Lleva diez años igual y es hora de hacerle algunos cambios. Te pagaré, naturalmente.
Lissa se enderezó y los ojos volvieron a brillarle.
–¿Me darías carta blanca para reformarlo?
–Totalmente. Y si los dos quedamos satisfechos con el resultado…
–Espera un momento. Antes has dicho que solo estarás aquí un par de meses.
–Para algo están Internet y el correo electrónico.
–¿Y tu participación se limitaría a poner el dinero y ya está?
–A menos que me pidas ayuda, que estaría encantado de dar. Pero te advierto, amante de las fiestas, que el trabajo y los negocios son lo primero. Nada de volver a casa al amanecer.
–Que fuera la chica más fiestera de Costa de Oro no significa que lo siga siendo. Ya no tengo dieciocho años, y mis preocupaciones son otras. De vez en cuando voy a alguna fiesta, es cierto, pero ¿no lo hace todo el mundo? –lo miró y negó con la cabeza–. No, parece que no.
–Si aceptas, tendré el dinero en una cuenta esta misma tarde.
Lissa asintió lentamente.
–De acuerdo. Pero no quiero que Jared lo sepa. Al menos no de momento.
–Así que todo quedará entre nosotros… –la expresión de Lissa se oscureció y él supo que estaba pensando en lo que acababa de aceptar–. Solo es un acuerdo temporal, Lissa, hasta que encuentres a alguien más.
Ella asintió y respiró profundamente.
–Está bien. Trato hecho.
Capítulo Cuatro
–Tendremos que ponerlo por escrito –dijo él con más dureza de la que pretendía, recordando el fiasco del barco. Habiendo sido traicionado por su padre no volvería a confiar a ciegas en nadie nunca más, fuera quien fuera.
–Claro –entrelazó los dedos sobre la cabeza y se echó a reír mientras daba vueltas en la cocina–. Me pondré a ello enseguida –se acercó bailando a él y le echó los brazos al cuello–. Gracias.
Los pechos, firmes y sin la barrera de un sujetador, le rozaron el torso y le desataron una corriente de deseo en la entrepierna. Pero antes de que pudiera responder, ella se detuvo, con los ojos abiertos como platos, y se echó hacia atrás.
–Voy… voy a tomar algunas notas al salón antes de que cambies de idea –se dio la vuelta y salió corriendo.
Lissa se aferró el cuello con las dos manos en un vano intento por sofocar la ola de calor mientras subía a su habitación. Se había dejado llevar por la emoción y prácticamente se había arrojado sobre Blake…
Entró en el baño y se echó agua fría en la cara, sin mirarse al espejo. Después se sentó en la cama y respiró hondamente mientras intentaba asimilar la conversación y la generosa oferta de Blake. Una oferta condicionada por el resultado de su trabajo.
Cuando recuperó el aliento y la compostura, bajó al salón y sacó su material. Por suerte, no había ni rastro de Blake.
Abrió el bloc por una hoja en blanco e hizo un esbozo del salón. Estaban en una localidad costera, de modo que elegiría un tema de playa o de agua. Elegante y sencillo, sin aquellos muebles y…
Levantó la mirada cuando se encendió la luz del techo.
–¿Alguna idea?
Oyó a Blake tras ella, pero no se giró. Nada de distracciones.
–Tonos azules y motivos marinos. Estoy pensando en un color turquesa apagado. Tiene matices fríos y cálidos, por lo que se puede combinar con cualquier color. Haría mucho juego con la pared de pizarra. Un toque de verde lima o incluso de rojo. O si optamos por un turquesa más oscuro, el dorado le daría un efecto impresionante y quedaría muy bien con la madera –agarró las muestras de color azul y eligió dos–. ¿Puedes imaginarte las paredes con esos colores o es demasiado oscuro para ti?
–Lo dejo a tu criterio profesional.
–Pero, ¿podrás vivir con ese color? –se acercó a la pared de pizarra y sostuvo en alto las muestras.
–No estaré aquí.
Blake no miraba las muestras, sino la tentadora franja de piel entre los vaqueros y la camiseta. Y en lo único que podía pensar era en el tacto de los pechos de Lissa contra su torso.
Necesitaba volver a sentirlos. Se acercó a ella por detrás y aspiró la fragancia de sus cabellos.
–El más oscuro.
Oyó cómo ahogaba un gemido de asombro mientras examinaba sus uñas, pulcramente recortadas, contra la muestra de color. Cuando ella no se apartó, le rodeó la cintura con las manos y deslizó los dedos por la piel que le quedaba al descubierto.
Ella bajó las manos por la pared, dejando caer las muestras al suelo. Blake la giró muy despacio y la miró fijamente.
–Voy a besarte, aunque sé que no debería hacerlo. Eres la hermana pequeña de Jared.
Los ojos de Lissa se abrieron desorbitadamente.
–No se lo diré si tú no se lo dices –susurró.
Él se acercó más, sintió su aliento en la cara y el calor de su cuerpo en el pecho.
–No voy a mentirle. Es mi amigo y a los amigos no se les miente. Es una cuestión de honor, pero en estos momentos no me siento especialmente honrado –agachó la cabeza.
–Después de todo este tiempo… –murmuró ella contra su boca.
–Después de todo este tiempo, ¿qué?
–No importa –el jadeante susurro brotó de sus carnosos labios. El ardor que emanaba de su piel, el roce de sus pezones endurecidos… No, corroboró él en silencio. Fuera lo que fuera, no importaba.
La erección le palpitaba dolorosamente en los vaqueros. Deslizó una mano hasta su trasero y la apretó contra él para aliviar la presión.
Pero no sirvió de nada. El roce de unos vaqueros contra otros aumentó la excitación y la dureza de su miembro. Ella se frotó contra sus piernas y se detuvo un instante al sentir el contacto de la erección contra el vientre.
Clavó la mirada en sus ojos, maravillada, y le rodeó el cuello con los brazos.
–Increíble.
–Créetelo –replicó él.
Lissa sostuvo la mirada de aquellos ojos azules enmarcados por espesas pestañas y deseó hundirse en ellos. Deslizó los dedos por el corte de pelo militar y soltó un suspiro que brotó de las profundidades de su alma.
Pero entonces la asaltó un pensamiento que la hizo vacilar. ¿Sabía Blake lo que siempre había sentido por él? ¿Pensaba aprovecharse de aquella certeza?
La erección de Blake la acuciaba a seguir. Y ella se moría por hacerlo, pero…
–Espera –se soltó y lo empujó con firmeza.
Él frunció el ceño y torció el gesto, pero siguió con las manos en su cintura.
–¿Estás bien?
–Eh… Sí –no, evidentemente no sabía nada.
Pero ¿hasta qué punto lo conocía ella realmente? ¿Serían ciertos los rumores que circulaban de él? Ella no sabía nada… Nunca había tenido relación con él, salvo algún que otro saludo.
Había creído conocer a Todd. Había confiado en él con todo su cuerpo y corazón, y él había abusado de esa confianza. La inquietud se transformó en pánico y se zafó con brusquedad.
–Espera, ¿adónde vas? –tiró de ella y la rodeó con