Carlos Eduardo Maldonado

Reflexiones críticas sobre la teoría de la salud pública


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desaparecen.

      Sin embargo, la autogestión ha sido una experiencia episódica, desconocida o muy alternativa en la historia de la humanidad occidental. Occidente ha estado siempre acostumbrado a manejar, gestionar o controlar lo exterior, lo diferente y lo ajeno.

      La autogestión, por el contrario, implica una capacidad de autoorganización y emancipación, de liberación o rechazo a cualquier tipo de control y de manipulación. La complejidad no sabe nada de gestión, y sí, por el contrario, de autogestión, puesto que aquello de lo que se trata en complejidad se refiere a grados de libertad.

      Pues bien, el argumento central de esta tercera sección sostiene que la gestión de la salud implica una combinación de mucha ciencia, una pizca de fortuna y bastante sabiduría. Abordamos a continuación, haciendo un tratamiento meramente analítico, cada una de estas instancias. Pero debe ser claro, de entrada, que las tres dimensiones comprenden un único y mismo proceso.

      La afirmación de la salud, la superación de la enfermedad, son fenómenos que demandan, manifiestamente, de mucha ciencia, muy buena investigación, la mejor tecnología y naturalmente de mucha educación. En consecuencia, se trata de la afirmación y el posibilitamiento de tanta información como sea necesaria y de forma abierta y compartida.

      Si hemos llegado a ganar una vida de más en la historia (de Rosnay et al., 2006), ello se debe a los logros de la ciencia, la educación, la tecnología y la educación, además de, recientemente, buenas políticas públicas. Desde la construcción de los acueductos, desde la Roma antigua, pasando por los diferentes modos de asepsia y aseo, la educación física y los avances en el conocimiento, por ejemplo, hemos ampliado los umbrales y espacios en lo que genéricamente denominamos estilos de vida saludables (sin embargo, normativizar el tema, en ninguna acepción de la palabra: las consecuencias sociales y políticas de la normativización de los estilos de vida y de las tradiciones ha tenido resultados nefastos a todo lo largo de la historia).

      Quisiera decirlo en términos diferentes a los de exterioridad: hemos venido aprendiendo, de manera no lineal, a vivir de forma cada vez más sana. Como resultado de esto, hemos ganado a través de la historia en esperanzas y en expectativas de vida. Desde el punto de vista evolutivo, un organismo triunfante o una especie triunfante es aquella que se hace perdurable en el tiempo, el que logra adaptarse (fitness).

      La salud implica, así, longevidad, aunque con calidad de vida; esta calidad de vida es, sin más, vitalidad. Este es el concepto experiencial o inmanente de lo que en términos económicos, aunque en el sentido más amplio e incluyente de la palabra, es el concepto de calidad de vida. A una mayor y mejor longevidad, muy seguramente le acompaña buen conocimiento, información o educación, para decirlo en términos amplios e incluyentes; lo cual supone, en su base, muy buena ciencia y tecnología.

      Dicho en términos amplios, la historia de la medicina constituye un capítulo fundamental en la historia de la ciencia, y que más recientemente se viene a inscribir en esa díada que es la historia de las ciencias de la vida y la historia de las ciencias de la salud. La historiografía más reciente ha puesto suficientemente de manifiesto que esta historia constituye un elemento imprescindible en el proceso civilizatorio (Ferguson, 2012; Morris, 2016). Más y mejor medicina implica muy buena investigación, ciencia y educación, incluso aunque no existan necesariamente relaciones de causalidad entre ellas.

      En Occidente la historia de la medicina coincide con el esfuerzo denodado por ganarle tiempo al dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Es decir, más y mejor medicina es más y mejor tiempo de vida. Algo que no puede menoscabarse en absoluto. Pues bien, más y mejor tiempo implica, concomitantemente, más y mejor conocimiento, tanto como condición que como resultado. Una vida más longeva permite pensar y conocer mejor las cosas, el mundo, la vida, a los demás y a la naturaleza.

