sería un sacrificio por el cual los beneficios del éxodo, la Pascua y el nuevo pacto llegarían a su fruición. Por medio de la sangre de Cristo, sabrían que se salvarían de la muerte y que se les daría vida; que serían redimidos de la esclavitud y el pecado; que sus pecados serían perdonados, y gozarían del nuevo pacto gracias a una relación de amor con Dios. De esto se trata el maravilloso grado de extensión respecto a lo que Jesús quiso decir cuando usó estas palabras tomadas de las Escrituras.
c) Palabras sobre el banquete venidero (26.29)
Hemos escuchado las palabras de Jesús sobre su traidor, y sobre su propio cuerpo y sangre. Pero aún no ha terminado. En el versículo 29, Jesús agrega:
Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
Tradicionalmente, en la fiesta de la Pascua, como hemos visto, hay cuatro copas y la cuarta copa está vinculada a la promesa al final de Éxodo 6.7, donde Dios dice: «Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios». Esto indica la relación íntima y personal entre Dios y su pueblo. Y en el Antiguo Testamento esto se representaba a veces como un banquete, un banquete futuro en el cual Dios festejaría con su pueblo en paz, gozo y bendición. Eso es lo que algunas Escrituras profetizaron.
Entonces, lo que parece haber sucedido en ese momento es que Jesús se negó a beber esa cuarta copa. En cambio, dijo: «No se preocupen, se cumplirá el día en que nos volvamos a reunir. Mañana me iré por causa de mi muerte. Pero llegará el día en que volveremos a estar juntos en el reino de mi Padre: un día en que el nuevo éxodo se habrá cumplido de verdad, un día en que acabará toda opresión, sufrimiento, lágrimas, muerte y dolor. ¡Anhelemos aquello!». Es lo que está por venir. Es el futuro de Dios, por causa de lo que sucedería en esos próximos tres días.
Y así, en medio de todas esas palabras difíciles que preparan a sus discípulos para su muerte sangrienta, Jesús les señala el futuro, así como la Pascua siempre señalaba el futuro, a ese día glorioso y alegre cuando se volvería encontrar con ellos en su gloria en el banquete celestial del Mesías.
Pertenezco a un pequeño grupo de lectores. Leemos todo tipo de novelas y libros, principalmente seculares, con el fin de entender nuestra cultura y buscar maneras en que podamos relacionar el evangelio con el mundo que se refleja en la literatura de hoy. Algunos de los libros que leemos son historias bastante oscuras y sombrías de asesinatos, engaños, traiciones y otros males. A menudo, cuando conversamos sobre estos libros, nos preguntamos: «¿Habrá algún momento redimible2 de este libro? ¿Habrá alguna palabra o cierto acto o giro que presente algún grado de esperanza en esta historia? ¿Sugiere el autor algún tipo de «final feliz», aun si la historia nunca llegue a eso?».
En este momento, hacia el final de la historia del Evangelio tenemos una narración de traición, engaño, negación, deserción y rechazo. Como hemos visto, estas son las realidades oscuras y malvadas de este capítulo. Pero efectivamente, sí hay un momento redimible. Y ese momento redimible no es solo cuando Jesús habla sobre un final feliz en el banquete del reino de Dios, en el versículo 29. No, el verdadero momento redimible en esta narrativa es en realidad lo único que todos en esa habitación, incluido el propio Jesús, más temían: el hecho de que, antes de que el sol se ocultara al día siguiente, su cuerpo sufriría muerte y quebranto, y su sangre sería derramada en señal de sacrificio. Esa sería la redención de toda la historia: no solo de la historia de los Evangelios, sino de toda la historia de la humanidad y de la creación misma. La cruz y la resurrección de Jesús son el momento redimible de toda la historia.
