Carlos Eduardo Maldonado

Reflexiones críticas sobre la teoría de la salud pública


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sigue siendo muy vago dado que comprende la salud en términos holísticos, una idea que ya, a esta altura de la historia de la ciencia, raya con el sentido común).

      La información expresa y contiene aspectos o elementos materiales en el sentido primero de la palabra. Pero es igualmente cierto que la información también contiene y expresa procesos, dinámicas y flujos. Esta es la riqueza misma del concepto de información y, de pasada, la revolución de todas las ciencias basadas en la información y el procesamiento de la información. Dicho en términos laxos, la información es tanto un fotograma como la película completa de un proceso determinado; es tanto un plato de la cena, como la cena misma, con las conversaciones y todo lo demás.

      Pues bien, decir que la salud es información equivale a afirmar que la salud debe ser vista como un proceso que comprende al mismo tiempo aspectos genéticos y moleculares, orgánicos y biológicos, además de culturales, sociales o históricos, en todo el sentido de la palabra. Pensar en complejidad no significa pensar más en términos de causalidad, sino de correspondencias, es decir cómo unos factores inciden sobre otros, y estos a su vez sobre los primeros, de forma siempre no-lineal. Antes que pensar en una relación sistémica u holista, se trata de atender a la no-linealidad de las correspondencias, lo cual es un tema altamente difícil y complicado.

      La información se encarna, literalmente; es una experiencia física no tangencial que se materializa en el cuerpo humano y se trasmite o se hereda. No existen por tanto dos instancias distintas, la mente y el cuerpo, el espíritu y el soma –o como se los quiera denominar–. Por el contrario, existe una sola unidad armónica; esto es, que se desenvuelve, a la manera exactamente de la música, en superposiciones, alternaciones, escalas horizontales y verticales, improvisación y juegos con ritmo y melodía. En otras palabras, “armonía” es el título que en música corresponde a lo que en complejidad se denominan “equilibrios dinámicos”, y en teoría de la evolución, “equilibrios puntuados”.

      Si la salud es información, es algo que la epigenética contribuye a clarificar debido precisamente a esa combinación o articulación entre genotipo y fenotipo, o también entre materialidad y energía, y cultura y sociedad en el sentido amplio e incluyente de los términos.

      Pues bien, hay una derivación que salta inmediatamente a la vista, pero que debe ser expuesta con cuidado a fin de evitar deslices o malas interpretaciones. La salud en cuanto información no es simple y llanamente una condición biológica, sino, precisamente gracias a la epigenética, es también una condición estética. Alguien sano es alguien hermoso o bello, y no simplemente en el plano físico, por su apariencia o fenotipo, sino, además, como una armonía o unidad que desborda ampliamente la simple “bonitura”, el aparecer como alguien bello.

      En efecto, en cuanto sistema de información, la salud comprende un sistema complejo de signos y símbolos, y la combinación de ambos apuntan a la idea misma de vitalidad. Vitalidad no en un sentido superficial, sino como alegría de vivir y regocijo de la vida misma. La salud nos permite reír y la risa misma incide en la salud de las personas. Nadie que no sea capaz de reír, e incluso, no en última instancia, de reírse de sí mismo, no puede decirse que no tiene o exhibe vitalidad. El espíritu de pesantez y la gravedad del carácter esconden siempre patologías y desarreglos tanto en el cuerpo como en el espíritu.

      La vitalidad se expresa en la alegría de vivir y en la capacidad de combinar la simplicidad de algunos momentos, con los sueños y los proyectos. Un equilibrio frágil, ciertamente, pero sutil y lleno de significados. Los ambientes severos, adustos y pesados terminan por enfermar a las gentes y por desencantar el mundo y la vida. La salud puede ser considerada como la ligereza que permite saltar los abismos, la flexibilidad de superar los problemas y los obstáculos, sin perder el pivote propio que cada quien, individuo o grupo, debe poder tener. La información es una realidad física que carece de peso –y ciertamente de peso en el sentido tradicional de la palabra–. El peso de la información se mide en capacidades –bits, megas, gigas, teras, petas, etc.–, no en términos de competencias, destrezas o habilidades; por ejemplo la capacidad de procesamiento, la capacidad de almacenamiento, la capacidad de desarrollo o performatividad, si cabe.

