lápices y carboncillos, camas cubiertas de revistas, libros, retales y paletas. ¿Cómo podía vivir alguien con semejante desorden?
Tal vez se debiera a la fragancia a flores o a las macetas que ocupaban un estante junto a una ventana, pero el caso era que se respiraba un aire relajante y hogareño bajo aquel caos doméstico. Blake no había experimentado nada igual desde que vivió con su madre, y se preguntó si podría conciliar el sueño en un lugar así.
Debería largarse de allí, buscar algo para alquilar en la costa mientras estuviera en Australia y olvidar que había visto a Melissa Sanderson. Lo único que quería era soledad.
Un goteo constante le llamó la atención. Levantó la mirada y vio caer una gota plateada a contra luz, seguida rápidamente por otra. La gotera debía de llevar bastante tiempo, a juzgar por el recipiente medio lleno que había debajo. Al examinar el techo con más atención vio otras manchas de humedad.
–¿Desde cuándo hay goteras?
Ella miró el techo y apartó rápido la mirada.
–Desde no hace mucho. Puedo arreglármelas sola, no es nada –declaró a la defensiva.
Interesante. Si Blake no recordaba mal, la joven Melissa era de todo menos independiente.
–¿Nada? Fíjate bien, encanto. Si el agua llega a esa toma de corriente tendremos un serio problema.
Ella volvió a mirar hacia arriba y frunció el ceño. Era evidente que no se había percatado de la magnitud de los daños.
Blake se fijó en el charco que se formaba junto a los pies de Melissa, rodeando el frigorífico.
–¿Es que no sabes lo que pasa cuando el agua entra en contacto con la electricidad?
–Claro que lo sé –espetó ella–. Y soy yo quien tiene un problema, no nosotros.
Él sacudió la cabeza.
–Me da igual de quién sea el problema. En estos momentos el barco no es un lugar seguro –habiendo visto los riesgos su conciencia no le permitiría dejarla allí sola.
Un relámpago iluminó la noche, seguido por un trueno que retumbó con furia.
–Tienes dos minutos para recoger tus cosas –dijo, golpeando la mesa con los nudillos–. Vas a dormir en la casa.
Capítulo Dos
–¿Cómo dices? –Lissa lo miró furiosa. Era difícil fulminar con la mirada a alguien tan atractivo, pero ella no aceptaba órdenes de nadie–. No voy a…
–Tú eliges, Lissa. Puedes venirte tal y como estás, para mí no supone ninguna diferencia –le recorrió el cuerpo con la mirada, haciendo que le ardieran las zonas más íntimas–. Pero piensa que te vendría bien cambiarte de ropa.
Se acercó y ella se encogió involuntariamente al recordar la intimidación de otro hombre, grande y abusivo, al que ella había creído amar en una ocasión.
Reprimió el estremecimiento y lo empujó.
–Si no te importa… Estás invadiendo mi espacio –su tacto era recio y cálido, y la tentaba a olvidar sus temores y a sentir aquellos músculos y los latidos del corazón bajo la palma de la mano. Retiró la mano inmediatamente–. Voy a quedarme aquí, en este barco, por si ocurre algo.
–Algo va a ocurrir como no te vistas y te pongas en marcha ahora mismo.
Él dio un paso atrás. Por mucho que odiase admitirlo, tenía razón. ¿Qué haría ella si el agua llegaba a la toma de corriente? Nunca se había encontrado bajo una lluvia tan fuerte, y la situación había empeorado en las últimas horas.
–Está bien –aceptó lo más dignamente que pudo mientras se daba la vuelta y se encaminaba a su dormitorio–. Pero tú quédate aquí y vigila que no pase nada.
–Eso pensaba hacer.
¿En serio? Por lo visto aquel superhéroe era inmune a los peligros que él mismo había señalado. Mejor para ella. Ya tenía bastantes problemas sin necesidad de añadir un arrebatador espécimen masculino a la lista.
Agarró los vaqueros y la camiseta que había usado aquel día, reacia a cambiarse de ropa. Desnudarse con Blake Everett a pocos metros la colocaría en una posición muy vulnerable, algo que estaba decidida a evitar a toda costa.
Volvió junto a él y se puso a meter las cosas desperdigadas en dos cajas de plástico.
–Si de verdad tengo que abandonar el barco, he de llevarme todo esto conmigo a la casa.
–¿Todo? –repitió él, dubitativo–. ¿En serio lo necesitas todo?
–Hasta el último retal. Mi trabajo depende de ello. Soy diseñadora de interiores –actualmente desempleada, pero no iba a revelar aquel detalle.
–En ese caso, deja que te eche una mano.
–Bien –procedió a empaquetarlo todo rápidamente, intentando que la proximidad de Blake no la afectara–. ¿Puedes meter esos blocs en bolsas de plástico? –le pidió para alejarlo de ella.
Pocos minutos después lo tenían todo listo.
–Vendré por el resto cuando te hayas instalado en la casa –tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre la persistente lluvia.
¿Instalarse? Lissa se enderezó con una caja bajo cada brazo y su bolsa de viaje colgada al hombro. Si Blake quería jugar a rescatarla tendría que tolerarlo, siempre que sus cosas estuvieran a salvo.
–Gracias –murmuró a regañadientes. No quería recibir su ayuda.
Se puso las sandalias de goma junto a la puerta y abrió para salir a cubierta. Un torrente de agua le cayó encima donde debería estar seco. Miró hacia arriba y vio la lona ondeando al viento. Tal vez no quisiera la ayuda de Blake, pero estaba obligada a aceptarla.
Subió al muelle seguida por Blake. Las sandalias chapoteaban en el suelo encharcado al pasar junto a la piscina y la zona de recreo de camino a la amplia puerta de cristal.
Los dos últimos años había asistido al continuo ir y venir de gente guapa en la elegante mansión, y por fin le llegaba el turno de ver el interior. Estaría bien dormir rodeada de lujo para variar, y desde una perspectiva profesional estaba impaciente por ver la decoración.
Esperó a que Blake abriera la puerta y lo siguió al interior. Él pulsó un interruptor y la luz inundó la suntuosa estancia. Lissa alzó la vista hacia las diminutas esferas de cristal que rodeaban el globo central y que despedían una mirada de arcoíris por toda la sala. La ausencia de tabiques interiores le confería una atmósfera abierta y espaciosa. El techo de madera de color miel se elevaba a una altura de dos pisos, y una amplia escalera subía pegada a una pared de acento del mismo tono melado. El suelo de baldosas blancas se fundía con las paredes blancas y aumentaba la sensación de espacio. Junto a la pared de pizarra exterior había un gran sofá de cuero negro con cojines de color lima y mandarina. El resto del mobiliario era de teca y cristal.
Impresionante. Pero impersonal y un poco anticuado. Carecía del aire doméstico y acogedor que cabría esperarse en un verdadero hogar.
Un hormigueo de excitación le subió el ánimo. Podría preguntarle a Blake si quería redecorar la casa…
Dejaron las cosas en un rincón.
–Iré a por el resto dentro de un momento –dijo él de camino a la escalera.
Mientras la conducía a la entreplanta, Lissa intentó no fijarse en su firme trasero, enfundado en unos vaqueros negros, e intentó concentrarse en la decoración de las paredes.
Blake le mostró una amplia habitación con una gruesa moqueta de color crema y una abultada colcha a rayas negras y verdes. Los relucientes muebles negros estaban desprovistos de chismes y baratijas. La ventana daba a la casa vecina y al río, pero no