la tiranía, y el Dios fiel a sus promesas. Cada Pascua los israelitas celebraban el carácter y el accionar de Dios. Jesús y sus discípulos también iban a celebrar esto. Decían: «Este es el Dios a quien alabamos. Este es nuestro Dios del pacto. Este es el Dios que nos hizo su pueblo cuando nos rescató de la esclavitud».
b) Celebrando la sangre del cordero
Por supuesto que había más. La Pascua era la conmemoración de un momento muy particular de esa historia, que está registrado en Éxodo 12. En la misma noche del éxodo Dios envió la décima y última plaga sobre el Faraón y toda la población de Egipto: la muerte de sus primogénitos. Pero Dios indicó a los israelitas que se preparasen sacrificando un cordero y que luego esparciesen un poco de su sangre en los marcos de sus puertas. Cuando el ángel de Dios habría de aparecer esa noche, «pasaría de largo» los hogares y a los hijos primogénitos de los hebreos. De esta manera, la sangre del cordero sacrificado los protegería de la muerte. Cuando las familias israelitas habrían despertado a la mañana siguiente sabrían que sus primogénitos estaban vivos porque un cordero había sido sacrificado en su lugar. El sacrificio del cordero los habría librado de la muerte. Se habrían salvado de la ira de Dios por la sangre del cordero pascual.
De esto se trataba la fiesta de la Pascua que celebraban año tras año para recordar el éxodo y el cordero pascual.
c) Celebrando con esperanza para el futuro
Naturalmente, celebraban con gran alegría, porque era un momento de agradecimiento a Dios por su liberación. Pero también celebraban con gran nostalgia. A lo largo de los siglos, incluso mientras estuvieron en su propia tierra, los israelitas sentían que de alguna manera todavía estaban en cautiverio. Sentían como si el exilio aún no había terminado, como si todavía estuvieran bajo el yugo de sus opresores —como de hecho lo estaban en ese momento bajo los romanos. Sentían como si todavía estuvieran experimentando el juicio de Dios por su pecado. Y así, cada vez que celebraban la Pascua, anhelaban que Dios volviese a rescatarlos. Anhelaban un nuevo «éxodo» que les brindara libertad y perdón.
Así que la fiesta de la Pascua recordaba el pasado, rememorando lo que Dios había hecho en su historia, y vislumbraba el futuro, con esperanza y expectativa respecto a lo que Dios haría cuando realmente se convertiría en rey.
Ese es el evento, y eso es lo que Jesús y sus discípulos se preparaban para celebrar: el evento fundacional de su nación, y el futuro que sus corazones anhelaban.
3. Escuchando las palabras de Jesús
En medio de todo esto, cuando ya habían comenzado la cena, leemos varias declaraciones de Jesús. Primeramente, están sus palabras respecto a su traidor, en los versículos 20-25. Luego están las declaraciones de Jesús respecto a su cuerpo y sangre, en los versículos 26-28. En tercer lugar, y muy sorpresivamente, en el versículo 29, están sus palabras respecto al banquete que vendrá en el futuro. Pensemos en cada una de estas declaraciones por separado.
a) Palabras respecto a su traidor (26.20-25)
Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, les dijo:
—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor?
El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—. A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
—¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.
—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.
(Mt 26.20-25)
El tiempo ha llegado. Ahí están, reclinados alrededor de la mesa. La cena ya ha comenzado, todos están conversando entre sí, y de repente Jesús hace esta impactante declaración: «Uno de ustedes me va a traicionar. En realidad, amigos, hay un traidor entre nosotros».
¿Se pueden imaginar la sorpresa y el repentino silencio? —«¿Qué acaba de decir?». Estaban atónitos, no lo podían creer. Luego todos comenzaron a preguntarse y a protestar: «Señor, ¿no te refieres a mí? ¡No podría ser yo, Señor!».
