es necesario que se te dé bien siempre. Solo la vez más importante de todas –respondió él.
Ella se echó a reír.
–¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
–Tú –dijo ella con un cabeceo–. Dándome consejos sobre el amor.
Al pensarlo, él también se echó a reír.
–Bueno, sí, la verdad es que no soy precisamente un experto.
Pero se alegraba de haber oído su risa.
–Mi madre me dijo una vez que me enamorara de alguien que consiguiese que me sintiera como cuando tienes el teléfono al tres por ciento de batería y encuentras el cargador –explicó Kylie, e hizo una pausa. Después, añadió–: El problema es que yo nunca dejo que el teléfono se quede al tres por ciento.
Él sonrió. Ella, también, pero finalmente suspiró.
–Los dos estamos un poco traumatizados en ese sentido, ¿no?
–Un poco, no, mucho –dijo él, asintiendo.
Se quedaron en silencio un minuto.
–No te lo había preguntado, pero ¿qué pasó con Gib la otra noche, cuando me marché?
Ella hizo una pausa.
–¿Tiene algo que ver con el caso?
–No –respondió él con sinceridad.
–Interesante –dijo Kylie–. Teniendo en cuenta que no te gustan las relaciones.
–No es que no quiera tener una relación –dijo él–. Lo que pasa es que no puedo tener nada serio con nadie en este momento.
Ni nunca…
–También es interesante, teniendo en cuenta la intensidad de los besos que me has dado.
Él suspiró.
–Yo nunca he dicho que no te deseara.
Ella se mordió el labio. También lo deseaba a él, algo que Joe ya sabía.
–Entonces, si nos dejáramos llevar por el deseo que sentimos, ¿qué sería lo nuestro? ¿Una relación tan solo física?
–También somos amigos. Y, en este momento, compañeros de trabajo –dijo él.
Joe sabía perfectamente que, quisiera lo que quisiera él, ella no iba a aceptar una relación tan solo física. Era una mujer que necesitaba, que se merecía algo más; y lo mínimo era un vínculo emocional.
Algo que él no podía permitirse.
–Lo siento –le dijo–, pero es lo único que puedo ofrecerte.
Antes, Joe habría jurado que no había nada que pudiera sorprenderlo, pero Kylie lo había conseguido en varias ocasiones y, en aquel momento, volvió a hacerlo.
Sin dejar de mirar por la ventanilla, le dijo:
–Con eso me vale.
Siguieron en silencio unos minutos, porque él se había quedado mudo y estaba muy excitado. Ojalá se lo hubiera dicho antes de que salieran de su casa, porque, entonces, tal vez habrían podido comenzar con aquella relación física. Sin embargo, no tenía ni idea de por qué se había quedado tan callada.
Kylie no volvió a decir nada hasta que llegaron a Santa Cruz.
–Ya casi estamos –comentó Joe.
Entonces, ella sacó una peluca de su bolso y empezó a disfrazarse. Dios Santo.
–Sé que piensas que mis disfraces son una tontería –le dijo ella con seriedad–. Supongo que a mí me resultan emocionantes.
–Pero esto no tiene nada de emocionante –dijo él–. Es peligroso.
Ella asintió, aunque él estaba bastante seguro de que no lo entendía. ¿Y por qué iba a entenderlo? No tenía que tratar todos los días con la escoria de la población para ganarse la vida.
–Entonces, ¿pelirroja? –le preguntó, por fin.
–¿Hay algún problema con eso?
–No –dijo él. Kylie estaba increíblemente sexy. Él aparcó el coche y salió–. Vamos, pelirroja.
Ella puso los ojos en blanco, pero lo siguió hasta una galería que había en una callejuela peatonal, junto a otras galerías y tiendas. Había una mezcla de viviendas y negocios, pero, en aquella temporada del año, las calles quedaban vacías temprano.
La galería estaba cerrada. Incluso las persianas de las ventanas estaban bajadas, así que no podían mirar al interior. Joe la llevó a la parte trasera del edificio, y se quedaron allí de pie, detrás de una caja de electricidad, para que él pudiera reconocer la situación. Sin embargo, lo único que estaba asimilando era la visión de Kylie con aquella peluca pelirroja que, en la oscuridad, era como un faro para cualquiera que pasara por allí y para su propia libido.
–¿Vamos a entrar a escondidas para mirar los muebles? –le susurró ella, mientras miraba la puerta trasera de la galería.
–Eso es ilegal.
Ella soltó un resoplido.
–¿Y desde cuándo es eso un obstáculo para ti?
–No puedo entrar ahí contigo. Si nos pillan…
–A ti no te pillan nunca. Eres demasiado bueno.
–Los halagos te llevan a cualquier parte –le dijo él, y sacó su kit de herramientas–. Haz exactamente lo que yo diga.
Ella asintió con seriedad.
Él no se lo creyó ni por un instante.
–Si te digo que te vayas, lo haces sin decir ni pío. Sales de aquí rápidamente sin mirar atrás, ¿entendido?
Ella dejó de asentir y se puso a mover la cabeza de un lado a otro.
–No te voy a dejar aquí solo, Joe.
Él vio su rostro lleno de determinación y ferocidad, y el corazón se le hinchó en el pecho.
–Sí, claro que sí –le dijo–. Confía en mí si te digo que no me va a pasar nada.
–No, no te voy a dejar aquí –repitió ella, en aquel tono de terquedad que le dio a entender a Joe que le resultaría más fácil sacar a la luna de su órbita.
Él la llevó hacia las sombras e hizo un reconocimiento en busca de alguna cámara de seguridad. No había ninguna, así que volvieron hasta la puerta… y comprobaron que no estaba cerrada con llave.
Kylie susurró:
–Cuando pasa esto en la televisión, nunca es una buena señal.
–No te separes de mí –le dijo él.
Ella asintió con una cara tan seria que él no pudo evitar sonreír. Joe entreabrió la puerta y se encontraron con una cocina muy pequeñita.
–¿Hola? ¿Hay alguien? –preguntó él, al entrar, con Kylie pisándole los talones.
No respondió nadie.
Siguieron avanzando y entraron a un pasillo con varias puertas.
–Esa es la puerta de la tienda –dijo él, iluminando con su linterna el espacio que había delante de ellos. Abrió aquella puerta y se encontró con…
–Vidrio de colores –dijo, con asombro.
Toda la tienda era de vidrieras. Las puertas, las ventanas, los muebles… «Este no es nuestro hombre».
–No es él –susurró Kylie.
Él iba a decirle que se diera la vuelta para salir, pero oyeron algo tras ellos.
Alguien