Loli Curto

Macrobiótica I


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se re­fiere a los tres ce­rebros del ser humano: en primer lugar, al estóma­go y su red neuronal; el segundo cerebro, que se refiere al in­testino, donde se procesan las bases que alimen­tarán al cerebro propia­mente dicho (el tercero) si este reco­rrido de los alimentos se ha producido correctamente. Si no es así, se destruyen las neu­ronas de los tres cerebros y no se re­pa­ran, y aparecen los es­tados y reacciones negativos de todo tipo.

      ¿Por qué no podemos cambiar nuestros pensamientos a pesar de saber que viajan más rápido que la luz? La respues­ta, en mi opinión, es simple: porque nosotros los creamos y mantenemos cada día con las mismas sustancias a las que es­tamos acostumbrados, ya sean alimentos, estimulantes o dro­gas, y que introducimos en el cuerpo (café, tabaco, azú­car, alcohol, etc.). Pretendemos seguir introduciendo esas sustan­cias todos los días y a la vez queremos cambiar nuestra for­ma de pensamiento. Para que podamos producir el cambio que nos gustaría tenemos que modificar nuestra alimentación, ya que las neuronas digestivas del estómago y, después, las del intestino son la base bioquímica que produce la ac­tividad neuronal del cerebro.

      En la actualidad la neurociencia define a este como el ter­cer cerebro, lo que demuestra que depende de los otros dos. Significa que el primer punto donde todo debe funcionar co­rrectamente en todos los sentidos es nuestro estómago. Ahí están las neuronas que deben repararse en primer lugar, pues de ellas depende la correcta reparación de las neuronas del in­testino, donde se produce el 95 % de la serotonina precur­sora de las hormonas denominadas de la felicidad, y solo así se puede garantizar que las neuronas del cerebro serán alimen­tadas de forma perfecta.

      En la repetición no hay cambio posible. Después de mu­chos años lidiando con esta situación en mí misma y en cien­tos de personas, mi conclusión es que preferimos seguir consumiendo nuestras «adicciones» —llamémoslas así, ya sean pequeñas o grandes, no importa el tamaño— y ser es­clavos de ellas antes que abandonarlas, suplirlas por las sus­tancias que nos permitan liberarnos y producir un cambio reparador en positivo en todo nuestro sistema, y así produ­cir las emociones y pensamientos que nos gustarían y en los que estemos interesados en experimentar.

      QUE ANIMA LA MATERIA

      Del latín y del griego anemos, «soplo». Las palabras animal y animar tienen la misma raíz y significado. Animar, insuflar áni­mos, vitalidad, en la psicología de Jung significa anima-­animus, el «arquetipo de vida», eterno femenino/mascu­lino en el inconsciente humano. Es un arquetipo de vida que puede tener varias representaciones y una de ellas es la Madre Tierra. Es la matriz energética o lo que ani­ma, la «vitalidad» que está detrás de la materia física. La di­ferencia entre función y materia.

      En el taoísmo de Confucio y de Lao Tse, el alma se cla­sifica en cinco partes:

      1. Alma-Ling es un nombre genérico que combina la conciencia y diversos factores espirituales. El espíritu Shen, según esta filosofía, se encuentra diversificado y cada uno de sus aspectos está vinculado a cada uno de los cinco diferentes aspectos del alma.

      2. Yi, alma-pensamiento intelectual, asociada al bazo chino, es la parte más sólida del alma y engloba las posibilidades y las creencias, y también la conciencia de las posibilidades de modificarla o de cambio en noso­tros. En po­sitivo es la memoria del pasado de la cual sa­camos la ex­pe­riencia; la obsesión y la falta de reflexión se produce cuan­do esta se encuentra en negativo. Cuando este proceso no es co­rrecto no vemos la posibilidad de cambiar nuestras circuns­tancias, nos sentimos atrapados, enfermamos y buscamos sustancias compensatorias que nos satisfagan en el momen­to, sin importarnos las conse­cuencias ni el precio que tenga­mos que pagar en términos de desgaste de la energía y salud.