No creo que la respuesta de Jesús en el versículo 23 fuera exactamente como la traduce la nvi: «El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar». Porque todos ellos hicieron lo mismo durante la cena. Así es como se acostumbraba a comer la Pascua, alrededor de la mesa comunal, todos con «las manos a la obra» por decirlo así. Lo que Jesús quiso decir es: «alguien que come con nosotros, alguien que comparte la alianza de esta sagrada cena con nosotros y mete su mano en la comida, uno de nosotros aquí presente, uno de mis amigos, me va a traicionar». ¡Imagínense la sorpresa!
Luego, en el versículo 24, Jesús comenta el profundo misterio de lo que está sucediendo en ese momento. Dice: «El Hijo del hombre (refiriéndose a sí mismo) se irá, tal como está escrito de él». En otras palabras, su muerte ocurrirá tal como Dios siempre lo había planeado. «Pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido». En otras palabras, la muerte de Jesús sucedería de acuerdo con la voluntad y el propósito de Dios, pero el que lo traicionaría cargaría su propia responsabilidad moral por lo que hizo.
Pero el siguiente versículo, el 25, nos muestra que Judas no era un títere manipulado por Dios. Judas, junto con los demás discípulos, también le dice a Jesús: «¿Acaso seré yo, Rabí?» Este es el hombre que ya tiene treinta piezas de plata escondidas en algún lugar, porque ya acordó traicionar a Jesús con las autoridades. Había un precio por la cabeza de Jesús, y Judas ya tiene ese dinero. Jesús ya ha sido «vendido», en lo que respecta a Judas. Pero aun así se demuestra audaz delante de Jesús. Y Jesús le dice: «Tú lo has dicho».
Cuando combinamos lo que escribe Mateo con lo que Juan nos dice acerca de este momento en Juan 13.21-30, creo que queda claro que esto fue parte de una conversación privada de Jesús con Judas de un lado y con Juan del otro. Me parece casi seguro que estas palabras fueron dichas en privado entre los tres. Pero ¿qué significa esto? Debemos recordar la manera en que la cena había sido dispuesta, y debemos quitarnos de la mente la famosa pintura de la Última Cena de Leonardo da Vinci.
Jesús era el anfitrión en esta cena. Estaría sentado en centro del grupo, en el medio de la configuración en ‘u’. Y a un lado, a su derecha, estaba Juan. Ese era el primer lugar de honor. ¿Pero quién estaba al otro lado? Judas estaría a su izquierda. A su mano derecha, Juan; a su izquierda Judas. Derecha e izquierda, los lugares con mayor honor, a la par del anfitrión. En esos días, ese era el lugar donde uno habría querido sentarse en cualquier banquete o fiesta. Las personas se disputaban quién se sentaría a la derecha e izquierda del anfitrión.
Así que, por la conversación que Juan registra, parece que Jesús demostró su amor por Judas al darle ese puesto de honor en la última cena, ofreciéndole, incluso entonces, la oportunidad de cambiar. Jesús le estaba diciendo a Judas que sabía lo que estaba por suceder, que sabía lo que había en el corazón de Judas. Sin embargo, incluso en este punto, Judas se negó a cambiar de parecer. Rechazó el honor y la oportunidad, endureció su corazón, y salió a hacer lo que ya había decidido hacer. Casi seguro que los otros discípulos no escucharon el intercambio entre Jesús y Judas, porque habrían tratado de detenerlo. La idea de que había un traidor en medio de ellos era demasiado para asimilar, y todavía asumían lo mejor de Judas, incluso cuando se retiró para organizar la traición de su Señor (Jn 13.28-30).
b) Palabras sobre su cuerpo y sangre (26.26-28)
Después de ello, la cena continua, sin duda con muchas conversaciones confusas. Luego, en los versículos 26-28, tenemos las palabras de Jesús respecto a su cuerpo y sangre. Esto causa aun más sorpresa.
Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:
—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
Después tomó la copa, dio gracias,