116.1-4)
¿Habrán llenado su mente estas palabras mientras oraba en agonía a su Padre en Getsemaní?
Tú, Señor, me has librado de la muerte,
has enjugado mis lágrimas,
no me has dejado tropezar.
Por eso andaré siempre delante del Señor
en esta tierra de los vivientes.
Aunque digo: “Me encuentro muy afligido” …
¡Tan solo cumpliendo mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo!
Mucho valor tiene a los ojos del Señor
la muerte de sus fieles.
Yo, Señor, soy tu siervo;
soy siervo tuyo, tu hijo fiel.
(Sal 116.8-10, 14-16)
Y en el Salmo 118 Jesús habría cantado estas palabras:
No he de morir; he de vivir
para proclamar las maravillas del Señor.
El Señor me ha castigado con dureza,
pero no me ha entregado a la muerte.
(Sal 118.17-18)
Pero Dios sí entregó a Jesús a la muerte.
Jesús se entregó a la muerte, una muerte que sería aterradora y agonizante, aunque Jesús sabía que Dios lo iba a levantar de entre los muertos.
Y en el clímax del Salmo 118, Jesús habría cantado este Salmo con sus discípulos:
Tú eres mi Dios, por eso te doy gracias;
tú eres mi Dios, por eso te exalto.
(Sal 118.28)3
Pero doce horas después, Jesús exclamó estas terribles palabras, con su inconfundible eco: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22.1).
¿Por qué? Porque Jesús estaba cargando el pecado del mundo, tu pecado y el mío. Porque Dios hizo que aquel que no conoció pecado se convirtiera en pecado por nosotros. Por eso, durante esas horas en la cruz, Jesús experimentó el horror de haber sido abandonado, desamparado, rechazado por Dios, porque esa es la respuesta final y santa de Dios ante el pecado: expulsarlo de su presencia. Y Jesús fue a ese lugar de abandono para que tú y yo no necesitemos hacerlo, cuando confiamos en Cristo. Él cargó nuestro pecado, en su propio cuerpo, sobre el madero, como lo expresa Pedro.
Por esa razón, tú y yo podemos cantar las últimas palabras del Salmo 118, palabras que Jesús también cantó sabiendo lo que le esperaba al día siguiente, pero «por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb 12.2).
Den gracias al Señor, porque él es bueno;
su gran amor perdura para siempre.
(Sal 118.29)
1 Este sermón fue predicado en la iglesia All Souls el 2 de marzo del 2008.
2 N. del E.: En teoría literaria, se usa el concepto de «redención». Una expresión en inglés que se deriva de este concepto es redemptive moment, que expresa un significado no necesariamente religioso, sino que más bien comunica la idea de algo rescatable o un acto de reivindicación o un giro inesperado hacia la noción universal del bien y de la justicia. La expresión que se traduce como «momento redimible» se aproxima a la expresión en inglés según su acepción secular y quizá lo más cercano aún debería ser «momento rescatable». Pero, en el contexto de este libro y en calidad de creyentes evangélicos, debemos interpretar el «momento redimible» de la historia directamente en relación con el acto redentor de Cristo.
3 Para indicar énfasis, algunas palabras de las citas bíblicas están en cursiva.
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