      —Eso es plagio, Aliosha; no has hecho sino parafrasear lo que dijo Zossima. Aquí, el único problema que existe para ustedes es el propio Iván —repuso Rakitin, con evidente malignidad—. Y un problema sin solución que es lo peor. Piensa y lo comprenderás... Su último artículo es sencillamente ridículo, no tiene sentido común... He oído bien lo que ha dicho: “Si no existe la inmortalidad, no existe la virtud: todo es fango”. Y tu hermano Dmitri exclamó: “Me acordaré de eso”. ¡Bonita teoría para los bribones! ¡Digo, para los charlatanes, o mejor, para los jactanciosos que tienen en su mente un problema que resolver!... ¡Esa teoría es innoble! La humanidad encontrará en sí misma la fuerza para rechazar el mal y vivir solo para la virtud, sin tener necesidad de creer en la inmortalidad del alma. Es el amor a la libertad donde la humanidad hallará esa fuerza...

      Rakitin se exaltaba.

      De pronto se interrumpió, como si se hubiese acordado de algo.

      —¡Bueno, basta! —dijo—. Te ríes. Me encuentras vulgar, ¿verdad?

      —No —contestó Aliosha—. Sé que eres inteligentísimo... Mas dejemos esto... He sonreído tontamente, sin saber por qué. Veía que te exaltabas... Hasta me parece haber comprendido que...

      —¿Qué? ¡Habla!

      —Que tampoco a ti te es indiferente Katerina Ivánovna.

      —¿Qué dices?

      —¡Bah! Y si he de serte franco, te diré que hace ya tiempo que lo sospechaba. Por eso detestas a mi hermano Iván. Tienes celos de él...

      —Y del dinero, ¿verdad? ¡Di eso también!

      —No hablo de dinero. No quiero hacerte esa ofensa.

      —Te creo, pero... que el diablo te lleve con tu hermano Iván. No es preciso que intervenga Katerina Ivánovna para que yo le deteste. ¿Debo ser su amigo, acaso? Él también me hace el honor de aborrecerme. Yo me limito a corresponderle...

      —Jamás le he oído hablar de ti, ni en bien ni en mal.

      —En cambio yo sé que, el otro día, ha hablado de mí en casa de Katerina... ¡Y de qué modo! Ya ves hasta qué punto se interesa por este humilde servidor. ¿Quién es el que está celoso, tu hermano o yo? Se dignó decir que si no me doy prisa en llegar a ser arcipreste, me iré seguramente a San Petersburgo, entraré en cualquier importante revista, probablemente en el batallón de los críticos, escribiré durante ocho o diez años, y después de dicho tiempo la revista será por completo mía; que la conduciré hasta el liberalismo y el ateísmo, manteniéndome, no obstante, en la reserva, siendo a un mismo tiempo del partido de unos y de otros y embaucando a los necios; que mi socialismo, sin embargo, no me impedirá saber utilizarlo a tiempo y en ocasiones para ponerlo bajo la protección de algún hombre pudiente, hasta que llegue el momento en que pueda hacerme construir una gran casa en San Petersburgo, para establecer en ella la redacción...

      —¡Pero eso podría muy bien suceder, Miguel! —exclamó Aliosha, soltando una carcajada.

      —¡Hola! ¿También tú te haces sarcástico, Alekséi Fiódorovich?

      —No, perdóname... Bromeaba. Tengo otras cosas en que pensar... Escúchame: ¿quién te ha informado tan minuciosamente de todo eso? ¿Estabas en casa de Katerina cuando hablaba de ti Iván?

      —No, yo no estaba; pero sí tu hermano Dmitri, que es quien me lo ha contado. Es decir, él no me lo ha dicho directamente a mí: lo he oído, involuntariamente estando oculto en el dormitorio de Grúshenka...

      —¡Ah, sí, olvidaba que eres pariente de ella!

      —¡Yo, pariente de esa mujer! ¿Estás loco?

      —¿Ah, no? Pues creía...

      —¿Quién ha podido decirte semejante cosa? ¡No sonrías, no! ¡Vaya, hombre!... Es verdad que tú eres noble... ¡Ah, los Karamázov...! ¡Se llenan ustedes la boca hablando de sus pergaminos y, sin embargo, todo el mundo sabe que