al pomiestchik.
—¿Es a mí a quien habla? —dijo este, extrañado.
—¡A ti, ciertamente! ¿No se llama Von Zohn, padre superior?
—Yo me llamo Maximof.
—No, tú eres Von Zhon. ¿No saben ustedes quién es Von Zohn? ¿No se acuerdan de aquel célebre proceso criminal? A Von Zohn lo mataron en un lugar non sancto... ¿No es así como llaman a los prostíbulos? Pues sí; le mataron, a pesar de su edad avanzada, o metieron en una caja, lo mandaron de San Petersburgo a Moscú... Mientras lo ataban, las pescadoras cantaban acompañándose con el arma y el piano... ¡Y Von Zohn está aquí otra vez! ¡Ha resucitado! ¿No es cierto, Von Zohn?
—Pero, ¿qué dice este hombre? —exclamó un monje, estupefacto—. ¿A qué viene ese discurso?
—¡Salgamos de aquí! —gritó Miúsov, volviéndose hacia Kalganov.
—¡No! ¡Permítame! —interrumpió Fiódor, dando un paso hacia adelante—. Déjeme acabar. Se ha dicho que yo me había conducido irrespetuosamente en la celda de Zossima... El señor Miúsov, mi queridísimo pariente, prefiere la diplomacia a la sinceridad... Pues bien, yo le escupo en la cara a la diplomacia... ¿No es cierto, Von Zohn?... Permítame, padre superior, que sea yo un bufón, o que me presente como tal. Al fin y al cabo, no por eso soy menos caballero, mientras que Miúsov no tiene otra cosa que un poco de amor propio ofendido y nada más... Ante usted, santo padre, el que cae, ¿no tiene derecho a levantarse de nuevo? Yo me levantaré... Mas, venerable padre, hay algo que me disgusta... ¡La confesión!... Comprendo que es una cosa sagrada, ante la cual me inclino y estoy pronto a arrodillarme; pero en estas celdas se confiesan en voz alta. ¿Está, pues, permitido que se confiese en voz alta? Los santos han establecido que la confesión se haga secretamente: en esto consiste la esencia del sacramento, fin primordial de la institución... Oportunamente someteré este asunto al Santo Sínodo; pero, entretanto, sacaré de aquí a mi hijo Aliosha.
Digamos, de paso, que Fiódor Pávlovich había oído decir algo en este sentido pero, en realidad, no sabía de qué se trataba.
Se habían propagado mil calumnias acerca de la forma en que el monje Zossima solía recibir a sus penitentes, calumnias que, desde luego, habían caído tan pronto como se alzaron.
—¡Esto no se puede tolerar! —exclamó Piótr Aleksándrovich.
—Excúseme —dijo de improviso el padre superior—. Se ha dicho: “Te insultarán, te calumniarán: escucha y piensa que es una prueba que Dios te manda para humillar tu orgullo”. Por tanto, mi querido huésped —añadió mirando a Fiódor—, nosotros le damos las gracias, humildemente.
Y saludó con respeto a Fiódor Pávlovich.
—¡Ta, ta, ta! ¡Marrullerías! ¡Frases viejas y sin sentido! ¡Vieja comedia! ¡Ya conozco de sobra esos saludos hasta tocar el suelo!... Sí, ¡besar en la boca mientras se clava el puñal en el corazón... como en Los Bergantes, de Schiller! Yo detesto ese fingimiento. Quiero que todos los hombres sean francos. La verdad... la verdad solo se encuentra en el fondo de los vasos llenos de licor. ¿Por qué ayudan ustedes, los monjes? ¿Por qué sufren algunas otras privaciones, o al menos aparentan sufrirlas? Porque piensan que serán recompensadas en el Cielo... Por semejante premio yo también ayunaría... No, santos varones, sean virtuosos durante su vida; útiles a la sociedad en vez de encerrarse en un monasterio en el cual comen un pan que ustedes no han amasado. No cuenten con las recompensas celestiales... ¡Ah! Entonces será más difícil vivir a gusto... Yo también sé hablar bien, padre... ¡Vea! ¿Qué tienen preparado aquí? —añadió acercándose a la mesa—. Vino añejo de Oporto, del Medoc... ¡Oh, padres míos! Esto se aviene muy mal con su humildad, y sobre todo con el ayuno... ¡Cuántas botellas! ¿De dónde las han sacado? ¿Quién se las ha dado?... ¡Ah, sí! Los mujiks, los campesinos... esos trabajan para ustedes, ¿verdad?, y les traen hasta el último kopek, el producto que extraen de la tierra con sus manos callosas, en perjuicio de sus respectivas familias y de la patria... ¡Ustedes esquilman al pueblo!
