–¿Y bien? –preguntó, por fin.
–Un gato –dijeron ellas, al unísono.
–Estupendo –dijo, haciendo un gesto de desesperación–. Soy maniática e independiente.
–No, no. Eres cariñosa, curiosa, juguetona y aventurera –le dijo Elle.
Ah. Bien, eso estaba muy bien.
–¿Magdalenas con los cafés, señoras? –preguntó Tina.
–No deberíamos –dijo Elle, que era la más fuerte.
Sadie se acercó e hizo un gesto negativo con la cabeza.
–Cuanto más peséis, más difíciles seréis de secuestrar –les dijo–. Para estar más seguras, comed magdalenas. Varias.
Así que comieron magdalenas. Varias.
Aquel día, más tarde, Kylie se llevó una sorpresa al ver a su madre llegar a la tienda con comida preparada.
–¿Qué ocurre? –preguntó Kylie, mientras se quitaba el delantal e intentaba sacudirlo.
–¿Es que tiene que ocurrir algo? –preguntó su madre.
Llevaba un vestido liviano de tirantes y una cazadora vaquera abierta para dejar ver su amplio escote de cirugía plástica, y unas sandalias de tacón. Como siempre, aparentaba treinta y cinco años, en vez de cincuenta. Sin embargo, aquel día tenía una mirada triste.
–No –dijo Kylie–. Claro que no. Es que normalmente cuando nos vemos es porque pasa algo, nada más.
–Puede que una hija debiera preocuparse más de ver a su madre.
Kylie la tomó de la mano.
–Puede que sí –dijo–. Vamos, cuéntamelo.
–No pasa nada, de verdad. Solo quería ver a mi hija y comer con ella. Vinnie, cariño, ven aquí y dame un beso, ya que mi hija no quiere.
Vinnie se acercó corriendo, moviendo la cola de alegría. Su madre lo tomó en brazos y le hizo carantoñas con una sonrisa.
Kylie suspiró.
–Bueno, yo no voy a competir lamiéndote la cara ni moviendo el trasero de felicidad –dijo.
–¿Y qué te parece si me das un abrazo?
–Estoy sucia –le advirtió Kylie.
–Puedo lavarme.
Así que se dieron un abrazo. Su madre olía a perfume caro, y Kylie sabía que ella olía a serrín y, seguramente, a barniz.
Se sentaron en el patio con Vinnie y comieron sándwiches y patatas fritas. Cuando terminaron, Kylie la miró.
–¿Qué? –preguntó su madre.
–Estoy esperando a que me cuentes el verdadero motivo por el que estás aquí.
–Te he echado de menos.
–Yo también, mamá.
–Han pasado varios meses –dijo su madre–. La verdad es que nos llevamos mejor cuando pasa tiempo entre las visitas.
Kylie abrió la boca para negarlo, pero era cierto, y su madre se echó a reír al ver su cara.
–Tengo razón.
–Es posible –admitió Kylie.
–Pero me alegro de oír que me has echado de menos.
–Sí, te he echado de menos. Pero me da la sensación de que hay algo más.
Su madre suspiró.
–Necesito un poco de ayuda en este momento, nada más.
–¿Qué clase de ayuda?
–Estoy entre dos trabajos de camarera, y tengo algunas posibilidades más en la recámara, pero me vendría bien un poco de ayuda para pagar el alquiler este mes, hasta que me salga algo. Te lo devolveré en cuanto cobre el siguiente cheque, te lo prometo –dijo. Hizo una pausa, y suspiró–. Eso, o tendré que ir a vivir contigo.
Kylie sintió tal horror ante aquella idea que, rápidamente, pensó en lo que tenía en el banco. Aunque no podía permitírselo, era la única forma de asegurarse de que ninguna de ellas matara a la otra.
–Te ayudaré, claro.
–Gracias, cariño –dijo su madre, y alzó la lata de refresco para hacer un brindis–. Porque nunca tengamos que ser compañeras de piso.
Kylie brindó con su té helado.
Capítulo 15
#VamosANecesitarUnBarcoMásGrande
Dos días después, Joe se despertó. Aquella noche había dormido muy mal. Podía ser por varios motivos, pero la causa más probable era una joven de ojos marrón claro que no podía quitarse de la cabeza.
La noche anterior, Kylie y él habían descartado a otro de los aprendices. Él había intentado ir solo, pero ella, como siempre, se había empeñado en ir también. En aquella ocasión, se había puesto una peluca negra y se había hecho un maquillaje emo, y ninguna de las dos cosas le había permitido concentrarse. Sin embargo, ella no había querido poner en peligro la investigación dejando que la reconocieran.
Habría sido mejor que se quedara en el coche.
O, mejor aún, en casa.
Pero Kylie no era muy pasiva. Ni en aquello, ni en la vida en general. Si no lo hubiera sabido al verla en el trabajo o con sus amigas, lo habría averiguado al besarla.
Kylie se entregaba a todo por completo y, especialmente, a la pasión.
Y eso hacía que él la quisiera en su cama. Sabía que sus relaciones serían explosivas. Además, no se trataba solo del sexo; también sabía que merecía la pena estar con ella. Había hecho todo lo posible por reprimir sus emociones, pero no lo había conseguido.
Espectacularmente.
Estaba empezando a darse cuenta de que no iba a poder renunciar a ella. Ni resistirse a ella, que era la única que podía poner a prueba su legendaria capacidad de control. Se estaba cansando de luchar contra lo que le ocurría.
En aquel momento, no obstante, tenía un trabajo que hacer, y no había nada por delante del trabajo. Eso era lo que le decía a la gente que le preguntaba cómo iban las cosas. Y la gente le preguntaba, sí. Archer. Lucas. Molly. Todo el mundo.
Tenían mucha curiosidad por saber cuáles eran sus sentimientos por Kylie, y él les decía que solo era una cuestión de trabajo. Era una mentira, por supuesto. Nada de lo que sentía por ella era una cuestión de trabajo. Había tratado de convencerse a sí mismo de que Kylie solo era una distracción divertida y sexy, pero, aunque eso fuera cierto, no habría podido mantener una relación pasajera con ella, porque las cosas acabarían por ir mal, como siempre, y eso significaba que Archer lo mataría, suponiendo que Elle no llegara antes, claro.
Además, él estaba muy ocupado limpiando las calles de desgraciados y, con suerte, purificando también su karma. No tenía tiempo para aquello.
Por fin, consiguió conciliar el sueño antes del amanecer, y por la mañana se quedó dormido. Cuando llegó a la oficina, Molly estaba en la sala de personal, haciendo café. Le entregó una taza y lo miró comprensivamente.
–Llegas tarde otra vez.
–Ya lo sé.
–Debe de gustarte que te echen la bronca.
–Sí, es mi razón de existir –respondió él, irónicamente.
Al darse la vuelta, se encontró a Archer de brazos cruzados, con cara de enfado.
–¿Acaso tengo que relevarte