Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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padre?

      –No.

      Archer miró a Molly, que puso las manos en alto.

      –A mí no me mires, yo estoy bien –dijo ella, y miró a su hermano con preocupación–. ¿Es por Kylie? ¿Ha recibido otra foto de ese desgraciado?

      –¿Qué desgraciado? –preguntó Archer–. ¿Y por qué no sé nada de este asunto?

      –Ella quería mantenerlo en secreto –dijo Molly–. Le han robado un recuerdo familiar muy valioso para ella. Y, ahora, el tipo que se lo robó está jugando con ella, enviándole fotos de lo que le ha robado en situaciones peligrosas. Joe está investigando para ella.

      –¿Y no necesitas ayuda? –le preguntó Archer.

      Joe lo miró sorprendido.

      –Es Kylie –dijo Archer.

      Todos querían mucho a Kylie. Bueno, tal vez, unos más que otros, pensó él.

      –¿Necesita ella nuestra ayuda? –le preguntó Archer.

      –Tengo que investigar algo, e iba a hacerlo aquí, después del trabajo.

      –Hazlo ahora –dijo Archer, y se volvió hacia Molly–. Hoy por la mañana no estará disponible para nadie.

      Joe asintió.

      –Gracias.

      –Ayuda a nuestra chica. Ya sabes dónde estoy, si necesitas algo.

      Joe estuvo sentado delante del ordenador durante las horas siguientes. Tenía una pista sobre el siguiente aprendiz, que se había ido a vivir a Santa Cruz. Tenía sesenta años y se llamaba Raymond Martinez, pero se había cambiado el nombre por Rafael Montega, tal vez para escapar de todas las deudas que había ido dejando por el camino, incluyendo la quiebra de una empresa. Rafael ya no era ebanista. Recientemente había abierto una pequeña galería de arte.

      Joe le envió un mensaje a Kylie para decirle que iba a ir a visitarlo después del trabajo.

      Y sonrió con pesar al ver que, a los cinco segundos, recibía una contestación: Voy contigo.

      Era de esperar. Él le dijo que iría a recogerla a las seis de la tarde.

      Sin embargo, los chicos y él tuvieron que ocuparse de un caso urgente. Uno de los clientes de la agencia tenía una empresa próspera que había facturado casi cincuenta y cinco millones de dólares el año anterior, y estaba a punto de ser adquirida por otra entidad.

      Por desgracia, su cliente había descubierto que alguien estaba cometiendo un desfalco. Estaba comiendo con un amigo suyo que era banquero, y su amigo le dio las gracias por haber abierto una nueva cuenta para la empresa en su banco y haber hecho un depósito inicial tan alto.

      El cliente no había abierto aquella cuenta e, inmediatamente, denunció el desfalco ante la policía. Sin embargo, habían sido lentos a la hora de movilizarse y, en ese punto, Investigaciones Hunt había entrado en escena.

      El día anterior, Archer había enviado a Joe y a Lucas a investigar. Habían descubierto que la recepcionista de su cliente estaba abriendo el correo y pasándole los cheques de los pagos a su cómplice. El cómplice había abierto aquella cuenta bancaria y estaba ingresando en ella el dinero robado.

      Joe había informado al banco de que debían avisar a Investigaciones Hunt cuando hubiera actividad en la cuenta. Poco tiempo después, el sospechoso había llamado al banco para preguntar por qué no habían aprobado un cheque de cincuenta y cinco mil dólares. Joe le indicó al banco que le dijera al sospechoso que debía entrar a la sucursal y firmar el cheque para poder retirar los fondos. Joe y Lucas estaban aparcados fuera cuando el delincuente llegó y se detuvo justo a su lado.

      Por desgracia, el sospechoso se alarmó, volvió a su coche y se marchó rápidamente. Lucas y él comenzaron la persecución. Joe conducía y Lucas estaba al teléfono a la vez con la policía y con Archer. Entonces, el sospechoso empezó a dispararles.

      Aquel tiroteo sí llamó la atención de la policía. Ellos fueron quienes detuvieron finalmente al sospechoso, pero hubo que pasar varias horas informando sobre el incidente.

      Él odiaba los informes.

      Lo positivo era que, gracias a la detención del desfalcador, Lucas y él habían conseguido una buena recompensa para Investigaciones Hunt por parte del agradecido cliente.

      Sin embargo, Joe no llegó a casa de Kylie hasta las nueve. Justo cuando había levantado la mano para llamar a la puerta, la oyó gritar en el interior de la casa y, en cinco segundos, había entrado con el arma preparada.

      Se encontró a Kylie dormida en el sofá. Era evidente que tenía una pesadilla. Rápidamente, revisó la habitación y el resto del apartamento antes de volver al salón y despertarla. Se agachó a su lado, y dijo, suavemente:

      –Kylie…

      –No me dejes –susurró ella con una voz llena de lágrimas. Por un momento, a Joe se le paró el corazón, porque ella quería que se quedara.

      Él se puso de rodillas y le tomó una de las manos. Ella le apretó con fuerza y se llevó la suya al corazón.

      –Abuelo, por favor, no te mueras.

      Vaya. Después de tantos años viviendo con su padre y, después, por sus propias experiencias en el ejército, Joe sabía que era peligroso despertar a alguien de repente. Sin embargo, se trataba de Kylie, que estaba gimiendo y llorando en sueños, así que la tomó en brazos y se sentó en el sofá con ella en el regazo.

      –Kylie, estoy contigo. Estás a salvo. Despiértate.

      Al oír su voz, ella despertó rápidamente. Él le dio un beso en la sien.

      –¿Estás bien?

      Ella suspiró temblorosamente y se abrazó a él. Metió la cara en su cuello y asintió. Él no se lo creyó, pero no la presionó.

      –¿Has tenido una pesadilla?

      Ella volvió a asentir. Tenía algo en la mano.

      Era una foto.

      Mierda. Joe se la quitó de los dedos y vio que era otra Polaroid del pingüino que, en aquella ocasión, estaba a punto de caer en una hoguera. Entonces, la abrazó con más fuerza para darle tiempo a recuperarse. Con la otra mano, tomó su teléfono móvil para abrir la aplicación con la que podía acceder a las imágenes de la cámara de seguridad que había instalado en la parte exterior de su puerta.

      La cámara solo grababa cuando había algún movimiento, para poder observar directamente los momentos de acción, tal y como había estado haciendo dos veces al día desde que había instalado la cámara. La primera secuencia era la de un gato persiguiendo a un pájaro.

      Después, había llegado un hombre fornido con una sudadera y la capucha puesta, que había metido un sobre por debajo de la puerta de Kylie. Al segundo, se había desvanecido en la oscuridad nocturna.

      –Tengo otra foto –le dijo ella sin levantar la cabeza.

      –Ya lo veo –dijo Joe con calma, aunque no se sentía calmado en absoluto. Estaba furioso.

      –Me ha disgustado –dijo Kylie.

      –No me extraña.

      –No, me refiero a que me ha disgustado mucho porque el pingüino está junto a un fuego.

      Y él también entendía eso.

      –Por el incendio del taller.

      –Sí. Es la situación. Así murió él.

      –Pero él no murió en el incendio. Murió dos días más tarde, en el hospital.

      Ella lo miró con asombro.

      –¿Cómo lo sabes?

      –Porque lo he investigado.