—¡Esto es intolerable! —repitió el padre Jossif detrás de Miúsov.
El padre Paissi permanecía silencioso...
Miúsov salió de la estancia y Kalganov lo siguió.
—¡Está bien! —prosiguió Fiódor—. Seguiré a Piótr Aleksándrovich, y no teman que vuelva a poner los pies en esta casa. ¡Aunque me lo pidieran de rodillas no volvería! Si me hacen todavía buena cara, es por los mil rublos que les he dado... ¡Sí, sí!... ¡Ya estoy cansado de ustedes! ¡Ya estoy de padres hasta la coronilla! Estamos, amigos míos, en el siglo del vapor y de los ferrocarriles...
El superior volvió a inclinarse, y añadió:
—Se ha dicho: “Soporta humildemente el ultraje, y permanece pacífico. No conserves rencor a aquel que te ofende...”. Nosotros seguimos la máxima divina.
—Dominus vobiscum... ¡Tonterías!... ¡Ya sé, ya, que pretenden hacerme caer en el lazo! Pero yo me valgo de mi autoridad paterna y me llevo a mis hijos, perdona si te ordeno que me sigas... Tú también, Von Zohn, ven a mi casa. Allí te divertirás de lo lindo... No está lejos, apenas una versta. Ven... En lugar de coles te daré buen lomo de cerdo. Tendrás coñac y otros licores... ¡Hala, Von Zohn, no desperdicies ocasión tan excelente!
Y salió gritando y gesticulando.
Fue en este momento cuando Rakitin le vio y lo señaló a Aliosha.
—¡Eh, Alekséi! —gritó desde lejos Fiódor—. ¡Hoy mismo te marchas del monasterio! ¡Prepara todas tus cosas!
Alekséi se quedó como clavado en tierra.
Fiódor subió a su carruaje.
Iván también, silencioso y triste, sin volverse siquiera a saludar a su hermano menor.
De pronto, el pomiestchik Maximof corrió apresuradamente hacia el coche de Fiódor, riendo a carcajadas.
—¡Llévenme con ustedes! —dijo.
—¡No lo dije! —exclamó Pávlovich, lleno de gozo—. ¿No dije que era Von Zohn, el propio Von Zohn resucitado? Mas, ¿cómo has podido escaparte de esa gente? ¿Y qué te sucede ahora? ¿Sabes que eres un canalla...?
»Yo lo soy también, y, sin embargo, tu frescura me sorprende, hermano. ¡Anda, anda, monta!... Colócate como puedas... o, si te parece, ponte en el pescante...
Pero Iván, que ya se había sentado en el carruaje sin proferir una palabra, dio un empujón a Maximof y lo hizo retroceder unos cuantos pasos.
Fue una verdadera casualidad que el hombre no sufriera una caída peligrosa.
—¡En marcha! —gritó Iván al cochero, con irritado acento.
—¿Qué te pasa? —dijo Fiódor—. ¿A qué viene eso?
El coche andaba ya... Iván no respondió.
—¡Vamos a ver! —dijo Fiódor Pávlovich, después de algunos minutos de silencio mirando a su hijo con el rabillo del ojo—. Tú fuiste quien aconsejó esta reunión en el monasterio. ¿Por qué, pues, te irritas?
—¡Déjese ya de tonterías!... Descanse un poco ahora —replicó Iván, secamente.
Fiódor se calló... Pero, algunos momentos después, repuso:
—¿Quieres que bebamos un trago de coñac?
Iván no respondió.
—Cuando lleguemos beberás tú también —insistió Fiódor.
Iván continuaba guardando silencio.
Su padre volvió a hablar al cabo de dos minutos.
—Me llevaré a Aliosha, aunque disguste a todos, respetable señor Carlos von Moor —dijo.
Iván se encogió desdeñosamente de hombros, volvió la cabeza y se puso