yo tenía dinero por el barrio», recuerda Segura. Cano lo llevó a conocer la ciudad, lo llevó a restaurantes buenos y a sitios de diversión nocturna como el famoso Copacabana, en el barrio latino y el Diamond Horseshoe. «No siempre lo acompañaba», rememora Pancho, «era demasiado joven para amanecerme y me preocupaba mi estado físico».
La influencia de Cano fue considerable. Por medio de sus buenos oficios, Pancho conoció personas adineradas de cerca por primera vez y aprendió a tratarlas. Cano le impartió destrezas sociales que, para un joven guayaquileño pobre, fueron invalorables, y que lo acompañarían el resto de su vida. Pancho era un alumno aprovechado y sabía apreciar su buena suerte. «Fue mi mecenas. Me saqué la lotería. Él me alimentaba, vestía y era mi amigo».
Pancho también empezó a recibir apoyo de Alfonso Rojas, un magnate ecuatoriano de la prensa. Con esos protectores de su lado, Pancho empezó a conocer Nueva York de una manera completamente distinta. Además de recorrer los sitios exclusivos de entretenimiento de la ciudad con Arturo Cano, pudo frecuentar a Rosalind Palmer y a sus padres, que a veces lo invitaban a cenar y al teatro. Rosalind recuerda la manera en que Pancho estudiaba los afiches en los vestíbulos junto con los folletos informativos, memorizando los rostros de los actores. ¿Cómo iba a saber que un día los conocería personalmente y haría amistad con ellos?
Pero primero venía el tenis y su principal deseo era jugar, donde fuera y cuando fuera posible. Arturo Cano intuyó que su protegido tenía capacidad de convocatoria en la cancha de tenis y durante los primeros seis meses de 1941 lo inscribió en torneos en toda la costa este de Estados Unidos. Pancho empezó a jugar bien. El 19 de mayo de 1941 ganó su primer torneo, el campeonato de Brooklyn. Derrotó a un jugador checo, Ladislav Hecht, en cinco cruentos sets: 3-6, 4-6, 6-1, 6-1, 6-2.
Allison Danzig, el celebrado cronista de tenis del New York Times estuvo presente. Claramente impresionado por la calidad de tenis que observó, escribió: «Nadie habría apostado a favor del sudamericano de 19 años al inicio del tercer set pero mientras el juego progresaba, este pequeño jugador nunca dejó que su concentración o su pasión decayeran». En el cuarto set, «Segura, en pleno control y con su confianza en alza se mostró demasiado fuerte en la línea final de la cancha y castigaba a Hecht cada vez que éste intentaba acercarse a la red». Hacia el final del quinto set, «Segura, jugando de manera brillante y acumulando puntos con su drive a dos manos, ganó cuatro games seguidos para llevarse el encuentro».
Danzig añade que el ecuatoriano recibió una ovación de parte de la muchedumbre. Arturo Cano había adivinado correctamente, Pancho Segura —el Guerrero Inca como lo habían bautizado— se convertía rápidamente en atracción de taquilla.
Ese fue el inicio de un verano fabuloso para Pancho. Jugaba en todos los clubes de élite en el noreste: el Club de Críquet en Brookline, Massachusetts; el Seabright Lawn Tennis y Country Club en Nueva Jersey; el Meadow Club en Southampton; el Westchester Country Club en Rye, Nueva York; el Newport Casino en Rhode Island, para terminar en el West Side Country Club en Forest Hills, Nueva York. Estos eran clubes notoriamente exclusivos. Frente a obstáculos de todo tipo, el pequeño morocho encontraba tierra firme para pisar en las canchas de tenis más exclusivas del mundo.
En Forest Hills Pancho de nuevo se enfrentó en la primera ronda con Frank Parker y nuevamente perdió. Pero en su último torneo de ese año, en el campeonato de Dade County en Miami, le ganó a uno de los mejores jugadores del país, Gardnar Mulloy (11), en una victoria sorpresiva que dejó atónito al mundo del tenis. El marcador final fue 4-6, 6-1, 6-1, 4-6, 8-6. El encuentro fue cubierto ampliamente por la prensa internacional que quedó deslumbrada por la velocidad y tenacidad del pequeño portento sudamericano que parecía haber salido de la nada para derrotar a Mulloy, campeón amateur en siete ocasiones previas.
Pancho siempre dijo que Gardnar Mulloy lo vio jugar por primera vez en 1941, en Forest Hills, y que se prendó tanto de su juego que dijo: «Ese morochito puede llegar a ser un gran jugador». Mulloy lo recuerda de otra manera. Dijo que la primera vez que lo vio jugar fue en Guayaquil, antes de la guerra, cuando Mulloy visitaba Ecuador con el Departamento de Estado de Estados Unidos.
