Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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viendo su peluca pelirroja, no podía controlar los recuerdos. El contacto de sus labios en la piel, su respiración cálida en el cuello, sus piernas rodeándolo, sus pezones endurecidos contra el pecho y ella arqueada contra él. Dios. Los sonidos tan apasionados que había emitido durante el orgasmo habían sido su ruina absoluta, y los recuerdos, sumados a lo que había dicho Kylie sobre él en el pub, volvieron a excitarlo.

      –Creía que no íbamos a permitir que las emociones formaran parte de esto. Creía que tú no podías permitírtelo.

      Él estaba a punto de decirle que retiraba todo lo que había dicho al respecto, cuando alguien les habló.

      –Sé que tenía que desaparecer –les dijo Eddie en tono de disculpa–, pero me he ido al otro callejón, el de detrás de Maderas recuperadas, y he visto un sobre apoyado contra la puerta trasera que tenía el nombre de Kylie. Pensé que lo querrías.

      Kylie observó el sobre sin moverse, sin respirar, así que fue Joe quien lo tomó de manos de Eddie.

      –¿Has visto quién lo dejó?

      –No, pero está húmedo de la lluvia, así que debe de llevar un buen rato allí –dijo Eddie, y se le borró la sonrisa al ver sus caras–. ¿Qué ocurre?

      –Nada –le dijo Joe–. Gracias por traérselo.

      Eddie asintió, sin apartar la mirada de Kylie.

      –De nada.

      Le lanzó una mirada a Joe con las cejas enarcadas, preguntándole en silencio si iba a cuidar a la chica. Joe asintió y Eddie se marchó del callejón.

      –Ábrelo –le dijo Kylie a Joe.

      Él lo hizo, y sacó una fotografía del pingüino sobre un banco de trabajo. Aparecía una mano sujetando un mechero encendido a los pies del pingüino. En el reverso de la fotografía había escritas unas palabras: Se te está acabando el tiempo.

      –Sí –dijo Kylie–. Se me está acabando.

      –Vamos a recuperar tu pingüino antes de que se cumpla el plazo –le dijo él, y le acarició la mejilla con los dedos–. Lo vamos a conseguir –añadió, con firmeza, porque quería que ella lo creyera.

      Kylie lo miró a los ojos y asintió.

      Él también asintió. La tomó de la mano y la llevó por el patio. Cuando llegaron a la altura de la fuente, ella se detuvo y se quedó mirando el agua.

      –¿Qué haces? –le preguntó él.

      Ella no respondió. Se sacó una moneda del bolsillo y cerró los ojos. Cuando iba a lanzarla al agua, él la detuvo.

      –¿Qué estás haciendo?

      Ella lo miró.

      –¿Es que no conoces el mito de la fuente?

      No era ningún secreto. El mito decía que si alguien deseaba con todo el corazón el amor verdadero lo encontraría. Por suerte, él no tenía corazón, por lo menos no tenía un corazón que funcionara.

      –Entonces, lo conoces –dijo Kylie, observándolo con atención.

      –Algo sobre el amor verdadero, bla, bla, bla –dijo él, encogiéndose de hombros–. ¿Por qué?

      A ella se le escapó una pequeña sonrisa, y Joe sonrió también, sin poder evitarlo, porque ella siempre le hacía sentir cosas por poco que él quisiera.

      –Pero ¿qué tiene que ver la fuente con tu pingüino? –le preguntó.

      –Voy a pedir que vuelva.

      –Sí, pero el mito no dice eso. Es sobre el amor.

      –Bueno, pero yo quiero al pingüino –respondió ella. Lanzó la moneda, que cayó al agua haciendo plop.

      –Entonces, ¿has pedido que vuelva tu pingüino? –le preguntó él con cautela–. ¿No has pedido el amor?

      Ella enarcó las cejas, y él se dio cuenta de que se había delatado a sí mismo.

      –¿Te da miedo el mito? –le preguntó ella con incredulidad.

      –Por supuesto que no –dijo.

      Sin embargo, lo cierto era que estaba aterrorizado, porque conocía a cinco personas que habían sucumbido al enamoramiento en los dos últimos años, y todos estaban directamente vinculados con aquella fuente. Miró la moneda que había lanzado Kylie, y que brillaba bajo el agua como si quisiera burlarse de él.

      –Solo dime que es verdad que has pedido recuperar el pingüino –le pidió a Kylie, porque, de todas las personas que conocía, ella tenía el corazón más grande de todos. Así que, si había pedido el amor verdadero, ambos estaban sentenciados.

      Ella sonrió, y él se dio cuenta de que estaba perdido.

      –Ibas a llevarme a algún sitio –le recordó–. Y, a juzgar por tu forma de sacarme del pub, a rastras, tenías prisa.

      –Tenemos que terminar un asunto.

      –Pues termínalo.

      A él se le aceleró el corazón. Le apretó la mano y la llevó por las escaleras hasta el segundo piso. Desactivó la alarma de Investigaciones Hunt y entró con ella en la oficina, que estaba a oscuras. Después, volvió a activar la alarma.

      Su despacho era la primera puerta a la derecha. Cuando entraron, él cerró la puerta con pestillo y se giró hacia Kylie en la penumbra.

      Él se estaba desabotonando el abrigo. Dejó que cayera al suelo y se sentó en su escritorio.

      –Qué despacho más bonito –dijo, mirando a su alrededor.

      Joe se le acerco y se colocó entre sus rodillas, y apoyó las palmas de las manos en la mesa, una a cada lado de sus caderas.

      –Si hubiera sabido que íbamos a terminar aquí –le dijo–, lo habría limpiado.

      Ella sonrió y le rodeó la cintura con las piernas, y cruzó los tobillos por detrás de su espalda.

      –Mentiroso. A ti no te importa lo que piensen de ti.

      Era cierto. Nunca le había importado lo que pensaran de él los demás, pero sí le importaba lo que pensara ella. Con una mano, tiró todas las cosas de la mesa al suelo. Con la otra, deslizó su trasero para estrecharla contra sí.

      A ella se le escapó un sonido de la garganta. Le había gustado aquel movimiento de hombre de Neanderthal, y eso le satisfizo también a él. Con Kylie podía ser él mismo: tener buen humor, o mal humor, o irritación, o lo que fuera. No tenía que controlarse.

      Otro enorme atractivo de Kylie.

      Ella lo estaba mirando.

      –¿Qué pasa? –susurró Joe.

      Kylie cabeceó una sola vez.

      –Estaba empeñada en no permitir que me gustaras. Pero, estoy aprendiendo cosas de ti, cosas que me gustan.

      Él sonrió a medias.

      –Aunque sea prepotente, arrogante y… ¿autoritario?

      Ella sonrió.

      –Muy prepotente. Tal vez deberías repetir esas palabras todos los días para empezar a trabajar en el problema.

      –Claro –dijo él con facilidad–. Si dices una cosa a gritos por mí.

      –¿Qué?

      –Mi nombre –respondió Joe, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Después, le susurró–: Voy a hacerte gritar mi nombre, Kylie.

      A ella se le cortó la respiración.

      –Yo no grito demasiado –susurró.

      –Es un desafío.

      Joe deslizó