desnudo de cintura para arriba, con los músculos en tensión y la piel empapada de sudor…
–La ducha está ahí –le indicó él, tras ella–. Aún no lo he comprobado, pero me han dicho que han llenado la despensa hoy, así que mañana puedes prepararte el desayuno.
Lissa se inquietó ante la posibilidad de que Blake decidiera echar un vistazo a su despensa o a su nevera, porque hacía más de una semana que no hacía la compra. Su precaria situación económica la obligaba a saltarse más de una comida, y el desayuno era un lujo que no podía permitirse.
–Recogeré el resto de tus cosas y le echaré una ojeada al barco. ¿Tienes algo que pueda usar para las reparaciones?
–Busca en la cubierta, junto a la puerta. Debajo de la lona. Y ten cuidado.
–Siempre lo tengo.
Se dio la vuelta y se alejó, y Lissa se quedó pensando en lo que le había dicho. ¿De verdad tenía siempre cuidado? ¿Y qué había pasado con Janine Baker? También Janine se había marchado del pueblo, sin que nadie supiera lo que había sido de ella y del bebé.
Esperó a que cerrara la puerta y buscó una vista mejor del río. Y de Blake. La encontró en el dormitorio principal. A la luz del salón que se derramaba en el patio, bañado por la lluvia, vio a Blake alejarse rápidamente por el camino, pasar junto a la piscina y continuar por el muelle. Su figura resultaba imponente e inquietante.
Desapareció en la cubierta y Lissa se giró para examinar el dormitorio. La luz del pasillo se proyectaba sobre la inmensa cama king-size desecha. La huella de la cabeza en la almohada le desató una ola de excitación en el estómago, como le ocurría cada vez que pensaba en él.
Se apretó la mano en el vientre y se obligó a calmarse. Blake había estado durmiendo allí. ¿Qué le había hecho levantarse y abandonar una cama tan cómoda para ir a una casa flotante en mitad de la noche?
Registró la habitación en busca de pistas. La bolsa yacía abierta junto a la pared, llena de ropa. Sobre la cómoda había un montón de folletos de barcos, junto a su pasaporte y algo de dinero. Se sintió tentada de mirar el pasaporte para ver dónde había estado, pero en vez de eso se acercó a la cama, agarró la almohada y cerró los ojos mientras inhalaba profundamente. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba su inconfundible olor. Se le escapó un débil gemido…
–¿Va todo bien por aquí?
El corazón casi se le salió por la boca, las rodillas se le combaron y abrió los ojos. Blake estaba de pie en la puerta, con un brazo en el marco y la cabeza ligeramente ladeada. Al estar a contraluz no se podía distinguir su expresión, pero no debía de ser muy amable.
–Sí, sí. Todo bien –sonrió forzadamente y se apartó de la cama–. Quería… cerciorarme de que el barco seguía a flote –soltó una carcajada excesivamente aguda–. Es ridículo, ya lo sé. De paso estaba buscando una almohada extra, si no es un problema para ti. ¿Querías algo?
¿Qué clase de imagen estaba dando, ataviada con su minúscula bata, a oscuras, junto a la cama de Blake y formulando aquella pregunta? Apretó los labios antes de empeorar la situación.
–Mi teléfono –dijo él. Encendió la luz y la observó unos instantes antes de desviar la atención hacia la mesilla, vacía–. No lo habrás visto, ¿verdad? Estoy seguro de haberlo dejado aquí, por algún sitio.
Ella negó con la cabeza.
–A lo mejor se te cayó al suelo.
–O a lo mejor lo tiraste tú –señaló él en un tono ligeramente acusador.
Impaciente por escapar de la embarazosa situación, Lissa dejó la almohada en la cama y se arrodilló para ocultar el rubor de sus mejillas.
–¿Está ahí?
–Eh…
–¿Te echo una mano?
El ofrecimiento de Blake, formulado en aquella voz tan sensual y masculina, le evocó una imagen nada tranquilizadora.
–Ah –sus dedos se cerraron sobre un objeto de plástico–. Ya lo tengo.
Blake oyó su respuesta ahogada mientras admiraba el meneo de sus caderas. Tenía un trasero perfecto del que por más que lo intentaba no podía apartar la mirada.
La última vez que vio a Lissa era una chica tímida, desgarbada y flacucha de trece años, pero todo parecía indicar que seguía siendo igual de impresionable. Su melena castaña rojiza le ocultaba el rostro, pero Blake sabía que sus mejillas eran del mismo color que el pelo. Quizá le estuviera diciendo la verdad sobre la almohada, pero tenía serias dudas al respecto.
Se sentía atraída por él.
Se levantó y sostuvo el móvil lo más lejos posible de ella, como si estuviera ardiendo.
–Gracias –dijo él.
–De nada –una chispa prendió al rozarse sus dedos, pero no pareció darse cuenta, o no quiso demostrarlo, y se colocó el pelo tras las orejas, se enderezó y le sostuvo desafiante la mirada.
Blake examinó el móvil con el ceño fruncido.
–¿Esperas la llamada de alguien especial? –le preguntó ella.
–Tú siempre directa al grano, ¿no? Tengo que hacer unas llamadas –a un fontanero y a un electricista, pero podía esperar hasta el día siguiente.
–Tus herramientas no sirven para nada. He asegurado la lona sobre la gotera, pero solo de manera provisional. ¿Sabes en qué estado se encuentra el techo?
Ella apartó la mirada.
–Iba a arreglarlo.
Blake se giró hacia la puerta, pero un pensamiento le hizo darse la vuelta… y lo que vio le dejó la mente en blanco.
Lissa estaba agarrando la almohada por un extremo y lo miraba fijamente. Blake se imaginó yendo hacia ella, quitándole la almohada e inclinándose para aspirar el olor de su cuello, sintiendo el calor de su piel en los nudillos mientras le desataba el cinturón y le deslizaba la bata por los hombros, tumbándola en la cama para que le hiciera olvidar por qué había vuelto a casa…
Pero las mujeres bonitas y delicadas no merecerían que las usaran de aquella manera. Ella no se lo merecía.
Lissa arqueó una ceja, expectante, y Blake recordó lo que iba a preguntarle.
–¿Trabajas mañana?
Ella dudó.
–No, mañana no –respondió vagamente.
–De acuerdo –pero intuía que le estaba ocultando algo. Lo adivinaba en su mirada esquiva, y en la reacción que le había mostrado antes–. Entonces, buenas noches… Ah, y si necesitas una almohada hay otros tres dormitorios en los que buscar.
Al salir bajo la tormenta se preguntó si Lissa tenía intención de dormir en su cama. La idea de tener aquella piel suave y delicada entre sus sábanas y aquella fragancia femenina en su almohada le hervía la sangre en las venas. Aceleró el paso y se alejó de la casa lo más rápido que pudo.
Blake llevó el resto del material a la casa y volvió al barco a ver qué podía hacer. Cambió el pequeño contenedor bajo la gotera por un cubo y se valió de un periódico para absorber el agua del suelo. Al extender las hojas se fijó en un anuncio rodeado con un círculo rojo. Era una oferta de empleo para trabajar como ayudante en una tienda de ropa de playa, pero bajo el mismo estaba escrito «demasiado tarde», junto a una carita triste.
A Blake le extrañó. ¿Estaría Lissa buscando empleo y por eso no iba a trabajar al día siguiente?
Miró la factura pegada en el frigorífico. Era obvio que Lissa se encontraba en dificultades económicas y que no le había dicho nada a Jared, quien de haberlo sabido habría hecho cualquier cosa por ayudarla.
No tenía trabajo