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2. La violencia y la experiencia cotidiana en América Latina a principios del siglo xxi
Robert Albro
Fue una distinción dudosa en 2012 cuando Juárez, México perdió su estatus como la ciudad más violenta del mundo ante otra competidora latinoamericana, San Pedro Sula, de Honduras, ciudad con una tasa de homicidio de 173 por cada mil personas. En las palabras de un funerario: “El mismo diablo vive en San Pedro”.[1] En realidad, de las veinte ciudades más peligrosas del mundo, todas menos una están en América Latina. A pesar del tránsito de la forma autoritaria de gobierno a la democrática en la región a principios de la década de 1980, la tasa de homicidios ha aumentado en un 50% a partir de esa fecha (Imbusch, Misse, y Carrión, 2011), y el total de homicidios en la región ha aumentado año tras año entre el 2000 y el 2012 (oea, 2012: 17). Hace una década Frühling, y Tulchin (2003) ya habían observado que las tasas de homicidio en Latinoamérica se habían incrementado de forma consistente en los veinticinco años anteriores, independientemente de si la tasa de asesinatos en un país dado era alta o baja en aquel momento. Hoy día, este violento estado de cosas en curso ha sido descrito como la peor “epidemia” (Carroll, 2008) de Latinoamérica, con más personas falleciendo de muerte violenta que de sida.
Si el promedio de muertes por cada cien mil personas en América Latina es de 25.6 haciendo de ella la región más violenta a nivel global, en Honduras ha aumentado a un sorprendente 92 por cada cien mil (oea, 2012: 52). Tan espantoso ha sido el número de víctimas en México durante la guerra contra los carteles de la droga comenzada en 2007 que ha costado por lo menos sesenta mil vidas mexicanas, y ha tenido poco impacto en disminuir el tráfico de drogas (Tuckman, 2011). Otras tendencias cada vez peores son la violencia doméstica incontrolada. No menos del 53% de las mujeres de Bolivia declaran que han sido víctimas de violencia en algún momento de su vida (Bott et al., 2012: xvi). La región tiene el segundo mayor número de muertes femeninas producto de la violencia y la mayor tasa de niños asesinados en el mundo (oea, 2012: 52).
Otras expresiones de violencia incluyen: un alarmante número de asaltos y delitos incontrolados sobre la propiedad, que se ha más que triplicado en muchas partes de la región en los últimos treinta años (Bergman, 2006); violencia policial regular hacia la población no solvente, generalmente con una respuesta judicial indiferente (Brinks, 2008); la tendencia ascendente en la frecuencia de los secuestros en toda la región, con casi 106 000 en México, solo en 2012 (oas, 2012: 74); y la necesidad de acuñar un término nuevo —el “feminicidio”— para categorizar la violación, la tortura y el asesinato de jóvenes mujeres como parte de la creciente tendencia de la violencia sexual (Shulman, 2010). De todas las regiones del mundo, los latinoamericanos