      En efecto, la historia de la medicina consiste en la combinación de estructuras mentales conjuntamente con desarrollos técnicos y tecnológicos; aunque esta no es una prerrogativa exclusiva de la medicina, sí es el principal referente cuando aparecen dolencias, males y malestares diversos. La medicina, cuando se refiere a la salud, deja de ser tal, y se transforma en sanalogía (Maldonado, 2018b). La sanalogía es medicina que sabe principalmente de salud y vitalidad, de tiempo y de conocimiento.

      Indudablemente, la vida se hace posible de cara a más y mejor información, más y mejor conocimiento, más y mejor ciencia, más y mejor educación, más y mejor tecnología, en fin, mucha luz y mucha transparencia. Los tiempos del miedo al conocimiento, y del control y encerramiento del conocimiento, coinciden por completo con los tiempos en los que las esperanzas y las expectativas de vida eran más reducidas, y por tanto existía una menor vitalidad (la música era más lúgubre, el lenguaje era menos rico, la filosofía y las artes eran muy limitadas y acaso inexistentes).

      Sin embargo, es evidente, para una mirada sensible, que no todo en la vida y el mundo es el objeto del logos, en todo el sentido de la palabra. Esto conduce la mirada en otra dirección.

      Es evidente que algunos nacen sanos, mientras que otros nacen con algunas enfermedades. Otros más, en el curso de su vida, van adquiriendo o desarrollando diversas enfermedades, de suerte que la salud es en general la historia de fluctuaciones diversas.

      La vida en general contiene un cierto grado de indeterminación, aleatoriedad, azar, contingencia o fortuna, diferentes nombres que apuntan en una misma dirección. La historia del logos es la historia del determinismo. Pero el determinismo olvida que el universo contiene, además, razones que no es posible demostrar, causas que no son enteramente explicables, en fin, motivaciones y hechos que son a todas luces imprevisibles e impredecibles.

      El más difícil de los problemas, emocional, cognitiva o psicológicamente, consiste en incluir el azar en la economía del universo. Una traducción de esta idea es justamente el reconocimiento de que hay hechos, procesos, fenómenos gratuitos. Para bien o, en ocasiones, para mal.

      Pues bien, la salud depende o contiene, ocasionalmente, algún componente de fortuna.

      En el lenguaje de las ciencias de la complejidad, la idea de la buena o mala fortuna se expresa de una manera precisa. Se trata del reconocimiento de que existe orden a través de fluctuaciones (order through fluctuation) (Prigogine, 1976). La vida es un proceso que transcurre a través de fluctuaciones, la existencia misma tiene lugar a través de altos y bajos, de salud y de enfermedad. Existen equilibrios y estabilidad, pero son momentáneos, porque el cuadro general consiste en el establecimiento de simetrías, y el rompimiento de estas simetrías, y así sucesivamente. Es exactamente en este sentido que se dice que los sistemas vivos son dinámicos, y, más exactamente, sistemas dinámicos no-lineales.

      El azar es el nombre que tienen los fenómenos, sistemas y comportamientos que no se ajustan a regularidades, a leyes o a patrones, sino, mejor aún, que quiebran leyes, regularidades y patrones. El azar, por definición, es indomable. El azar introduce en la sociedad y en la naturaleza inflexiones, y son exactamente estas las que le introducen, paradójicamente, sentido a la evolución (Gould, 2002).

      La existencia de los sistemas vivos transcurre a través de fluctuaciones, las ciencias de la complejidad se articulan en términos de la teoría de turbulencias, la teoría de inestabilidades, las fluctuaciones, los equilibrios dinámicos y, precisamente a través suyo, del estudio de sistemas autoorganizativos y emergentes. La salud es un sistema al mismo tiempo autoorganizativo y emergente, y es la confluencia de ambos aspectos el que establece la complejidad misma de la salud.

      Sin ambages, la complejidad de la salud estriba en su carácter esencialmente abierto, indeterminado e imprevisible.

      Así, mientras que la enfermedad implica un sistema de pensamiento determinista –a la enfermedad hay que determinarla–,