Loli Curto

Macrobiótica I


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      Como hemos visto, según la etiología que estudia el origen o causa de las enfermedades, los alimentos producen los esta­dos de ánimo y los pensamientos de cualquier tipo, tanto los positivos como los negativos. La alimentación equilibra­da —considera la medicina oriental macrobiótica— genera una armonía entre las fuerzas yin y yang y desarrolla en cada uno una capacidad meticulosa de observación de nuestras emociones y pensamientos en nuestro organismo. Dicho estado permite poder ser conscientes y ver la relación direc­ta del alimento, órgano, emoción, pensamiento y acción, y cómo esta cadena de procesos simultáneos produce unas reacciones bioquímicas, que a su vez son las que generan nuestros estados de ánimo y nuestros pensamientos. Como he explicado antes, estas siempre se apoyan en un proceso orgánico.

      La filosofía macrobiótica ve en la persona un todo forma­do por su estado físico y su estado anímico del alma, y ayuda a comprender de qué manera repercuten los alimentos en nuestras emociones y, a su vez, estas en el estado general di­recto en nuestra salud integral y la forma como encaramos el proce­so vital.

      Como podemos ver, cada nivel se corresponde con un reino y con unos alimentos que pertenecieron a cada época o era del pasado, y que recorremos de nuevo muy rápidamente a través del ciclo de gestación de nueve meses o periodo del embarazo.

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      Durante el proceso de gestación, en el útero materno, recorremos todos los niveles de la escala evolutiva. Es un viaje que nos permite volver a vivir todas las etapas del pa­sado (2.800 millones de años).

      Dime lo que comes… y te diré quién eres.

      Constitución: se forma con la suma de la herencia genética de nuestros padres y sus antepasados, que se añaden y se aportan como «primera piedra» o, mejor dicho, como «ma­teria prima» en el momento de la concepción, y que nos acom­pañará hasta el momento de la muerte sin ninguna po­sibilidad de cambio. También se aporta a través de nuestros padres la influencia directa de la climatología del lugar. Es lo que en Occidente llamamos «herencia genética».

      Condición: es el resultado del tipo de alimentos más yin o más yang que hemos consumido desde el nacimiento. La suma de lo que hemos comido durante toda nuestra vida pro­porciona una síntesis permanente o una condición determi­nada que nos define fisiopatológicamente. Como nuestra condición depende de la alimentación, podemos cambiarla si modificamos nuestros hábitos alimentarios en el momen­to que queramos.

      La recuperación, reparación y regeneración de nuestro organismo se producen solo a través del procesamiento co­rrecto de la energía que circula por los canales y que está unida a ciertas sustancias que contienen algunos alimentos; la forma de prepararlos puede potenciar o destruir esas sustancias.

      Hay un mapa genético grabado en nuestra cara, así como en el resto del cuerpo, a través del cual podemos interpretar cuál fue el estado de nuestros órganos cuando estuvimos en el vientre materno. Este mapa también nos dice qué alimen­tos comió en exceso o en deficiencia nuestra madre durante ese periodo. En él podemos ver los factores hereditarios o genéticos, los cambios producidos durante el proceso de ges­tación y embarazo de nuestra madre, las descargas de exce­sos alimenticios que se produjeron en el organismo de ella y cómo nos afectaron. Además, cómo se fueron formando nuestros órganos y sistemas a partir de todos esos procesos personales de nuestra madre: sistema nervioso, circulatorio, respiratorio, digestivo, linfático, hormonal, óseo, inmunoló­gico… Todos ellos se formaron con la base gené­tica de nuestros padres, el 50 % cada uno, más la alimentación que mantuvo nuestra madre durante el embarazo, así como su estado de salud durante ese periodo. Con toda esa enor­me suma de síntesis de procesos se formó nuestra tipología, nuestro aspecto físico. Esta complejidad de procesos bioló­gi­cos y fisiológicos puede realizarse de forma consciente o in­consciente. Que no seamos conscientes mientras se reali­zan no significa que no se estén produciendo. Y, por otro lado, ser conscientes nos permite intervenir a favor o en contra.

      Esto significa que, si vamos a ser padres, podríamos pre­pararnos previamente y aportar como patrimonio genético equilibrio y salud a nuestros futuros hijos ya desde la base ge­nética, creando una situación óptima para que se desarro­llen correctamente todos los órganos y procesos que serán su herencia de salud para toda su vida.

      La madre tiene doble responsabilidad porque su alimen­tación durante el embarazo, posparto y lactancia, así como la primera alimentación solida del bebé, marcarán la condición más yin y yang y las estructuras físicas de la persona que na­cerá. Y en la mayoría de casos nadie se prepara previamente para llevar a cabo esas funciones de forma correcta; lo más habitual es improvisarlas sin ningún conocimiento ni crite­rio. Por esta razón, no deberían sorprendernos las situacio­nes inesperadas que puedan suceder después con la salud de esa persona.

      Estos dos conceptos forman la base del diagnóstico mor­fológico de la metodología oriental macrobiótica, que nos proporciona la base de la fisonomía, sobre todo la estructura de la cara y los órganos del cuerpo y sus funciones refle­jados en ella.

      En nuestra cultura ancestral se dice: «La cara es el espejo del alma». Esto se refiere precisamente a este concepto: todo nuestro pasado genético está escrito en nuestra cara como un mapa, pero solo puede leerlo el que conoce previamente el significado de estos códigos, que, por otro lado, son univer­sales. También se refiere a que cualquier alteración en el fun­cionamiento de nuestros órganos inmediatamente se refleja en nuestra cara.

      Toda la alimentación utilizada por nuestros antepasados genéticos es la que forma la estructura arquitectónica tisular de nuestra fisonomía, como si de un edificio se tratara y pu­diéramos ver los materiales de construcción, que quedan re­cubiertos por perfectas paredes, en este caso tejidos y piel.

      En la medicina oriental se manejan los conceptos yin y yang para definir la ley de los opuestos complementarios que rigen el universo dual tanto en el terreno energético de la fí­si­ca como en el bioquímico y bioelectromagnético. En la An­ti­güedad, en Occidente estos conceptos también se manejaban con asombrosa precisión, pero para nuestra mentalidad más concreta, los conceptos o terminología utilizados resultaban demasiado abstractos y se cambiaron por algo más específico y fácil de comprender y comprobar solo para la ciencia química, tanto si es orgánica o inorgánica: el balance entre so­dio y potasio en el pH humano.

      El equilibrio entre los entornos externo e interno produ­ce los estados físicos, anímicos, emocionales, mentales y es­pi­rituales. Según nos enseña la «alquimia interna» oriental, el pro­ceso de la vida se mantiene cada segundo gracias a la unión o choque de dos energías. La unión de la energía in­ter­na y la externa es la que va generando todo tipo de pro­ce­sos en nosotros. Este choque continuo se produce cada segun­do con la respiración, algo que nunca podemos dejar de hacer.

      1. Energía del «cielo», materializada o concretada en el aire que respiramos; es igual a oxígeno.

      2. La energía de la «tierra», expresada en los alimentos que comemos y bebemos y de los cuales se produce una sín­tesis llamada «energía alimentaria», Gu Qi, «energía esencial adquirida» o «la esencia del cielo posterior», y que in­terviene en y a través de cada respiración añadiéndo­se continuamente al aire que respiramos y formando una mez­cla nueva que penetra en nuestro organismo para man­tenerlo vivo. Como consecuencia de este choque entre el cielo y la tie­rra nacen las emociones.

      Todas las manifestaciones físicas mentales y espirituales lo son del entorno que nos rodea más la sínte­sis de los alimentos