Anne Oliver

Tentación arriesgada - Diario íntimo


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diría que estamos empatados.

      –¿Por qué lo dices?

      ¿Sería posible que lo conociera? Ignorando los agarrotados músculos tras haber conducido desde Surfers bajo la lluvia y el terrible dolor de cabeza, Blake la observó atentamente mientras intentaba hacer memoria.

      Hacía mucho que no estaba tan cerca de una mujer, y menos de una tan atractiva como aquella pequeña pelirroja cuyo olor era una fragancia exquisita comparado con el hedor a testosterona que reinaba en los buques de la Armada. A la luz amarilla su pelo brillaba con más fuerza que una bengala de socorro, y sus ojos eran tan verdes como una laguna tropical. Pero, al igual que las playas de aspecto virgen donde él solía buscar peligros ocultos, percibía una tormenta gestándose tras aquella mirada.

      Y con razón. El viejo no le había dicho a la mujer que aquel barco era de Blake y que no podía alquilarse. Diez años atrás, cuando murió su madre, Blake se lo compró a su padre para ayudarlo a saldar sus deudas y para tener un lugar tranquilo y apartado donde hospedarse cuando estuviera de permiso en Australia. No había vuelto a poner un pie en aquel sitio desde entonces.

      –Por lo que veo, estás aquí de alquiler. He estado en el extranjero, y mi padre…

      –No estoy de alquiler. Mi hermano le compró este barco a tu padre hace tres años, así que ahora pertenece a nuestra familia. Es mi casa, de modo que… tendrás que buscarte otro sitio.

      –¿Tu hermano compró el barco? –recordó la transacción y sintió un escalofrío. No debería haber confiado en un ludópata como su padre.

      –Jared Sanderson.

      ¿Jared? El nombre le hizo examinarla más atentamente. El pelo rojizo y despeinado, los ojos de color azul verdoso, labios carnosos y torcidos en una mueca de disgusto… Hacía mucho que había perdido el contacto con Jared, su compañero de surf, pero recordaba a su hermana pequeña.

      –¿Eres Melissa? –seguía siendo baja de estatura, pero su cuerpo no era el de la niña que él recordaba. Era el cuerpo de una mujer adulta, y a Blake se le aceleraron los latidos al contemplar sus sensuales curvas.

      Alzó la vista de nuevo hacia sus ojos, atisbando de pasada unos pechos grandes y turgentes y una generosa porción de escote blanco, antes de que ella se protegiera con los brazos.

      –Siento haberte asustado, Melissa. Debería haber llamado a la puerta.

      –Soy Lissa. Y sí, deberías haber llamado.

      Los labios se le fruncieron en un mohín que él recordaba bien, pero aquella noche lo encontró extrañamente seductor.

      –Lissa.

      –Está bien, acepto tus disculpas, aunque me has dado un susto de muerte. No he llamado a la policía porque no tengo batería –lo miró con expresión recelosa–. ¿Qué haces aquí?

      –¿Es que un hombre no puede volver a casa después de catorce años? –replicó él secamente.

      –Me refiero a qué haces aquí, en el barco.

      –Creía que el barco era mío –le había engañado su propio padre. Debería haber ido a verlo antes de ir hasta allí, pero no se había sentido capaz de soportar el inevitable enfrentamiento.

      –No, no puede ser… –frunció el ceño con expresión confundida–. No lo entiendo.

      –Es una larga historia –repuso él, frotándose el rasguño bajo la barbilla.

      –Siento lo del golpe –murmuró ella, ruborizándose–. Voy a por…

      –No hace falta. Estoy bien.

      Ella no le hizo caso y se desplazó hasta un armario para alcanzar los estantes superiores. Al levantar los brazos la bata rosa se le subió hasta los muslos, firmes, esbeltos y bronceados.

      Blake contempló sin disimulo su espectacular trasero mientras ella agarraba un botiquín y sacaba un tubo.

