Caroline Seebhom

Pancho Segura Cano: La vida de una leyenda del tenis


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que sí.

      Pancho se acercaba a la chica en cuestión y pronunciaba en su inglés titubeante la frase. El resultado era predecible: una buena cachetada en el rostro.

      A Pancho eso no le inquietaba, era parte de su aprendizaje de las costumbres de los estadounidenses, de su idioma, su sentido del humor y de una cultura que él aprendería a dominar en el futuro de una manera brillante. «Solo había dos hispanohablantes en una promoción de dos mil quinientos alumnos», cuenta Pancho, «tenía que aprender deprisa. Yo tenía que ir al comedor una hora antes de los jugadores de fútbol americano porque, si no lo hacía, ¡no sobraba comida!». La mayor parte de sus compañeros eran potentados. «Todos tenían carro. Yo debía tomar el bus para llegar a la ciudad de Miami. Tenía un buen amigo que le encantaba el tenis y él me ayudaba con el transporte o me prestaba su carro. Estaba en el equipo de tenis y yo le ganaba todo el tiempo».

      Pancho estaba ahí por el tenis, pero asumió la carrera universitaria con gusto y empezó a ejercitar una inteligencia que superaba con creces la estrategia tenística. Pancho se inscribía solo en clases que pensaba estaban a su alcance, por ejemplo, administración de empresas y ciencias forestales (Mulloy le tomaba el pelo al decir que Pancho se iba a recibir en español y otros asuntos exóticos). Pero las materias que más le llamaban la atención eran ciencias políticas, asuntos contemporáneos e historia. «Me encantaba escuchar las discusiones de las distintas clases, aprendí mucho solo escuchando. Me sentaba junto a las más feas que siempre eran las más inteligentes y aplicadas. Creía que la cercanía a ellas podía hacer que sus conocimientos se me pasaran. Las chicas más lindas siempre conversaban entre ellas y sobre sus novios».

      No que las chicas lindas no fueran interesantes para él. «Yo tenía una novia rubia. Traté de conquistarla pero no tenía ni dinero ni carro. No podía llevarla ni siquiera a tomar un trago. Uno no puede ser un Don Juan sin transporte. ¡No podía ni ir a los autocinemas! ¡Chicas preciosas! Me fui a la playa con ella y me puso crema en la espalda y yo no sabía qué hacer, ¡estaba tan nervioso!».

      Pobre Pancho, experimentaba un choque cultural considerable. En Sudamérica, entonces, las mujeres eran consideradas santas y vírgenes hasta después del matrimonio. La vida sexual relajada de los estudiantes que lo rodeaban era intoxicante y a la vez frustrante. «En Miami había tantas chicas, tantas, ¡y yo solo quería una!».

      Gardnar Mulloy estaba muy consciente de la presión sobre su joven recluta. Entrenaba a Pancho de manera rigurosa y halló en él un estudiante dispuesto a responder. «Mejoró y mejoró». Pero Mulloy no estaba dispuesto a permitir que se distrajera. «Él me decía que no me acerque a las chicas. ¡Me decía que era como correr ocho kilómetros!». No queda claro en todo esto si el propio Mulloy, que era alto y apuesto, se tomaba en serio sus propias palabras. Pancho dice que le apodaban Chupaflor, «porque le gusta chupar de todas las flores». Mulloy se reía y respondía: «si yo hiciera todo aquello de lo que se me acusa, apenas podría caminar».

      Pancho estaba experimentando las posibilidades del sueño americano —algo que nunca olvidaría—. Mulloy bromeaba que, si no hubiera sido por él, Pancho habría estado trepando palmeras de coco o trabajando en Ecuador como dependiente. Pancho veía la verdad de aquello. «Si no fuera por el tenis», decía, «estaría en compañía de los indios de Florida, luchando con los lagartos en los parques de diversión».

      Luego del triunfo en semifinales en el Meadow Club de Southampton, en agosto, el periodista Allison Danzig de nuevo elogió al sorprendente latino. Danzig predijo, correctamente, que Segura se llevaría el torneo (en un partido duro a tres sets contra el una vez campeón de Wimbledon, Sidney B. Wood Jr.). Danzig utilizó toda su columna ese fin de semana para resumir la carrera deportiva de Pancho. Tituló su editorial: «Buen vecino con raqueta»; Danzig describió la visión norteamericana convencional hacia Sudamérica como «guitarras metálicas, castañas, las faldas en remolino de Carmen Miranda y los ponis para jugar polo», y declaró que este dínamo humano de Guayaquil, «con algunos de los mejores golpes vistos en Forest Hills, Wimbledon o St. Cloud», iba a cambiar esa percepción. Danzig dijo que, aun si se toman en cuenta los diez mejores jugadores del mundo, «Segura se levanta como el favorito».

      Esa columna, que dominaba entonces la página deportiva del rotativo, era valiente, no solo por su atrevida promoción de un joven latino en la alta sociedad del tenis amateur, sino también por su audaz declaración respecto al futuro de Pancho en el tenis. «Segura aparece como la figura más atractiva para atraer gente al campo de juego», escribió Danzig. «Los amigos que logra con su espíritu deportivo y buen ánimo, al igual que con su éxito en la cancha, le van a dar mucho en los años venideros». Elogios tan grandes, emitidos por el periodista de tenis más importante del New York Times, y dirigidos a un ecuatoriano de solo veintidós años que residía en Estados Unidos apenas tres años, configuraban un verdadero tributo al impacto de Segura en el mundo del tenis. (La columna de Danzig, traducida al español, se imprimió al día siguiente en El Telégrafo. Todo Guayaquil quedó encandilado).

      En 1944 Pancho ganó el Western Championship y también el torneo estadounidense de tierra batida. Volvió a ganar el título de Southampton y en 1945, luego de repetir como campeón del torneo panamericano y el título de dobles en tierra batida con Bill Talbert, volvió a ganar el trofeo del Meadow Cup por tercera vez para así «retirar» el trofeo. (¡Qué mejor desquite por su debut deslucido en esa misma cancha hacía cinco años!) A finales de 1945, con su tercera corona como campeón interuniversitario de singles en representación de la Universidad de Miami, y luego de haber llegado de nuevo a las semifinales del torneo nacional en Forest Hills tres veces consecutivas. Pancho Segura era el tercer amateur clasificado luego de Frank Parker y Bill Talbert.

      Pero cuando terminó la guerra y todos los grandes jugadores amateur en servicio activo retornaron, el escenario fue muy distinto. En 1946 Pancho ganó el título nacional bajo techo, la copa de la reina de Inglaterra y el Torneo Panamericano en México (por tercera ocasión). Pero ningún título de los tres del Grand Slam. Los mejores jugadores de Estados Unidos, Don Budge, Jack Kramer, Ted Schroeder y Frank Parker, reingresaron rápidamente al tenis de primera, y Segura perdió su clasificación. La competencia nunca fue más feroz.

      El futuro de Pancho se desvanecía. Tal vez el optimismo de Danzig resultara prematuro. Hasta