      En otras palabras, la salud es algo –una condición– con lo que hacemos cosas, y gracias a la cual podemos saber de la alegría de vivir sin tener que pensar en ello permanente o conscientemente. Una hermosa aporía.

      Nos alimentamos no solamente de materia o masa (comida, por ejemplo), no solamente de energía (por ejemplo entornos agradables y relaciones constructivas), sino, además y acaso fundamentalmente, nos nutrimos de información, de mucha información, todo el tiempo, incluso aunque no seamos plenamente conscientes de ello.

      La alimentación la recibimos cada x número de horas, de manera general. Las energías las renovamos en distintos momentos (durmiendo, descansando, haciendo deporte, practicando yoga, entre otras muchas actividades). Pero la información no deja de atravesarnos permanentemente, de manera directa y consciente, o de forma indirecta y desapercibida.

      Datos, gestos, señales, colores, nombres, movimientos, cifras, detalles, luces, sombras, silencios, ruidos, sonidos, y muchos otros aspectos del mundo configuran información y van incidiendo de distintas maneras y en grados diversos sobre el temperamento, los estados emocionales, los gustos y disgustos, e incluso sobre los estados mentales y, ulteriormente, sobre la salud humana. Solo que esto es igualmente cierto, en otros contextos y marcos, para el resto de los seres vivos. Salud es un problema complejo, literalmente.

      En otras palabras, en tanto información, la salud es al mismo tiempo un input y un output, a la vez que el proceso mismo de la existencia; en términos relativos, según tiempos, lugares, momentos discretos; esto es, de un lugar a otro, de un momento a otro. Y sin embargo, el procesamiento de esos estados, condiciones, ambientes, momentos, lugares y experiencias va configurando una especie de continuo que es el vivir mismo. Es decir, ese modo de la existencia en el cual sabemos de alguna enfermedad o dolencia, o, mucho mejor, de algún estado de bienestar, goce, tranquilidad o despreocupación.

      De esta suerte, mientras que la enfermedad implica un estado de preocupación, la salud coincide, plano por plano, con un estado de despreocupación, a la manera de los niños en su alegría o inocencia, o a la manera de los animales, que juegan, yacen o vuelan sin más. La salud es, sin más, un estado de inocencia que no se sabe a sí mismo, que no hace de sí mismo un objeto o un tema de trabajo, sino que es asumido o experienciado como la condición primera de la existencia, de manera gratuita, despreocupada.

      Supuesto lo que precede, emerge, en consecuencia, una dificultad seria, a saber: ¿cómo es posible, en estos términos, una política (pública, por ejemplo) de salud? Y más ampliamente, ¿cómo gestionar la salud? En referencia directa a la última idea de la sección anterior, ¿cómo gestionar un modo o una experiencia de ausencia de preocupación?

      La dificultad del problema estriba en el hecho de que los problemas de gestión suponen siempre planes, estrategias, tácticas, pero nada de estos parece tener sentido cuando se trata de una vida que se lleva en la ausencia de preocupaciones, esto es, de angustias, miedos, recelos, prevenciones y demás –independientemente de las fuentes de esos sentimientos, presentimientos o sensaciones–.

      Como se observa sin dificultad, salud es, a todas luces, un problema complejo, en el sentido indicado antes arriba.

      Pues bien, quisiera señalar que la gestión de la salud no es, en absoluto, un asunto de exterioridad sin más. Por el contrario, la salud es el título de un problema que nos remite a la gestión de la inmanencia. No salimos a la búsqueda de la salud, sino que la experienciamos, la encontramos en el flujo de experiencias corporales, mentales, sociales, con la naturaleza, etc.

      Semánticamente, por lo tanto, el mejor concepto no es el de gestión de la salud, sino el de autogestión. La gestión justamente convierte a las personas en “pacientes” y, en consecuencia, lo que salta a la mirada es la enfermedad. Por el contrario, la autogestión implica