Pancho. «Recordemos como al cruzar una vereda un niño te miró y dijo, con voz en cuello: Ahí va Pancho Segura, campeón de campeones». Y más adelante: «Pancho, la oportunidad que esperabas ha llegado. Viajas a la ciudad de los rascacielos y del ruido clamoroso. Pero recuerda esto, no cambies, aun si te ofrecen el Banco Nacional, sigue siendo el joven sencillo y modesto que yo conocí un día, el amigo de todos».
¿Y qué pensaba su madre de todo esto? «Mamá», le dijo Pancho un día, «me han dado otra beca, pero creo que no la voy a utilizar, estoy seguro de que no me vas a dar permiso, ¿verdad, mamita? Pero Francisca Cano Segura era más dura que eso: «Estaba algo triste porque mi hijo se iba», reconoció más tarde, «pero vi la realidad de las cosas y le dije: pero hijo, ¿por qué crees que no te voy dar permiso? Claro que quiero que viajes, para que así aprendas lo que es la vida».
Una vez terminadas las despedidas, Pancho Segura estaba listo. Viajó en la línea de cruceros Grace Line, uno de esos gigantescos barcos blancos a vapor que Pancho había contemplado con anhelo en su infancia. Ahora, finalmente, su añoranza se había convertido en realidad. En compañía de Juan Aguirre, otro tenista guayaquileño, se encontraba a bordo del magnífico barco de sus sueños.
El viaje marítimo era electrizante para el novel viajero, sobre todo el cruce del canal de Panamá. Se mostró fascinado por el milagro de ingeniería que hacía posible pasar tan velozmente de un continente a otro. A lo largo del maravilloso viaje, Pancho pasó un momento fabuloso. Pasaba horas enteras en el club nocturno de la embarcación, ahí los artistas cantaban una de las canciones más populares de 1940:
Oh, Johnny, Oh, Johnny, how you can love!
Oh, Johnny, Oh, Johnny, heavens above!
You make my sad heart jump for joy,
And when you’re near me
I can’t keep still a minute
Because it’s Oh Johnny, Oh Johnny,
I love you so!
Pancho escuchaba, encantado y se memorizaba el canto «Pero claro, ¡no entendía ni jota!»
El joven ecuatoriano se encontraba, por primera vez en su vida, lejos de las restricciones caseras y de la vida de su país natal; apenas podía contener su alegría. «Había una chica en el barco que yo noté que le gustaba, pero yo no sabía inglés y no podía hacer nada».
Pancho viajaba a un país desconocido donde no conocía un alma. Apenas tenía algo de dinero, enfrentaba un futuro incierto y no hablaba ni una sola palabra en inglés. Pero para este entusiasta «cholo» guayaquileño, era la aventura de su vida.
Galo Plaza Lasso temía que Estados Unidos representara una realidad demasiado dura para que el pequeño prodigio ecuatoriano se abriera camino en el mundo del tenis. Pero Pancho tenía otras ideas, ya no había vuelta atrás.
7. Amateur: proviene del francés que significa el que ama. En el siglo XVIII se lo usaba para referirse a alguien que practica un arte, oficio o deporte sin ser profesional.
8. Elwood Cooke: tenista estadounidense amateur entre los años 1930 y 1940.
9. Bobby Riggs: tenista estadounidense exitoso durante los años de la Segunda Guerra Mundial, conocido por sus duelos ante tenistas mujeres cuando ya superaba los 55 años. Su duelo más famoso fue el que perdió ante la norteamericana Billie Jean King en 1973 en la denominada «Batalla de los sexos».
Capítulo 3
¡Hasta luego!
El 29 de julio de 1940 Pancho Segura llegó a la ciudad de Nueva York. Llevaba su nombre impreso alrededor del cuello, como un inmigrante que se baja del barco. Elwood Cooke y su esposa Sarah, también tenista, le dieron el encuentro en el muelle en representación de la corporación de implementos deportivos Wilson. Así, y sin más preliminares, lo pusieron en un tren con dirección a Southampton, Long Island. Se le informó que se dirigiera al Meadow Club a jugar tenis.