      –Esto debería servir para… –se dio la vuelta y lo sorprendió mirándola, pero él no desvió la mirada. Era la mejor imagen que había visto en mucho tiempo.

      Le tendió bruscamente el tubo, pero pareció cambiar de opinión, como si temiera el contacto físico, y lo dejó en la mesa.

      –¿Y esa larga historia que ibas a contarme?

      –Mañana volveré a Surfers y hablaré con mi padre y con Jared. Todo se arreglará –le aseguró. Le reembolsaría el dinero a Jared y ayudaría a Melissa… a Lissa a buscar otro alojamiento.

      –¿Cómo se arreglará? Jared adquirió el barco cuando tu padre vendió la casa de Surfers para mudarse al sur. A Nueva Gales del Sur, creo. Nadie sabe exactamente adónde.

      A Blake no lo sorprendió enterarse por otra fuente de la supuesta desaparición de su padre. Le había pagado a su padre por el barco el día que se marchó de Australia, pero sin llegar a firmar nada. Los papeles nunca le llegaron, como había quedado acordado, y cuando llamó para pedirlos descubrió que los teléfonos estaban apagados y que las direcciones de los correos electrónicos eran incorrectas. El viejo no había dudado en aprovecharse de él para salirse con la suya, lo cual tampoco era ninguna sorpresa.

      –¿Estoy en lo cierto al suponer que la casa también te pertenece? –preguntó ella, señalando la ventana. La tormenta predicha había estallado y un tremendo aguacero oscurecía la vista.

      Blake asintió. Al comprar el barco había adquirido la casa de vacaciones de su familia.

      –¿Y por qué quieres pasar la noche en el barco, cuando tienes una alternativa mejor? –quiso saber ella.

      Blake había encargado que le llenaran la nevera de la mansión y airearan las sábanas, pero no había logrado encontrar la serenidad que necesitaba para instalarse. Demasiado espacio, demasiadas habitaciones, demasiados recuerdos… Incapaz de relajarse, agarró un viejo saco de dormir y se encaminó hasta la orilla con la esperanza de que la soledad y el aire marino aliviaran el terrible dolor de cabeza que sufría desde el accidente. Pero al parecer aquella noche no estaba de suerte.

      –Tenía la esperanza de dormir un poco –lo último que esperaba era encontrarse alguien más allí.

      –Pero como aquí estoy yo vas a volver a la casa, ¿verdad?

      Esa había sido su primera intención. Pero el inesperado cambio de planes lo había hecho darse cuenta de que no estaba tan cansado como creía, y de que no tenía ninguna prisa por darle las buenas noches a la encantadora Lissa Sanderson.

      No, aquello no era del todo cierto. Era su cuerpo el que lo acuciaba a quedarse, a embriagarse con la deliciosa fragancia femenina, a volver a tocarle el brazo y sentir la exquisita suavidad de su piel…

      Pero su cabeza no le permitiría ceder a sus más bajos instintos. En el ejército era conocido por la frialdad y serenidad que demostraba bajo presión, incluso en las situaciones más peligrosas. La misma frialdad que le echaban en cara las mujeres antes de cerrarle la puerta en las narices.

      Lissa Sanderson, con sus apetitosas curvas y penetrante mirada, era un riesgo que debía evitar por el bien de ambos.

      –Está bien, te dejaré en paz… Por ahora.

      –¿Por ahora? –repitió ella con incredulidad–. ¡Esta es mi casa! –exclamó en tono desesperado–. No lo entiendes… ¡Necesito este sitio!

      –Cálmate, por amor de Dios –las mujeres y sus reacciones exageradas–. Encontraremos alguna solución.

      Por primera vez desde que pisó el barco miró a su alrededor y lo comparó con el aspecto que recordaba de años atrás, cuando pertenecía a su padre y Blake vivía en él.

      Un sofá azul, hundido bajo el peso de cajas abiertas y cerradas, ocupaba el espacio donde una vez había habido un tresillo de cuero. La cocina permanecía igual, salvo por un microondas y un montón de papeles