Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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que sea en horizontal.

      –Pero… ¿aquí?

      –Claro, aquí.

      –El teléfono de tu escritorio –jadeó ella–. Lo has descolgado al tirarlo.

      –Después.

      –Tienes una barra de caramelo –añadió Kylie–. También se ha caído, y da pena que se eche a perder, porque tiene aspecto de ser un caramelo buenísimo…

      –Sé de algo que va a saber mucho mejor que el caramelo –dijo él, y le lamió la piel por debajo de la oreja.

      A ella se le escapó un gemido. La dejó en el sofá y le subió la camisa, y vio que llevaba un sujetador de encaje color marrón chocolate.

      –Precioso.

      Al segundo, descubrió que llevaba unas bragas a juego.

      No hacía falta chocolate…

      –Date prisa –susurró Kylie, en tono de súplica, mientras lo abrazaba. Joe estaba bajando la cabeza hacia su cuerpo cuando sonó su teléfono móvil. Él dejó caer la frente sobre su maravilloso pecho y tomó aire.

      –Puede que sea urgente –dijo ella, que tenía las manos en su pelo.

      Sin duda. Pero era un mensaje de texto, no una llamada, así que decidió que no podía ser tan importante.

      –No me importa –dijo.

      Le desabrochó el sujetador y lo apartó, y se le aceleró el corazón al ver sus pechos desnudos.

      –Todo puede esperar unos minutos.

      Ella le puso una mano sobre el pecho.

      –¿Y si yo necesito más de un minuto?

      –Tú vas a tener todos los minutos que necesites –dijo él, y bajó la mano hasta que le agarró el pequeño trasero para estrecharla contra sus muslos.

      –Ummm… Me deseas –dijo ella con la voz entrecortada, retorciéndose contra la parte de su cuerpo masculino que más la deseaba. Y le brillaron los ojos de triunfo, alegría y también, por su propia necesidad.

      Demonios, estaba completamente obnubilado por aquella mujer.

      –Sí, te deseo –dijo. Le dio un beso en el hombro desnudo y, después, en la mandíbula–. Y mucho.

      Con un suspiro, ella inclinó la cabeza hacia atrás y canturreó de placer mientras él pasaba los labios por su garganta y sus clavículas, por la punta de su pecho. Tomó el pezón con la boca y ella se arqueó jadeante al notar el contacto con su lengua.

      Le agarró el pelo y musitó:

      –No pares.

      Ni se le había pasado por la cabeza, y siguió acariciándola y jugueteando a través de sus bragas hasta que estuvieron húmedas. Entonces, se las quitó y dijo:

      –No las vas a necesitar.

      –Tu ropa, también –jadeó ella–. Fuera.

      –Y resulta que yo soy el autoritario –dijo Joe.

      Se puso de rodillas por encima de su cuerpo desnudo y se quitó la camiseta. Ella empezó a acariciarle el estómago y el pecho con los dedos, y acabó con el dominio que pudiera tener sobre sí mismo. Él se inclinó y, con cuidado, le mordisqueó la cadera y una costilla, y ella se removió. Después, tomó su pezón entre los dientes y tiró delicadamente, y ella lo agarró por el pelo con más fuerza. Aquello le puso más difícil quitarse la ropa, pero lo consiguió, y lo arrojó todo al suelo.

      Kylie se incorporó apoyándose en un codo y lo tocó en cuanto hubo terminado de desvestirse, separando las piernas para acogerlo. Él se puso un preservativo y se tendió entre sus muslos, deslizándose dentro de su cuerpo.

      –Kylie –murmuró–. Mírame.

      Ella abrió los ojos, y él vio en ellos tanta emoción que se le formó un nudo en la garganta. La besó, y devoró ávidamente los sonidos guturales que se le escaparon de la garganta cuando él comenzó a moverse. Intentó contenerse, pero Kylie estaba tan tensa, tan húmeda y tan caliente, que pensó que no iba a conseguirlo. Sin embargo, pudo aguantar hasta que ella tuvo el primer orgasmo. Además, no quería que fuera tan brusco como la primera vez que habían estado juntos. Quería mostrarle lo que había en su corazón.

      Salvo que su corazón estaba rodeado por demasiados muros protectores, así que, incluso en aquel momento tan especial, tuvo que conformarse con mostrarle lo mucho que ella satisfacía su cuerpo. Y, al ver cómo ella se aferró a él después de que todo acabara, que tal vez eso sí se lo había demostrado.

      Más tarde, mucho más tarde, Kylie rodó por la cama de su dormitorio, en la oscuridad, y oyó un suave gruñido.

      –Oh, lo siento –le susurró a Vinnie, y rodó hacia el otro lado. En aquella ocasión, se topó con otro ser vivo, un ser humano, y lo tocó. Sí. Era un cuerpo de persona, caliente y duro.

      –Ummpf –dijo aquel cuerpo, el que la había llevado a las alturas y había vuelto a depositarla en la tierra. Recordó que Joe la había llevado a casa después de… bueno, de que los dos hubieran arrasado su despacho. No había otra palabra para describirlo. Y, después, todavía hambrientos el uno del otro, habían acabado allí, en su cama.

      Joe la abrazó. Ella pensó que se iba a levantar, a ponerse la ropa y a salir por la puerta.

      Pero él no lo hizo. Siguió abrazándola, metió la cara en el hueco de su hombro y suspiró de relajación.

      –No pensaba que fueras a quedarte –le dijo ella.

      –Cansado.

      Kylie se mordió el labio, porque no quería confundir aquello con algo que no era.

      –Creía que íbamos a separar la iglesia y el estado, como la última vez.

      –Puedo guardármelo en los pantalones, si quieres –dijo él en voz baja y enronquecida.

      –Pero es que parece que tú duermes desnudo.

      A él se le escapó una carcajada. No se levantó de la cama. De hecho, no se movió. Vinnie, sin embargo, sí. Se subió encima de ellos y se dejó caer sin ceremonias sobre los dos, y se hizo un hueco en el cuello de Joe. Fue una buena elección; a ella también le encantaba aquel sitio. Estaba un poco áspero por la barba incipiente, y olía a hombre, y era cálido… Con un suspiro, cerró los ojos y se fue quedando dormida, sintiéndose segura y cálida, y con una ridícula sonrisa en los labios.

      A la mañana siguiente, Kylie estaba en la ducha cuando notó un cambio de presión en el aire. Entonces, una mano mucho más grande que la suya tomó el control de su esponja. Las manos de Joe se deslizaron lenta y sabiamente por su cuerpo, le aceleraron el corazón y consiguieron que se derritiera contra él.

      Él dejó la esponja y le acarició el vientre, y ella se estremeció a pesar del agua caliente. Cuando intentó girarse para ponerse frente a él, él la sujetó y continuó con aquella deliciosa tortura de sus dedos expertos, hasta que ella posó las manos en los azulejos, echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro, y se dejó llevar. Todavía estaba estremeciéndose cuando él entró en su cuerpo y, como la noche anterior, la llevó al cielo y la devolvió a la tierra.

      Kylie todavía tenía el brillo de la felicidad en la cara cuando llegó a trabajar. Gib le echó un vistazo y cerró los ojos.

      –¿Qué? –le preguntó ella.

      –Entonces, Joe y tú sí que sois pareja.

      –No.

      –¿Has decidido eso antes o después de acostarte con él?

      Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

      –Tú no tienes por qué decirme eso, Gib.

      –Te