Tal vez fue fortuito que Pancho no hablara inglés en ese entonces, pues no tenía idea de que estaba a punto de cruzar el umbral de uno de los clubes privados más exclusivos de Estados Unidos. No sabía que había un código de vestir y de conducta requerido por los socios. No entendía su más llamativa deficiencia: que no era ni blanco ni rico ni ilustrado.
El Meadow Club nunca había visto algo parecido.
Aferrado a su deslucida raqueta y con una bolsa de ropa inadecuada, Pancho llegó a Southampton justo a tiempo para participar en un partido de dobles (junto con Juan Aguirre, su compañero de viaje) en el decimoquinto torneo anual del Meadow Club.
Fue una paliza. Los ecuatorianos perdieron en sets seguidos: 6-1, 6-2.
Los simpatizantes justificaron el resultado señalando que se trataba de nervios y del ambiente extraño. Pero la derrota tenía una explicación sencilla. El juego se hizo en césped y Pancho nunca en su vida había jugado en grama. («¿Hierba? Yo creía que eso se fumaba?» Fue una broma que hizo más adelante). Hoy en día, los jugadores saben cómo adecuar su juego de acuerdo a la superficie, de cemento a tierra batida o al césped, que es mucho más irregular y rápido. Segura y Aguirre no sabían qué les había sucedido. Enfrentados con pelotas bajas, rápidas e impredecibles en el rebote, no podían acomodar su juego de pies, no podían anticipar cada jugada. En resumen: perdieron el control de los tiempos. «Mi rival me sirvió la bola, yo fallé el golpe y, ¡la gente pensó que yo lo hice de adrede!». El tenis de los ecuatorianos parecía el de principiantes ante oponentes más hábiles (Pancho también perdió un partido de singles en ese mismo torneo).
Aun así, el torneo no fue completamente desastroso. Aunque Pancho perdió sus encuentros, el público no pudo evitar sorprenderse ante este dínamo de metro sesenta y siete, con sus rizos negros, piernas chuecas y drive a dos manos. «Nadie había visto a alguien jugar con dos manos», dijo Pancho. «¡Pensaban que era un error!». Desde el inicio, ese jugador de aspecto extraño, con su enorme sonrisa, mostraba un elemento exótico que intrigaba. Podían intuir su velocidad, su energía, su astucia.
Un día, mientras Pancho regresaba a pie desde el club a la ciudad (obviamente no tenía transporte), el ganador del torneo de singles de Southampton, que se dirigía en automóvil en la misma dirección, se detuvo para llevarlo. El nombre del piloto era Bobby Riggs. Riggs no tenía idea de la identidad del joven y Pancho no hablaba inglés, de manera que poco se dijeron en esta ocasión. Pero desde ese día en adelante, Segura y Riggs iniciaron una amistad que a futuro iba a amenizar la historia del tenis. Ambos se convertirían en dos de los jugadores más populares del circuito, al mismo tiempo que en oponentes cordiales y apostadores encarnecidos durante el resto de sus vidas.
Otro miembro de la audiencia que puso especial interés en el recién llegado fue la adolescente Rosalind Palmer, que era socia del club y que había sido designada anfitriona auxiliar durante el fin de semana. Palmer fue asignada para asistir al joven sudamericano mientras él participaba en el torneo.
Pancho se ganó la lotería.
Rosalind Palmer tenía quince años. Su padre presidía la compañía E. R. Squibb y su madre era dramaturga y poeta, había alcanzado un título de posgrado de la prestigiosa Universidad de Columbia y había trabajado como enfermera durante la Primera Guerra Mundial. La señora Palmer era demócrata moderna, había trabajado con Eleanor Roosevelt en la década de 1930 y era de izquierda. Con antecedentes como esos, Rosalind había experimentado una infancia estimulante y socialista. Más adelante ingresaría a Smith College pero, por ahora, Estados Unidos se había incorporado a la Segunda Guerra Mundial y su madre decidió que lo mejor que podía hacer era voluntariado cívico a favor de las tropas de Estados Unidos. Así, Rosalind consiguió empleo en una fábrica de aviones y alcanzó la inmortalidad como el modelo para el personaje de Rosie la remachadora (Rosie the riveter).
Si uno piensa en el tipo de socio que se le pudo asignar