Caroline Seebhom

Pancho Segura Cano: La vida de una leyenda del tenis


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el altiplano. Cuando se presentó en el Guayaquil Tenis Club, luego de su ausencia, cualquiera podía ver que había experimentado una transformación. Era más fuerte, rápido; se encontraba en mejor condición física y jugaba al tenis de manera genial. También era extremadamente competitivo cuando jugaba con los socios. Jugaba a ganar.

      Los socios estaban impresionados. Algunos entendieron que este pequeño Pancho podría serles enormemente útil. Por esas fechas se aproximaba el torneo anual que se celebraba entre Guayaquil y Quito, dos ciudades que expresaban una rivalidad política intensa; que, en este caso, se reflejaba en la cancha. Se trataba de un torneo jugado a muerte, el campeonato más importante del país. Ese año algunos de los socios del club de Guayaquil decidieron que incluirían a Pancho en el torneo.

      Esta fue la primera vez que Pancho sintió su propia dislocación. Había tocado, inocentemente, a la puerta de un mundo que nunca lo dejaría olvidar sus orígenes. A los dieciséis años ya descubría los obstáculos, no solo físicos y mentales, sino sociales que tendría que enfrentar si iba a seguir por este camino. Ya había demostrado su capacidad para manejar exitosamente las barreras físicas y mentales; las sociales, sin embargo, eran intangibles y más complejas.

      La solución se presentó de manera ingeniosa. No había forma de que Pancho Segura pudiera representar al Guayaquil Tenis Club. No era miembro y nunca lo sería, y no había nada que hacer al respecto. Aunque sus benefactores encontraron la vuelta: Pancho representaría a otro club guayaquileño que le ofreció las credenciales necesarias.

      Y de esta manera Pancho Segura viajó a Quito. Fue emocionante, era su primera aparición importante a nivel nacional, parecía que se cumplía un sueño. Sin embargo, tuvo que pagar un duro precio para ser aceptado como competidor. Sus compañeros de equipo no veían de buena manera el hecho de compartir cancha con quien percibían como un «arribista» y así expresaban de múltiples maneras su superioridad de clase. Pancho podía estar en el equipo, pero de ninguna manera era socio del club. En el viaje en tren a Quito no recibió un boleto, como ellos, a primera clase; tuvo que contentarse con viajar en un vagón de tercera clase. Los socios y jugadores compraban manjares durante el trayecto; Pancho, sin dinero a su haber, se vio reducido a comprar maduro asado en el camino.

      Pancho aceptó estas condiciones sin rencor. Su tarea era jugar tenis en representación de su ciudad natal y, con su característica concentración, respondió estupendamente. Ganó sus tres partidos, contribuyendo de esa manera al triunfo del puerto sobre su tradicional rival andino. «Les sacamos la madre», recuerda Pancho con una sonrisa de satisfacción. De regreso a casa, sus compañeros se mostraron más deferentes ante el «cholito». Al parecer sí podía hacer algo por ellos: ganar partidos. En ese viaje de regreso, se le permitió acompañar a los demás miembros del grupo.

      Luego de su triunfo, Pancho ya no era un desconocido. Muchas de las personas que lo vieron jugar en Quito no lo olvidarían. ¡Qué velocidad! ¡Qué anticipación! ¡Qué drive a dos manos! Los espectadores se vieron anonadados ante este fenómeno. Un hombre en particular quedó deslumbrado por el talento de este pequeño morenito de Guayaquil. Su nombre era Galo Plaza Lasso, para entonces director del Comité Olímpico Ecuatoriano, COE (más adelante se convertiría en presidente del Ecuador). Plaza se había educado en Estados Unidos y era un hombre imponente de considerable elegancia. Plaza decidió invitar a Pancho para conformar el equipo ecuatoriano de tenis que participaría en Bogotá en los Juegos Bolivarianos.

      Nuevamente, hubo resistencia. Perú trajo a colación la condición «profesional» de Pancho y, de nuevo, quienes lo apoyaban se burlaron del alegato. Plaza llegó a amenazar con desistir de participar en los juegos si no se permitía la participación de Pancho. Los peruanos retiraron su objeción y Pancho formó parte de la delegación ecuatoriana.

