–¿Quieres que lo haga?
Por supuesto que sí. Pero también quería que trabajara más en ello.
–Continúa –le dijo–, y ya te lo diré.
Él siguió susurrándole al oído, con una sonrisa en la voz.
–¿Te das cuenta de que cada vez que he intentado protegerte, tú te las has arreglado para valerte por ti misma? Y eso es muy sexy, Kylie.
Ella se rio con la voz ronca, y cerró los ojos para tratar de concentrarse en las sensaciones que le producía el contacto con su cuerpo, y él se apretó contra ella.
–Joe…
–No te preocupes, la cosa no va a ir a más. Puedo pensar con dos partes del cuerpo a la vez.
Bien, gracias a Dios que uno podía hacerlo.
–Aunque –murmuró Joe–, las cosas que quiero hacerte en este armario…
Ella se estremeció y, después, jadeó, porque él le mordió el lóbulo de la oreja con delicadeza. Joe hizo que se girara hacia él y le enredó los dedos en el pelo para colocarle la cara frente a la suya y besarla. Cuando sus bocas se tocaron, a Kylie se le borró todo de la mente, Rafael, las fotografías, la muerte de su abuelo… Todo. Era como si Joe y ella hubieran explotado y estuvieran ardiendo en llamas, y tenían que parar o acabarían haciendo el amor allí mismo, en aquel armario. Kylie no estaba preparada para llegar a ese punto, así que se retiró, y notó que él tomaba aire y exhalaba un suspiro tembloroso.
Se quedaron frente a frente un momento, pecho con pecho, muslos con muslos, y todas las demás partes del cuerpo, tocándose también. Joe tenía una erección.
–¿Qué está haciendo Rafael ahora? –preguntó.
Joe echó un vistazo.
–Tumbado en la cama, viendo la tele. La luz está encendida, pero él tiene los ojos cerrados. Creo que se ha quedado dormido.
Esperaron cinco minutos más. Entonces, Joe le dijo:
–Quédate a mi espalda, y no hagas ni el más mínimo ruido.
La tomó de la mano y se la llevó por el pasillo hasta que salieron por la puerta. Entonces, echaron a correr hacia el coche y se pusieron en camino. Normalmente, él conducía tal y como hacía todo lo demás: con calma y controladamente. Aquel día, no. Tenía los hombros tensos y la boca apretada. ¿Se daba cuenta de que estaba empezando a mostrarle el hombre que había bajo la fachada fría y tranquila que les mostraba a todos los demás? Para ella, eso era emocionante.
–Te has enfadado por cómo han salido las cosas –dijo ella, en el tirante silencio del interior del coche.
–No me gusta que te hayas visto en esa situación por mi culpa.
–Ha sido por culpa mía –dijo ella–. Pero lo he hecho bien.
A él se le dibujó una pequeña sonrisa en los labios.
–Lo has hecho bien, sí. En realidad, lo has hecho tan bien, que estoy excitado y duro como una roca. Te lo dije: ver cómo te controlas me excita siempre.
Se miraron un segundo, y él le besó la palma de la mano.
–Quiero llevarte a casa –le dijo.
–Pues, entonces, hazlo. Llévame a casa.
Después de eso, no hablaron más. Joe iba todo lo rápidamente que podía sin causar un accidente, y no dejó de torturarla con caricias expertas. Cuando aparcó delante de una bonita casa pareada en Inner Sunset, ella estaba tan excitada que casi no podía respirar.
Él apagó el motor y la miró, y Kylie se dio cuenta de que sentía el mismo deseo que ella. Era el calor de su mirada, la tensión de su impresionante cuerpo, su forma de tocarla y hablarle. Le provocaba un hambre y un deseo que nunca había sentido por otro hombre.
Tanto, que parecía que el aire chisporroteaba entre ellos dos. Tanto, que le dolía el cuerpo y, si él la tocaba, iba a saltar sobre sus huesos allí mismo, en el coche. Aunque una vocecita le decía que estaba yendo demasiado lejos con Joe, la ignoró, porque no era capaz de contenerse. Con él, no. Sin embargo, aquella pequeña vacilación debió de reflejársele en la cara.
–Kylie, solo tienes que decírmelo, y te llevo a tu casa.
Ella lo miró a los ojos con seguridad. Quería aquello. Lo necesitaba.
–¿Y qué digo si quiero entrar contigo? –le preguntó–. ¿O si quiero que tú entres en mi cuerpo?
Él la sacó del coche rápidamente y se la llevó hasta la puerta. Abrió y en unos segundos la tenía dentro de su casa. Cerró la puerta con el pie y la apretó entre su cuerpo y la pared. La besó y sus lenguas se entrelazaron, y ella gimió sin poder evitarlo. Todas las miradas ardientes, los besos, las caricias que habían compartido hasta aquel momento se sumaron y se multiplicaron exponencialmente, y Kylie empezó a jadear de necesidad por él. La situación no mejoró cuando él deslizó los dedos por su vientre y metió la mano por debajo de su camisa. Volvió a besarla y posó la palma de la mano sobre su pecho. Le frotó el pezón con el dedo pulgar.
–Joe…
Como no era más que un cúmulo de necesidad, aquello fue lo único que pudo murmurar, pero él la oyó, percibió la necesidad obvia que había detrás de aquella única palabra. Gruñó y la encajó con más fuerza en el hueco de sus muslos.
Perfecto, pensó Kylie, ya que su objetivo era el bulto que había entre ellos. Cuando ella se movió contra aquel bulto, él volvió a gruñir y la agarró aún con más fuerza, y se rio en voz baja.
–Yo tengo los músculos –le dijo a Kylie–, pero tú tienes todo el poder. No puedo resistirme a ti, aunque sé que debería.
–Lo que deberías hacer es dejar de intentarlo.
Otra carcajada suave.
–Ya lo he dejado.
Volvió a besarla, y la noche se encendió. Bocas, dientes, lenguas, manos, cuerpos… todo sirvió para acercarse más y más el uno al otro. Parecía que Joe quería devorarla, lo cual era justo, porque ella también estaba intentando consumirlo.
–Joe…
Él le mordió suavemente el labio inferior.
–¿Has cambiado de opinión?
No. Si lo hiciera, estaría loca.
–Claro que no –murmuró.
–Pues bien, porque tengo planes para ti –dijo él.
Y volvió a besarla. La besó lenta, profundamente.
Con un gemido, ella se apretó contra él hasta que él la levantó para que pudiera rodearlo con las piernas. Kylie se agarró a sus hombros, y él apoyó una mano en el marco de la puerta mientras que con la otra le apretaba las nalgas. Siguieron besándose y frotándose el uno contra el otro hasta que estuvieron a punto de llegar al orgasmo.
–Ahora –jadeó ella–. Oh, por favor, Joe. Ahora.
–Todavía no estás preparada.
–¡Si estuviera más preparada, ardería espontáneamente!
Al oír aquello, él sonrió con picardía, bajó la cabeza y volvió a besarla. Al segundo, le había quitado la camisa y el sujetador. Y, entonces, con su lengua cálida y experta, le rozó un pezón y el otro, y cayó de rodillas para quitarle las botas y los pantalones vaqueros.
–Qué bonitas –dijo él, al ver sus bragas de encaje, y comenzó a deslizarlas lentamente hacia abajo, por sus muslos. La desnudó por completo–. Oh, Kylie… –susurró, devorándola con la mirada, y separó sus piernas con suavidad, al tiempo que le acariciaba la carne húmeda con los dedos pulgares.
Cuando,