      3. Hun, alma etérica, viajera «humana» —no tiene una traducción exacta—; es el aspecto etéreo del alma, puede separarse del cuerpo y, de hecho, lo hace cada noche du­ran­te la fase del sueño. De ahí el concepto «viajera», porque puede moverse o proyectarse a la velocidad de la luz, aunque esta función Hun está vinculada a eventos neuro­fisiológicos y a los movimientos oculares rápidos que se pre­sentan durante alguna fase del sueño MOR o REM. No está sujeta a las mismas leyes que la materia densa, pero sí está ligada al cuerpo físico personal; reside en el hí­gado, tam­bién llamado en la medicina tradicional oriental china y japonesa «la casa del alma». Es la parte que so­brevive a la muerte y perdura durante tres generaciones hasta que se desintegra; la parte que después de la muerte algunas per­so­nas pueden ver porque es una estructura de energía etérea.

Egipcios

      Esta estructura es la que en nuestra cultura occidental llama­mos alma o lo que anima o infunde vitalidad o vida a todas las cosas. De ella depende nuestra percepción e intui­ción. El budismo lo llama mente superior abstracta o subconsciente. Un científico médico descubrió hace unos años, pe­sando los cuerpos, que la persona en el momento de la muerte perdía instantáneamente 21 gramos de peso, pero no fue aceptado por el mundo académico porque no fue un ex­perimento pro­longado lo suficiente en el tiempo como para obtener la categoría de verídico.

      En la tradición egipcia, griega y romana está extensamen­te documentado y representado «el peso de las almas». Anubis y la balanza es un clásico repetido ampliamente en diferentes culturas, aunque con otros símbolos. La existencia y cultivo del alma era evidente en la Antigüedad como algo muy importante y a tener en cuenta durante toda la vida, ya que era la clave para pasar a otra dimensión sanadora benéfica superior al morir. Según la cultura egipcia, muy avanzada en el co­nocimiento de la muerte, todos pasamos al morir un tribu­nal de justicia que coloca nuestra alma en una balanza. Si el peso se decanta hacia el otro extremo donde hay colocada una pluma, aunque sea muy poco, quiere decir que no pode­mos pasar al otro lado, al «paraíso» —lo que sea que entendamos por esto—, ya que la balanza indica el peso exacto de nuestras malas acciones y errores cometidos contra nosotros mismos o los demás. Este peso queda grabado en nues­tra alma y nos mantiene prisioneros, pues añade y es de una den­sidad suficiente que no nos permite elevarnos a dimensio­nes más sutiles y livianas donde no hay sufrimiento y podemos gozar de esa felicidad.

      En la cultura y medicina orientales de diferentes países, más conocedoras de las partes sutiles no tan densas del ser hu­mano, el alma Hun es un elemento de nuestra estructura energética clave y a tener en cuenta, ya que interviene de for­ma directa en la salud y en la enfermedad. Significa que de­bemos alimentarla correctamente y cuidar al máximo porque, si esta estructura llamada Hun enferma, nuestro cuerpo no tarda mucho en presentar graves afecciones. Todos hemos oído expresiones como «está enfermo del alma», «vendió su alma al diablo», «perdió su alma», «dolor del alma»… «Me due­le el alma» significa que no podemos vivir sin nuestra alma o con ella dañada, porque es la que infunde vitalidad o vida al cuerpo.

      4. Zhi reside en los riñones, relacionados con el agua, la con­cepción y la fertilidad. La longevidad y la sabiduría que se acumulan durante una vida son la energía Jing esencial. La voluntad y la capacidad emprendedora del ser humano dependen de Zhi.

      5. Shen es igual al espíritu y reside en el corazón, elemento fuego —no confundir con la sustancia fundamental Shen, que proviene de los alimentos y que se sintetiza también en el corazón—. Es la paz del espíritu, la conciencia.

      6. Po es el alma corpórea animal, terrestre o sensitiva, y está asociada a los pulmones. Es la parte más física del alma li­gada a las siete emociones. Es el instinto y el subconsciente. También es un principio vital en las plantas y los animales. Lo que nos diferencia es que en estos ese principio es colec­tivo por especies y en el ser humano es individual.

      Como los órganos y su actividad también son yin o yang, podemos equilibrarlos a través del yin o yang de la dieta. Por ejemplo, el hígado se beneficia de la col fermentada de sa­bor ácido, de usar poca sal o de una cocción ligera de los alimen­tos en general, de la pasta de cereal sin gluten y de las verdu­ras escaldadas o al vapor. En cambio, el pulmón agradecerá alimentos secos, picantes y algo salados.