      Para entonces el pueblo guayaquileño ya se había hecho cargo de quien identificaba como un héroe local. «El día en que partió», dice su madre, «fue despedido por una banda de pueblo mientras nosotros, sus amigos y familiares le seguíamos en un bus desde el barrio Cuba, apoyándolo con gran algarabía». El orgullo que sentía por su hijo casi se podía palpar. Este era de lejos el suceso más importante en que había participado su familia y lo único que podía hacer era llorar, alentarlo, despedirlo y rezar por él.

      Los conocedores del tenis sostenían que Venezuela y Colombia eran los favoritos para alcanzar medallas, con Perú a la cola. Unos pocos habían oído hablar de la pequeña sensación ecuatoriana y decían en voz alta que Pancho Segura era el favorito. Desde el inicio de los juegos, las cosas parecían seguir ese curso. El primer encuentro de Segura fue contra el colombiano Gastón Moscoso. Aunque la muchedumbre lo acosaba con el canto de «campeón profesional», Pancho no hacía caso y superó a Moscoso con facilidad en tres sets consecutivos. El ecuatoriano entonces se enfrentó al campeón peruano, Carlos Acuña y Rey, y le ganó con igual solvencia. Acuña se mostró furibundo de perder con un pequeño «don nadie» y hasta rechazó la oportunidad de fotografiarse con él al finalizar el partido. En las semifinales, Pancho triunfó nuevamente en sets seguidos contra el campeón boliviano Gastón Zamora.

      El 13 de agosto de 1938, ante el asombro de todos, la final por la medalla de oro se planteó entre Pancho Segura del Ecuador y Jorge Combariza de Colombia. Para entonces todo el torneo estaba alborotado. El estilo de juego de Pancho, su drive a dos manos, su velocidad, su espíritu, eran la comidilla de los juegos. La anticipación fue intensa. Todos los jugadores e hinchas querían ver con sus propios ojos este nuevo estilo de tenis practicado por un jugador desconocido del Ecuador. Una muchedumbre inundó el escenario para ver jugar al fenómeno. Las entradas escaseaban y eran difíciles de conseguir. En casa, El Telégrafo prometía transmitir el partido en vivo desde radio Nueva Granada. Los guayaquileños se lanzaron a las calles para oír las hazañas de su querido prodigio.

      Combariza era el favorito y recibió aplausos de sus seguidores apenas apareció en la cancha. Pancho lo siguió y se escuchó un aplauso más sutil. El contraste era sorprendente, por un lado, el colombiano atlético junto con sus acaudalados seguidores, recorriendo majestuosamente la cancha, como un pashá, y por otro, el pequeño Segura, con apenas dieciocho años de edad y con 120 libras de peso, corriendo a toda velocidad en su lado de la red, ansioso de que inicie el partido. Combariza tuvo el primer saque, Pancho se mostró nervioso y perdió cinco games al hilo. En los graderíos, los hinchas ecuatorianos empezaron a hacerle barra y este respondió ganando los siguientes cinco games. Sin embargo, el precio de esa valiente recuperación fue demasiado alto y perdió el primer set 7-5.

      Pancho empezó a encontrar su juego en el segundo set y lo ganó 6-4. Para entonces el pequeño «cholo» estaba «prendido», como diría más tarde. Sus golpes se hicieron más precisos, su velocidad formidable, su overhead inmaculado, sus golpes desde la línea de fondo eran como balazos, su devolución impecable. «Yo era demasiado veloz para su juego», diría Pancho más adelante, «llegaba a la red antes de que la pelota cayera al otro lado». Combariza no podía competir contra este remolino incansable y perdió los últimos dos sets con el marcador humillante 6-1, 6-1.

      Los espectadores bajaron como una ola de los graderíos para felicitar al inesperado campeón y sus compañeros delirantes lo cargaron en hombros en victoriosa «vuelta olímpica» alrededor de la cancha. El Telégrafo publicó un reportaje de la Associated Press (AP) que decía: «Todos los aficionados que asistieron a la final individual están de acuerdo en que el encuentro entre Francisco Segura y Jorge Combariza fue el mejor partido de los Juegos. También sostienen que Segura exhibió el mejor tenis que se pudo ver en todo el torneo».

      Sin embargo, los guayaquileños tenían que esperar para celebrar. La transmisión de radio Nueva