4. Viendo el significado
Entonces, ¿qué significa todo esto? Y especialmente: ¿qué significa para nosotros que participemos regularmente de la Santa Cena y que escuchemos estas palabras de Jesús una y otra vez? Porque si pertenecemos a Jesús pertenecemos al pueblo del nuevo pacto. Somos partícipes en la historia y la identidad del Israel del Antiguo Testamento, por medio de la fe en el Mesías Jesús. Somos, como Pablo dijo muy claramente a los gálatas, la descendencia espiritual de Abraham (Gá 3.7-9, 26-29). Entonces, mientras celebramos la cena del Señor o la eucaristía (o como se llame en tu propia iglesia), estamos celebrando las mismas grandes verdades que el Israel del Antiguo Testamento, solo que ahora es aún más maravilloso a la luz de la cruz y la resurrección de Jesús.
El éxodo fue el momento más importante en la historia del Israel del Antiguo Testamento.
• Si no hubiera sucedido, habrían permanecido en esclavitud.
• Si el cordero de la Pascua no hubiera sido sacrificado, habrían experimentado muertes y penas devastadoras.
• Si la sangre del pacto no hubiera sellado su relación con Dios, no habrían sido ningún «pueblo». No tendrían esperanza, no tendrían a Dios, como el resto del mundo.
¡Pero sí sucedió! Y dado que sucedió…
• Llegaron a ser libres.
• Llegaron a estar vivos y no muertos.
• Lograron saber que eran el pueblo del pacto de Dios y contaban con la presencia de Dios en medio de ellos.
Y por ello celebraban esta fiesta.
Y así es para nosotros. La cruz y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo juntas constituyen el evento más importante, no solo en el Nuevo Testamento, sino en toda la historia del universo, el cual será también redimido y reconciliado con Dios gracias a la muerte y resurrección de Jesús.
• Si no hubiera sucedido, aún seríamos esclavos del pecado.
• Si no hubiera sucedido, aún estaríamos espiritualmente muertos.
• Si no hubiera sucedido, estaríamos separados de Dios para siempre.
¡Pero sí sucedió! ¡Alabado sea el Señor! Y dado que sucedió…
• Hemos sido librados de la esclavitud del pecado.
• Nosotros, los que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora vivimos en Cristo.
• Ahora somos ciudadanos del pueblo de Dios, miembros de la familia de Dios y morada de Dios por su Espíritu (Efesios 2.19-22).
Por ello celebramos esta fiesta. Por ello celebramos la cena del Señor con corazones agradecidos y con vidas cambiadas.
Pero hay un último detalle que no debemos obviar antes de terminar. En el versículo 30 Mateo nos dice, como también lo hacen los otros Evangelios, que al final de la cena, «Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos».
¿Qué cantaban? Bueno, casi seguro que cantaban ese grupo tradicional de salmos conocidos como «el gran Hallel» que comprende los Salmos 113 al 118. Pero, por lo general, eran los últimos cuatro, Salmos 115 al 118 los que se cantaban al final de la cena de Pascua en los tiempos de Jesús —y aún hoy cuando los judíos celebran la Pascua.
No voy a leer todos esos salmos en este momento. Quizás quieran hacerlo ustedes mismos después. Lean los Salmos 115, 116, 117 y 118, e imagínense cantándolos con Jesús. Imaginen a Jesús, guiando a sus discípulos, verso por verso, juntos cantando estos salmos al terminar esa última cena. Piensen en cómo las palabras de estos salmos llenaron sus mentes mientras bajaban de la habitación secreta, mientras regresaban por las oscuras calles de Jerusalén, bajando al valle y subiendo las laderas boscosas del monte de los Olivos, hacia el jardín que se llamaba Getsemaní.
Estas fueron las palabras que estaban en la mente y la voz del mismo Jesús en sus últimas horas antes de su traición, juicio y muerte.
Jesús habría cantado el salmo 116:
Yo amo al Señor
porque él escucha mi voz suplicante.
Por cuanto él inclina a mí su oído,
lo invocaré toda mi vida.
Los lazos de la muerte me