Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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le dijo a Joe, silenciosamente, con los ojos muy abiertos.

      Él solo pudo pensar en una cosa: «Kylie confía en mí». Seguramente, no lo admitiría, pero sí confiaba en él. Estaba claro por su forma de mirarlo, de besarlo y de acariciarlo. Por mucho que no quisiera reconocerlo, ella esperaba que él la protegiera, y eso era exactamente lo que iba a hacer. Abrió una de las puertas del pasillo, con la esperanza de poder esconderse allí. Era un armario pequeño. Metió a Kylie delante de él, la siguió y cerró la puerta.

      Era un espacio pequeño y desordenado. Las paredes estaban llenas de estanterías con cajas; solo había sitio para estar de pie, muy juntos el uno al otro. Teniendo en cuenta que no tenían muchas más posibilidades y que él se había visto en situaciones mucho peores, aquello le pareció bien.

      Sin embargo, Kylie estaba emitiendo sonidos de pánico, y él recordó en aquel momento que era claustrofóbica.

      –No pasa nada –murmuró él, para intentar calmarla.

      –¡Sí, si pasa! ¡Voy a vomitar!

      #ETTeléfonoMiCasa

      «Maravilloso», pensó Kylie. Estaba otra vez en un espacio muy reducido con Joe, a oscuras, a punto de que los sorprendieran en pleno allanamiento y los metieran en la cárcel. Y a ella no le quedaría bien el color naranja de los trajes de presidiaria.

      –Respira hondo –le susurró Joe–. Lo tienes controlado, pelirroja.

      –Lo de vomitar no te lo digo en broma –susurró ella.

      –No, no vas a vomitar.

      –¿Porque eso nos delataría?

      –No, porque las botas de trabajo que llevo son nuevas y me gustan.

      Ella tuvo ganas de decirle lo que podía hacer con sus botas, pero cerró los ojos con fuerza para poder concentrarse en tragar la bilis compulsivamente. Había tomado palomitas y vino para cenar y el vómito no iba a ser bonito.

      «Tranquila», se dijo. «No puedes vomitar encima del tío bueno». Sin embargo, le resultaba difícil controlarse e intentar no hiperventilar. Mierda. Era culpa suya.

      No. En realidad, Joe no tenía la culpa. Ella era la que se había empeñado en acompañarlo, así que ella era quien tenía la culpa. Y su impulsividad. Y… Dios Santo, ¿se iban a quedar sin aire allí dentro? Sí. Se les iba a acabar el oxígeno y…

      –Eh –murmuró Joe, y le acarició los brazos de arriba abajo–. No pasa nada. Estoy aquí contigo.

      –¡Sí, estamos en un armario diminuto y oscuro! –siseó ella, en medio del pánico. Tenía la sensación de que se le iban a caer las paredes encima.

      –Shh –susurró Joe, sujetándola, porque parecía que a ella le habían fallado las rodillas.

      Kylie alzó la cabeza, y él le puso un dedo en los labios.

      Sí. Lo entendía. No podía emitir ni un sonido. Ni vomitar. Sin embargo, aquel armario se le hacía más y más pequeño a cada segundo.

      –No voy a dejar que te ocurra nada –le susurró Joe, al oído. Le rozó el lóbulo de la oreja con los labios, y ella se estremeció.

      Quería creerlo de verdad, incluso trató de consolarse con el hecho de que él nunca le había hecho ninguna promesa que no hubiese cumplido, pero el pánico no se dejaba influir por la lógica.

      –Bien –le susurró él–. Lo estás haciendo estupendamente. Ahora voy a…

      Al notar que Joe se giraba, ella se aferró a él.

      –No –susurró.

      –Tengo que echar un vistazo, Kylie, pero no voy a dejarte sola. Nunca lo haría.

      Ella lo miró a los ojos y asintió y, en el pequeño espacio del que disponían, él se dio la vuelta para mirar por una rendija de la puerta.

      Kylie no pudo contenerse. Se pegó a él y apoyó la frente en su espalda mientras contenía la respiración. La próxima vez iba a hacerle caso, y se quedaría en el coche.

      No, no era cierto. Sabía que iba a elegir lo mismo otra vez, lo cual significaba que era más parecida a su madre de lo que le hubiera gustado admitir.

      –Bueno –dijo Joe–. No te asustes.

      Oh, Dios.

      –Demasiado tarde –le dijo ella–. ¿Qué pasa?

      –Rafael está aquí.

      Oh, mierda. Ella no había llegado a conocer bien a Rafael. Recordaba que tenía unos cuarenta años y era un soltero empedernido con muy mal humor que la evitaba como si ella tuviese la peste. En aquella época, Kylie pensaba que tal vez no le gustaran las mujeres, pero no, lo que no le gustaban eran los adolescentes.

      –Parece que también vive aquí –murmuró Joe–.Acaba de abrir la puerta del final del pasillo y es un dormitorio –dijo–. Vamos a tener que estar un rato aquí.

      –¿Cuánto tiempo es un rato?

      –Hasta que se marche o se acueste.

      –Oh, Dios mío. ¿Y si nos encuentra?

      –No nos va a encontrar.

      –¿Y si lo hace? ¿Y si nos pilla?

      –A mí no me pillan normalmente.

      Ella se agarró a la espalda de su camisa con ambos puños.

      –¿Normalmente? –susurró–. ¿Normalmente? Oh, Dios mío.

      De nuevo, apoyó la frente en su espalda. Estaba empezando a sudar.

      –Respira profundamente, Kylie.

      –Odio que me digan eso.

      Joe alargó el brazo hacia atrás y la rodeó con él.

      –Necesito que te relajes.

      –No es mi punto fuerte.

      –Pues inténtalo, porque la cosa empeora.

      Ella alzó la cabeza.

      –¿Cómo puede empeorar más aún?

      Él la colocó delante para que pudiera ver por la rendija de la puerta, lo cual fue un alivio. Además, había otra ventaja, y era que tenía a Joe pegado a la espalda. De repente, ya no se dio cuenta de que no podía respirar. No podía concentrarse en nada que no fuera su cuerpo fuerte y grande alineado con el suyo.

      Hizo lo posible por permanecer alerta y miró por la rendija. Rafael seguía siendo tal y como lo recordaba, más ancho que largo, aunque, lógicamente, había envejecido. Estaba viendo la televisión con el ceño fruncido.

      –Ya se ha instalado en la cama para ver la tele antes de dormirse. Mierda…

      Joe le puso una mano sobre los ojos.

      –¿Qué haces?

      –Protegerte –le susurró él–. Acaba de desnudarse, y estoy viendo cosas que tú no necesitas ver.

      Ella hizo un gesto de horror al imaginarse la visión.

      –¿Se va a acostar?

      –No, está sentado al borde de la cama, cambiando de canal. Por suerte, está medio sordo, a juzgar por el volumen que ha puesto.

      Desde detrás, Joe le pasó a Kylie los labios por la garganta.

      –Me gustabas de rubia –murmuró–. Y de morena. Pero de pelirroja me gustas más aún. Encaja muy bien con tu fuerte temperamento.

      Al pronunciar aquellas palabras, él le rozaba la piel con los labios y hacía que se estremeciera. Notó su risa cuando le dio un codazo en el estómago, y se dio cuenta de que el terror y la claustrofobia