Christopher J. H. Wright

Que los evangelios prediquen el Evangelio


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bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles: —Tomen y coman; esto es mi cuerpo.

      Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados. Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.

      (Mt 26.26-29)

      Las palabras de Jesús en este pasaje deben ser de las más preciadas y conocidas por cristianos alrededor del mundo y a lo largo de los siglos. Se trata de las palabras mediante las cuales Jesús instituyó lo que ahora llamamos la santa comunión, o la eucaristía o la cena del Señor. ¿Pero me pregunto si podríamos intentar escucharlas dentro del contexto en las que se encuentran?

      Aquí, en el Evangelio de Mateo, aparecen en el centro del capítulo más largo del libro. La segunda mitad de Mateo 26 describe el arresto y juicio de Jesús. La primera mitad esta llena de tensiones que van creciendo en el transcurso de los dos días anteriores. Observen la secuencia de eventos que Mateo esboza con rapidez. Una tras otra vemos:

      • conspiración contra Jesús (26.1-5)

      • unción para la sepultura (26.6-13)

      • acuerdo para la traición (26.14-16)

      • preparativos para la conmemoración (26.17-30)

      • predicción de la negación (26.31-35)

      • intensa lucha personal (26.36-46)

      Así que estas palabras que Jesús comparte acerca del pan y el vino están rodeadas por traición, por un lado, y por negación por el otro. Aquí tenemos hermosas palabras en boca de Jesús, palabras que dan vida, palabras de sacrificio y de amor, palabras que hemos llegado a repetir muy a menudo y que, sin embargo, están ubicadas entre palabras de engaño que provienen de la boca de Judas y palabras de negación en boca de Pedro.

      Esto es el contexto oscuro, el marco lleno de pecado, dentro del cual debemos leer estas preciosas palabras redentoras de Jesús, porque estas son, todavía, las realidades de nuestro mundo. Estos son los tipos de pecados que hicieron necesaria la muerte de Jesús. Porque conocemos la maldad de estos pecados, entendemos cuan precioso es el evento que celebramos cuando repetimos las palabras de Jesús.

      Lo que quiero hacer mientras estudiamos este pasaje es, primeramente, ambientar la escena y ayudarnos a imaginar lo que estaba ocurriendo. Luego, en segundo lugar, pensar sobre el significado de ese evento mientras los discípulos lo celebraban. Luego, en tercer lugar, reflexionar sobre la importancia de las palabras que Jesús pronunció. Y finalmente, preguntarnos qué deberían significar para nosotros hoy en día.

      1. Ambientando la escena

      Primero que nada, entonces, unámonos a Mateo mientras prepara la escena.

      El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

      —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?

      Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: “El Maestro dice: ‘Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

      (Mt 26.17-19)

      Faltaba un día para la celebración de la Pascua, justo antes de la fiesta de los panes sin levadura que duraba toda una semana. Y era la semana más volátil en el calendario anual en Jerusalén. La ciudad siempre estaba repleta durante la Pascua. Y los romanos, las fuerzas de ocupación, estaban en alerta roja ante la posibilidad de actividad terrorista, que solía ocurrir cada Pascua. Las autoridades judías, mientras tanto, trataban de aplastar cualquier actividad que percibieran como amenaza al statu quo, como la que había ocurrido unos días antes cuando un profeta de Nazaret, llamado Jesús, entró en Jerusalén montado en un burro y fue acogido por la multitud que, con alegría, agitaban ramas de palma —poderosos símbolos de nacionalismo judío. Jesús era un hombre buscado. Ya había precio sobre su cabeza y estaba en peligro de ser arrestado en cualquier momento.

