qué quieres decir con eso?
–Que tenía que haberte tirado los tejos mucho antes.
–¿Ah, sí? ¡Vaya, no me digas!
Él hizo un mohín.
–Pero nunca llegaba el momento idóneo…
Kylie se echó a reír y él frunció el ceño.
–No sé qué es lo que te parece tan gracioso.
–Tuviste años para hacerlo, Gib.
–Éramos casi niños. Y tu abuelo hizo tanto por mí, que no podía permitir…
–Vamos, vamos. Por lo menos, sé sincero. Lo que pasa es que no te gustaba tanto. Y creo que a mí me pasaba lo mismo, o yo te habría tirado los tejos a ti –dijo ella. Suspiró y alargó el brazo para tomarle la mano, porque no quería que dejara de formar parte de su vida. Siempre había sido alguien muy importante para ella.
–No te preocupes –le dijo–. Estamos bien, y vamos a estar bien. Pero este tema está cerrado. Voy a ponerme a trabajar.
Y eso fue lo que hizo. Entró al taller y se concentró en el espejo que tenía que terminar antes del cumpleaños de Molly, que era al día siguiente, en vez de obsesionarse con el hecho de que solo le quedaba una semana para encontrar su pingüino, una semana hasta que el juego, o lo que estuvieran haciendo Joe y ella, terminara.
Capítulo 21
#TúNoPuedesEncajarLaVerdad
El resto del día pasó en una nebulosa, porque Kylie estuvo absorta en su trabajo. Gib, por un sentimiento de culpabilidad o por otra cosa, había vuelto a darle nuevos encargos, y eso la tenía ocupada en cinco proyectos diferentes. Era maravilloso y abrumador a la vez, pero, por lo menos, estaban de nuevo como antes.
A la hora de comer, tenía el cerebro apagado, así que se quitó el delantal, se sacudió el serrín lo mejor que pudo, tomó a Vinnie y salió al patio a aclararse la cabeza.
Se sentó en el banco de la fuente. Vinnie levantó la patita junto a un arbusto y, después, se acercó a olisquear el agua.
–Ten cuidado –le advirtió ella. No hacía mucho tiempo se había hecho el valiente y había saltado al agua. El problema era que, con un cuerpo tan pequeño y una cabeza tan grande, no podía nadar. Kylie había sentido pánico hasta que había conseguido rescatarlo.
Sin embargo, aunque Vinnie era listo y brillante, también tenía demasiada confianza en sí mismo, y de ahí el recordatorio.
–Nada de baños –le dijo.
Él resopló y se puso a correr en círculos durante dos minutos, hasta que se quedó sin gas y se dejó caer a los pies de Kylie, exhausto, jadeando.
Kylie movió la cabeza y miró la fuente. Tal y como le había dicho a Joe la noche anterior, el mito de la fuente estaba bien claro: si uno deseaba el amor con el corazón sincero, encontraría el amor.
Pero los mitos eran invenciones. Fantasías. Salvo que… Allí mismo, en aquel edificio, habían surgido muchas historias de amor durante los últimos años, algunas de ellas con sus mejores amigas, y todas tenían su origen en pedir un deseo a aquella misma fuente.
La noche anterior, cuando había pedido el deseo de recuperar su pingüino, tenía la tentación de pedir otra cosa completamente distinta, y eso le daba miedo. Le habría gustado pedir que Joe la mirara abiertamente como hacía algunas veces, cuando pensaba que ella no se daba cuenta. Su mirada cálida y su expresión le daban a entender que aquello era algo más que sexo para él, que tal vez hubiera sentimientos reales y profundos.
Aunque no se trataba de que quisiera renunciar al sexo; solo con pensarlo, se acaloraba. Recordaba la ligera sonrisa de Joe, su cuerpo duro y musculoso tomándola como quería, porque había que reconocer que todas las formas de tomarla por su parte habían sido increíbles hasta aquel momento, sobre todo cuando había utilizado la lengua para…
–Tienes que tirar una moneda –le dijo una voz ronca, y algo chapoteó en el agua. Una moneda.
Kylie volvió la cabeza y vio a Eddie. Él le sonrió.
–Espero que hayas deseado algo bueno, cariño –le dijo–. No me gustaría haber malgastado ese penique.
–No… no puedo creer que hayas hecho eso.
Él se encogió de hombros.
–Llevabas aquí indecisa tanto tiempo, que Vinnie se ha quedado dormido –dijo Eddie, y le señaló al perro, que estaba acurrucado a sus pies, roncando como una sierra mecánica–. ¿Qué deseo has pedido?
Oh, Dios Santo. Acababa de pedir más sexo salvaje con Joe. Se quedó mirando a Eddie anonadada, y él sonrió con astucia.
–Ah, ya veo. ¿Y quién es el afortunado?
–No. No, no, no –dijo ella–. No cuenta, porque no he sido yo quien ha tirado la moneda, sino tú.
El viejo Eddie se limitó a sonreír.
–Oh, vamos –dijo ella–. ¡Tiene que haber reglas!
–No sé, cariño –dijo, encogiéndose de hombros–. Yo no entiendo mucho de reglas.
–Bueno, pues estoy segura de que tiene que haberlas, y muchas –dijo Kylie. No iba a dejarse dominar por el pánico–. Y, de todos modos, la leyenda de la fuente trata del amor, y yo no estaba pensando en eso, así que no va a ocurrir. ¿Verdad que no? Por favor, dime que no va a ocurrir…
Él se echó a reír.
–Eso tampoco lo sé, pero daría más que un penique por saber qué es lo que has deseado, viendo la cara que se te ha puesto.
–Oh, Dios mío…
Kylie se giró hacia el agua. Había decidido meterse a la fuente y sacar el penique de Eddie. Pero… había muchas monedas, y no recordaba cuál era la que tenía que sacar. ¿Y si sacaba una que no era? ¿Impediría que se cumpliera el deseo de otra persona? No, eso no podía hacerlo.
–¿Cuál era? –le preguntó a Eddie–. No estoy segura…
–¿De qué no estás segura?
Era Molly, que se acercaba con Willa y con Elle. Todas llevaban bolsas del Pub O’Riley’s.
–Bueno –dijo Eddie, columpiándose sobre los talones y sonriendo a Kylie con picardía–. Creo que nuestra Kylie pidió un deseo del que ahora se está arrepintiendo.
Kylie lo miró con asombro.
–¡Pero si la moneda la has lanzado tú!
–Un detalle sin importancia –respondió él, encogiéndose de hombros otra vez–. Lo cierto es que has pedido un deseo, y que te has ruborizado mucho. Creo que ya sé cómo se llama el afortunado…
Willa y Elle se echaron a reír. Molly la miró especulativamente.
Kylie suspiró.
–Me voy a casa.
–Kylie.
Se giró y vio a Molly, que le mostraba una de las bolsas marrones.
–Iba a llevarle esto a Joe, que está vigilando a un testigo y se muere de hambre. Pero tengo una reunión. ¿Te importaría llevárselo tú?
Kylie miró a Elle y a Willa que, de repente, estaban muy ocupadas con sus teléfonos móviles.
–Umm…
–¡Estupendo, muchas gracias! –exclamó Molly.
Antes de que Kylie se diera cuenta, tenía la bolsa en una mano y, en la otra, una dirección escrita a toda prisa en una servilleta.
–¿Qué acaba de ocurrir? –le preguntó