«Cuando visitábamos estos clubes, nos pedían jugar con los juveniles y en Guayaquil sacaron a este muchachito con las piernas chuecas. Golpeamos la pelota y me di cuenta de que era bueno. Cuando uno entrena de esa manera con un juvenil se puede saber en cinco minutos si vale o no la pena. Yo les dije a los miembros del club guayaquileño que el muchacho debía ir a Estados Unidos y que, si lo hacía, yo estaría dispuesto a ayudarlo».
En 1941, Mulloy participaba en el campeonato en césped en Rye, Nueva York, con su pareja de dobles Bill Talbert (12). Ambos estaban en su habitación una noche cuando alguien golpeó la puerta. «Abrí y en el corredor escasamente iluminado se encontraba Segura, parado ahí con una bolsa de paja. Me llamo Francisco Segura, dijo en un inglés casi inentendible, usted dijo, venir a América, y aquí estoy». Mulloy lo examinó un momento y luego dijo: «Entra, puedes dormir en el piso».
Segura nuevamente había tenido un golpe de suerte. Gardnar Mulloy era uno de los jugadores más completos del mundo. Fue finalista de dobles en Estados Unidos en 1940 y 1941 con Bill Talbert, y luego finalista en los torneos de Francia y Wimbledon. Gene Scott lo describió como un jugador «dotado de una gracia y condición atlética naturales». Mulloy ocupaba un cargo que para entonces era mucho más importante para Pancho. Era entrenador del equipo de tenis de la Universidad de Miami y, gracias a su influencia, Segura recibió una beca universitaria que empezó en el otoño de 1942. La administración pensó que Pancho contaba con los créditos necesarios para ser admitido: «El presidente de la universidad preguntaba constantemente: ¿dónde están los créditos?», recuerda Mulloy. «Y Pancho decía: llegan esta semana. Por supuesto que nunca llegaron».
Pancho se mostró merecedor de la confianza de Mulloy, luego de perder un partido de infarto ante Ted Schroeder (un jugador bien posicionado en la tabla que ganó el título de singles en 1942), en la final del Sugar Bowl en Nueva Orleans, en diciembre de 1941. Al año siguiente Pancho ganó el torneo de la costa del este, el torneo de Southampton (ambos en césped) y perdió ante su futuro entrenador, Gardnar Mulloy, en la final del campeonato interamericano en La Habana. En 1942 Pancho ganó el Sugar Bowl, pero tal vez su mayor triunfo del año fue sobre Mulloy en el torneo sobre césped en Longwood. (¿No era tal vez poco delicado ganarle dos veces a su mentor? Luego de ese juego, Mulloy no le dirigió la palabra a Pancho por una semana). A fines de 1942 Segura estaba clasificado como el cuarto mejor jugador amateur de Estados Unidos, atrás de Ted Schroeder, Frank Parker y Gardnar Mulloy. Un registro muy respetable para el novato estudiante sudamericano de la Universidad de Miami.
Las becas de tenis no eran raras en Miami. En 1936 Gardnar Mulloy había reclutado al talentoso Bobby Riggs en ese mismo papel; Riggs estaba obsesionado por convertirse en campeón de tenis, no se acopló a la vida universitaria y dejó de asistir a clases. Con su modo típicamente descarado, Riggs le propuso al presidente de la universidad, el doctor Bowman Ashe, que le permitiera viajar por todo el país, jugando en torneos para de esa manera promocionar la Universidad de Miami; al final de la gira se le otorgaría un diploma. El doctor Ashe, como era de esperar, no mostró entusiasmo por la idea y Riggs regresó a California luego de un mes de asistir a clases.
Pero Pancho Segura era de otro temple. Él sabía que debía obrar con cuidado. Sin dinero y con pocos contactos, su apuesta era aplicarse al estudio, mejorar su tenis y pasar desapercibido. La universidad le proporcionaba alimentación, vivienda, acceso ilimitado a las canchas de tenis y un entrenador de primera. ¿Qué podía ser mejor para él en esta etapa de su carrera?
Por supuesto que no fue fácil. Su dominio del idioma era precario. Residía en un dormitorio junto con un grupo de jugadores de fútbol americano. El contraste físico era extremo: el pequeño morocho vivía en dormitorios compartidos con enormes atletas que pesaban por encima de los 100 kilos. Lo lanzaban de uno a otro como si fuera un muñeco de trapo. Se burlaban de él de manera inmisericorde: «Marica, ¿qué es lo que juegas? ¿Tenis? Ese es juego de maricas». También se burlaban de su acento y de su manera de hablar.
—¿Ves esa chica preciosa allá?
Pancho regresaba a ver.
—Anda