      ¿Dónde estaba Jesús en ese momento? Se encontraba pasando la semana en Betania, un pequeño pueblo a las afueras de Jerusalén, cruzando el valle y del otro lado del monte de los Olivos. Jesús estaba en la casa de sus amigos, o quizá acampaba en las laderas del monte de los Olivos, junto con otros muchos peregrinos. A medida que se acercaba la Pascua, los discípulos probablemente comenzaban a preguntarse: ¿Podremos celebrar la cena con Jesús? —porque había reglas sobre estas cosas. Uno debía de comer la cena de la Pascua dentro de los muros de Jerusalén solamente, y se debía usar un cordero que había sido sacrificado en el templo. Pero ¿cómo podrían entrar en la ciudad cuando era tan peligroso para Jesús estar en público?

      Aparentemente, Jesús tenía todo esto bajo control. Sabemos por el Evangelio de Marcos que Jesús hizo arreglos de antemano. Un amigo suyo tenía una casa en Jerusalén con una habitación en el piso de arriba lo suficientemente grande como para que Jesús se reuniera con sus doce discípulos. Así que acordaron encontrarse allí. Los discípulos habrían salido rumbo a Jerusalén por la mañana para alistar todo lo necesario para que Jesús pudiera reunirse con ellos por la noche.

      Mateo simplemente nos dice: «Los discípulos… prepararon la Pascua» (26.19). Esto puede sonar simple. En All Nations Christian College, donde yo fui director por varios años, preparábamos una cena de Pascua seguida de una Santa Cena para toda la comunidad. Recuerdo que los encargados de la comida trabajaban el día entero para alistar todo para la celebración. Lo mismo habría ocurrido con los discípulos.

      Imaginen a los discípulos yendo de aquí para allá, con prisa, entre las multitudes de Jerusalén. Tenían que comprar las hierbas amargas que se necesitaban para recordar la aflicción de los hebreos en Egipto. Tenían que comprar fruta, manzanas, dátiles, granadas y nueces, que después debían moler para formar una pasta que se parecía a la arcilla con la cual los israelitas habían hecho ladrillos. Necesitaban limpiar toda la casa de cualquier resto de levadura. Y luego debían hornear pan sin levadura. Debían tener agua con sal, que representaba las lágrimas derramadas. Y debía de haber suficiente vino para las cuatro copas que se compartirían durante la celebración. Y luego, claro está, necesitaban conseguir un cordero del templo, matarlo y asarlo para la comida de la noche. Luego, después de toda esa preparación para la comida, tenían que preparar el cuarto. Toda la comida debía estar puesta en el centro de la habitación, sobre una mesa baja o sobre un mantel en el suelo. También debían acomodar en forma de u unos almohadones alrededor de la mesa. Las personas se reclinarían en el piso, con un codo apoyado sobre un almohadón, y comerían de los alimentos puestos en la mesa en el centro del cuarto.

      Los discípulos habrían tenido un día agitado preparando todo eso. La Pascua era un tiempo ocupado.

      2. Celebrando la cena

      Pero ¿de qué se trataba? ¿Qué significaba esta comida? Bueno, era la Pascua. Era una fiesta anual para recordar y celebrar el éxodo de los israelitas de Egipto (Éx 1–15). Era la época en la cual los israelitas recordaban cómo Dios había librado a sus ancestros de la esclavitud, de la opresión que sufrieron en Egipto. Unos siglos antes, la familia de Jacob/Israel había llegado a Egipto como refugiados debido a la hambruna. Pero a medida que pasaron los años se convirtieron en una minoría étnica grande, y como ocurre usualmente con las minorías étnicas, fueron perseguidos, oprimidos y obligados a trabajar como esclavos. Pero Dios vio lo que estaba ocurriendo y actuó para rescatarlos.

      a) Celebrando a Dios

      En la Pascua, entonces, los israelitas celebraban a su Dios. Celebraban lo que Dios había hecho por ellos siglos atrás. Celebraban el carácter de Dios. Leamos Éxodo 2.23-25:

      Mucho tiempo después murió el rey de Egipto. Los israelitas, sin embargo, seguían lamentando su condición de esclavos y clamaban pidiendo ayuda. Sus gritos desesperados llegaron a oídos de Dios, quien al oír sus quejas se acordó del pacto que